

Medio mundo intenta en estos momentos entender la lógica que mueve el tupé de Donald Trump. Analistas, académicos, periodistas y ciudadanos de medio mundo intentan entender cuál es y cómo funciona la racionalidad del presidente de Estados Unidos. Estupefactos, intentan comprender sus porqués para intentar prever las líneas maestras de una acción política desconcertante. Ha habido muchas interpretaciones sobre su narcisismo, su ego hipertrófico y tantas otras características psicológicas, pero quizá no hace falta darle muchas vueltas y entender que Donald Trump es un simple especulador. Negocia desde posiciones de fuerza, sin ir más allá de su beneficio económico, y extorsiona sin contemplaciones al contrincante. Ni la coherencia ni la verdad parecen límites que molesten a su capacidad ejecutiva. Trump gobierna con mentalidad de guerra, de la misma manera en la que hace negocios, campañas y aproximaciones sexuales.
Mientras los economistas intentan prever los efectos de los aranceles, anunciados en una suerte de pizarra de una subasta, y se preguntan qué consecuencias tendrá sobre la economía mundial a medio plazo, Trump juega a sembrar el pánico para negociar mejor. Especula para atraer a los afectados a una negociación bilateral que les desprovista de fuerza de negociación colectiva. Como nunca hemos visto implementar un conjunto de aranceles tan enorme, es difícil prever sus consecuencias, pero para la vida de los estadounidenses no estamos hablando de varios dólares más para comprar una tostadora, sino de miles para comprar un coche, llenar el carro del súper o pagar una hipoteca. Los primeros días de destrucción del marco mundial del comercio indican en EE.UU. caídas fuertes de los mercados y un panorama de incremento de precios, de debilitamiento del dólar (7%) y a la vez de un previsible estancamiento de los tipos de interés y de la economía.
La nueva administración de EE.UU. ha hecho saltar por los aires décadas de negociaciones y equilibrios comerciales interpretando lo que es una sofisticada cadena de proveedores y socios internacionales como una simple relación con un ejército "de estafadores". Gente que se aprovecha de la magnificencia estadounidense.
Los efectos sobre Europa dependerán de la capacidad de negociación colectiva y de si se paga con la misma moneda, aumentando o no los aranceles en respuesta al 20% de afectación general. De momento la UE responderá la próxima semana a la subida del 25% sobre el acero y el aluminio y espera establecer canales de comunicación, hoy prácticamente inútiles, para afrontar el resto. La UE deberá decidir en qué medida un mundo interconectado puede arrastrarla a aproximarse a China.
El desprecio que tiene Trump por el modelo europeo, en el que la renta de cada uno no es su único valor social, anuncia una negociación difícil. ¿Qué puede hacer cambiar los equilibrios de fuerza? Que el deterioro de la economía estadounidense se acelere y los ciudadanos entiendan que votar no es un juego sin consecuencias, ni sobre sus bolsillos, ni sobre sus limitados servicios sanitarios, ni sobre sus valores patrióticos.
Trump representa exactamente el modelo opuesto del mundo en red y cooperativo que en algún momento se había dibujado como un horizonte de progreso. Un mundo construido sobre la confianza de las personas en el ejercicio de sus relaciones comerciales y humanas, que favorecen un espíritu emprendedor, frente al miedo y repliegue que él simboliza. Los valores de esa sociedad liberal, acogedora de la diferencia y meritocrática han hecho agua. La nueva mentalidad en boga es la de la desconfianza, la amenaza, la inseguridad y el cierre para protegerse del extranjero. Parece contradictorio, pero hoy en un país de inmigrantes y nietos de inmigrantes se ha impuesto la idea de que el mundo es un lugar hostil lleno de extranjeros a los que temer.
La política de Trump destruye lo mejor de EE.UU., lo que lo ha hecho un país próspero, rico y libre. Hoy, la reacción MAGA ataca a las instituciones y comunidades más implicadas en el intercambio internacional: investigadores, científicos, universidades, el cuerpo diplomático, las agencias de ayuda exterior y alianzas internacionales como la OTAN y la ONU.
Ante esta andanada parece que empiezan a despertarse algunos demócratas y pocos republicanos, hasta ahora confortables y complacientes, que sonreían plácidamente esperando el naufragio. Para medio despertarse ha sido necesario que el agua entre por todas las vías de la economía, el comercio, la inmigración, los derechos individuales, la política de asilo, los pocos servicios públicos –ya sean en sanidad o educación–, la libertad de cátedra en las universidades y la investigación científica.
Los estadounidenses tendrán que entender que son ciudadanos y que pueden y deben ejercer la ciudadanía si quieren frenar no ya la decadencia sino la recesión y el derrumbe de los valores fundacionales, determinantes en momentos clave como la Segunda Guerra Mundial. Ya no es solo una cuestión de bolsillo, sino de identidad. Y claro, esto tiene costes.