Del estado del bienestar en la sociedad del malestar. La insatisfacción crónica se ha convertido en una plaga emocional con evidentes repercusiones para la salud. Y la respuesta de la sociedad catalana es, en su mayoría, el uso y abuso de los ansiolíticos, cuya prescripción no deja de crecer.
La sobremedicación hace tiempo que es un problema que se hace notar especialmente en la salud mental. La respuesta habitual a la ansiedad y al insomnio es tratarlas con pastillas, y más concretamente con benzodiacepinas, un tipo de ansiolítico muy común que en principio sólo debe ser consumido durante un período máximo de cuatro semanas. Cuando se hace un uso prolongado, lo que al parecer empieza a ser cada vez más habitual, puede generar adicción y dependencia. Según los últimos datos conocidos, hechos ahora públicos por la Agencia de Calidad y Evaluación Sanitarias de Cataluña (AQuAS), los médicos de los centros de atención primaria (CAP) han incrementado en un año, del 2022 al 2023, un 14% las recetas de estos medicamentos, cuyos más conocidos son Orfidal y Valium.
De hecho, estamos ante un incremento tanto de los pacientes polimedicados como sobre todo de los consumidores de fármacos antipsicóticos. Los profesionales de la medicina son los primeros que deben tomar conciencia de esta deriva peligrosa que de momento nadie ha sabido detener. Es evidente que no será fácil resistirse a la presión de los propios pacientes, y que el estrés general al que nos vemos abocados debido al tipo de vida actual tampoco ayuda en nada. Pero el problema está detectado, resulta claro y, además, sigue empeorando: es necesario, pues, pasar a la acción para detener el consumo ascendente de ansiolíticos. Y no sólo. De hecho, aparte de las benzodiacepinas, la AQuAS también ha detectado otras disfunciones farmacológicas. Por ejemplo, se prescriben demasiados hipolipemiantes, un tipo de medicamentos que reducen los lípidos de la sangre y se utilizan para tratar las enfermedades cardiovasculares.
Sin duda, hacer pedagogía entre los profesionales de la salud es el primer paso imprescindible, pero el mensaje también debe llegar a la población en general. Es decir, a los consumidores finales. Esto significa que se ha producido una mejora concreta de nuestra calidad de vida –los síntomas de molestias y afecciones son rápidamente neutralizados–, pero al mismo tiempo nos expone al riesgo de las adiciones y de la sobremedicación (en paralelo, también es necesario hablar de los peligros de la automedicación)
El reto, pues, es encontrar el punto de equilibrio entre la legítima necesidad de evitar el dolor y el malestar, sea físico. o sobre todo psicológico, y mantener a raya el consumo de fármacos para no caer en contraindicaciones que a la larga pueden resultar muy perjudiciales. calidad de vida sin un exceso de medicamentos. En este punto, la presión publicitaria de la industria farmacéutica no ayuda, claro.