Cuenta Umberto Eco que un día le preguntó a su querido Rey de Redonda, Javier Marías, por qué la gente tendría interés en salir en televisión, aunque fuera para mostrar sus miserias. Marías le dio una respuesta que ni a Eco ni a mí se me quita de la cabeza: porque ya no tenemos a Dios para contárselo.
Según el escritor espñol, el ser humano siempre ha sentido la vigilancia de los dioses, pero, sobre todo, el acompañamiento de alguien a su lado. Con el siglo XX, ese compañero infatigable, desapareció. O al menos desapareció para la gran mayoría de la población. Por mucho que estos dos grandes autores hablasen de la televisión como su sustituto, lo cierto es que siempre aún nos faltaba un paso más. Ese paso se dio en el siglo XXI y son las redes sociales.
Instagram, TikTok, Twitter o Facebook es nuestra manera de sentirnos menos solos. Mi abuela siempre decía que tenía la radio encendida, porque "le acompañaba mucho". Ahora encendemos las redes sociales para sentirnos acompañados, para saber que hay alguien al otro lado, ya sea en la calle de enfrente o en Nueva Zelanda, pero alguien que nos escucha, al que podemos hablar.
Esta reflexión de Marías me hace recordar algo que me sorprendió hace días. El algoritmo de Twitter me recomienda insistentemente que siga una cuenta que se llama Oración Milagrosa. Una cuenta que promete entregarnos cada día una oración y que tiene cerca de medio millón de seguidores. No puedo evitar pensar que el algoritmo, en su infinita sabiduría, ha analizado mis mensajes desesperanzados, tirando al pesimismo con humor negro, y ha deducido que necesito creer en algo. Que necesito algo de fe.
Quizás, sin darnos cuenta, hemos creado nuestros propios dioses a medidas. Unos algoritmos que saben qué queremos y nos lo sirven cuando lo necesitamos. Nos hemos vuelto adictos a la divinidad. Por eso nuestros ritos cambian, se digitalizan. Ya no encendemos velas, sino que ofrecemos likes y retuits. O como en la serie La Mesías, recién estrenada, donde un grupo de música católica se hace viral al convertirse en un meme.
El mundo se hace digital y también nuestra espiritualidad. La pregunta será saber cómo adaptaremos al futuro nuestra incertidumbre, nuestras dudas y certezas, nuestros miedos a la época de la Inteligencia Artificial. Quizás ellas se conviertan en nuestros próximos dioses.