El medio The Nation publica un interesante análisis sobre las estrategias comunicativas empleadas por el gobierno americano para seguir permitiendo (o directamente patrocinando) el genocidio de Israel en Gaza sin tener que pagar el coste moral y de imagen de las decenas de miles de muertos. El principio básico es el de mostrarse compungido y armar toda una retórica del lloriqueo, deplorando el conflicto, mientras la maquinaria de guerra gira bien engrasada gracias en parte al aceite americano. Y escudarse en que tiene las manos atadas, como si Estados Unidos no se hubiera distinguido, precisamente, por un gran intervencionismo allí donde les ha convenido, sea Centroamérica, sea Oriente Próximo. Algunos titulares de ejemplo: “La Casa Blanca, frustrada por la embestida israelí, pero ve pocas opciones”, “Seis meses de guerra en Gaza. Biden choca con los límites de la capacidad de presión de Estados Unidos”, “Mientras Israel escala el conflicto en Líbano, la influencia de Estados Unidos es limitada”. Los tres son del Washington Post, pero habría equivalentes al New York Times. Y los titulares están hermanados por una misma tara: asumen acríticamente la narrativa oficial bien pícara. Comprende el mensaje de "Oh, ya nos gustaría, pero no podemos hacer nada". Quizás ya les está bien, la narrativa. Quizás.
La gracia del artículo del The Nation es que no se trata de una opinión: se han dedicado a contar las fuentes citadas en todos los artículos analizados y el 93% se sustentan en lo que dicen oficiales israelíes, miembros de la administración Biden o aliados del todavía presidente en el mundo de los think tanks. Relato, envuelto con celofán sensible. Si La Trinca siguiera en activo, añadirían el verso a su célebre canción: “¡Ay, pobre Biden! Y el pobre pueblo ¿qué, eh, eh, eh, eh?”