El prestigio no se puede comer

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Esto lo decía una de las pancartas que se han podido ver esta semana en las manos de una manifestante que reclamaba sueldos dignos para el staff del New Yorker. Un centenar de trabajadores se han congregado ante la casa de Anne Wintour –directora editorial de Condé Nast, la empresa editora de la publicación– gritando consignas como "Bosses wear Prada, workers get nada!". Los salarios más bajos allá son de 42.000 dólares, pero esto en Nueva York da para muy poca cosa. Algunos medios globales ofrecen retribuciones bajas en nombre del prestigio. En un mundo de marcas personales, tener según qué líneas en el currículum viste mucho. La eclosión de los gigantes de internet y la crisis de los medios tradicionales hacen que falte dinero en el sistema circulatorio. No es una cuestión solo laboral o corporativista: al final, la calidad periodística depende de tener unos profesionales que no tengan que hacer malabarismos para llegar a final de mes. Y todavía más: si los sueldos son bajos, se excluyen de las redacciones a periodistas procedentes de backgrounds donde no es posible pasarse unos años cobrando a medio gas.

Portada del 'New Yorker' de 1925.

Todo esto pasa porque se han roto algunos equilibrios. La publicidad ha marchado de los medios clásicos a las plataformas digitales. Los lectores se han pasado dos décadas recibiendo paladas de información de calidad gratuita porque todo el mundo intentaba posicionarse en internet. Son dos factores que se están corrigiendo, lentamente. Y, sobre todo, se está desplazando el centro de gravedad. Si antes los anuncios eran la principal gasolina, ahora cada vez más lo son los subscriptores. Esto permite unas cuantas dosis de esperanza: en la medida en que se invierta en contenidos, los periodistas recuperarán el terreno perdido en los últimos veinte años y esto tendría que comportar un aumento general de la calidad. Empresas, trabajadores y público. Los tres tienen un trocito de la solución.

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