La sátira política, un ángulo muerto (más) de los algoritmos

2 min

Uno de los dramas de vivir en la era de los algoritmos es que son intrínsecamente conservadores. Cuando es un robot quien decide qué mensajes se pueden compartir en el ruedo global, obligatoriamente se acabará buscando el máximo común denominador. Los automatismos están pensados para filtrar la mayoria de contenidos, los que avanzan por el carril central de las autopistas de la información. Pero fracasan estrepitosamente cuando se tienen que enfrentar a la ironía. Quizás algún día se podrá codificar la sátira y los algoritmos aprenderán que un mismo mensaje puede querer decir cosas radicalmente diferentes dependiente de quien lo emita. O que la exageración es una manera de señalar un aspecto negativo de la sociedad, no un llamamiento. No sé si los pobres algoritmos sueñan con ovejas eléctricas, pero sí que sé que están atrapados en el férreo corsé de la literalidad. 

Mark Zuckerberg en Washington.

Leo en el New York Times que el humorista gráfico canadiense Matt Bors ha tenido ya un par de topadas con Facebook. Un aviso más podría significar la expulsión definitiva de una red a través de la que le llegan el 60% de los lectores. Como vive de la suscripción a su página, llamada The Nib, y de las ventas de libros, mantener un tráfico intenso hacia su web le resulta fundamental. Pero cuando un dibujo suyo retrata el centro de reclutamiento de los neonazis conocidos como Proud Boys con talleres del tipo “Cómo convertirse en un tipo de navaja fácil”, Facebook le aplica una suspensión temporal, con la advertencia de que está llamando a la violencia. El algoritmo tonto no entiende que hace el contrario: denunciar la violencia fascista. 

En Blade runner detectaban a los Replicantes con un sofisticado test en el que miraban el iris del presunto androide y le planteaban un dilema moral. Pero era mucho más fácil: bastaba con enseñarles un chiste y esperar para ver si lo entendían.

stats