Así se gestó la operación clandestina para llevar y sacar a Puigdemont de Catalunya
Una cena de distracción y un piso en Poblenou: el ARA reconstruye las horas clave del regreso del expresidente el 8 de agosto

BarcelonaUn hombre espera impaciente en una calle del barrio de Sant Pere de Barcelona. Es el 6 de agosto de 2024 y pasan riadas de turistas por allí. Ya está oscuro, está intranquilo y sospecha de todos. Se fija sobre todo en aquellos que no hacen nada, que simplemente esperan. ¿Le están siguiendo? Él solo espera un coche, que no sabe de qué marca ni el conductor, sólo quien estará en los asientos traseros. A 190 kilómetros de allí, junto a Perpiñán, los amigos más cercanos del expresidente Carles Puigdemont comienzan a llegar a la casa donde se les ha citado. Es una cita especial. Está Gonzalo Boye, mucho más ya que su abogado, y también Jami Matamala. Están allí para hacer la última cena con Puigdemont, ya que existe la sensación de que será el último encuentro con el expresidente en libertad. A la hora indicada llega el coche que normalmente lleva el líder de Junts, pero no hay rastro de él. Sólo su teléfono. La sorpresa es mayúscula entre los comensales, cenan y marchan: no sabían que formaban parte de una maniobra de distracción.
En este momento, en Barcelona, se acaba la espera –de una hora– del hombre impaciente en una calle del barrio de Sant Pere. Llega un coche conducido por una pareja de voluntarios de avanzada edad. Viene de la Cataluña Norte y ha entrado en el Principado por carretera. En los asientos traseros están Carles Puigdemont y el secretario general de Junts, Jordi Turull, totalmente incomunicados desde hace horas. Es la primera vez que el expresident pisa Barcelona desde el 2017. Son siete años de exilio, pero baja del coche en silencio y entra enseguida en un piso donde se cerrará durante dos días seguidos.
Éste es el primer paso del que será el regreso fugaz de Puigdemont, que solo se dejará ver en público unos minutos el 8 de agosto. La operación cogerá a contrapié a todos: los Mossos d'Esquadra, la Guardia Civil y la Policía Nacional, pero también Junts y el resto de partidos y entidades independentistas, que se habían preparado para su encarcelamiento. Òmnium tenía lista una página web para denunciar la situación y movilizar recursos que nunca acabará activando. En realidad, la jugada tomará por sorpresa incluso al presidente del Parlament, Josep Rull, al presidente del grupo, Albert Batet, ya toda la cúpula juntera. También los expresidentes Artur Mas y Quim Torra. Solo tres personas del entorno del expresidente saben qué va a pasar: Turull, que se ha dado de alta de abogado con poderes de representación del expresidente y que no debe separarse de él ni un momento, y Toni Castellà, que desde el Consejo de la República (CdR) idea toda la operación con su mano derecha, Teresa Vallverda miembro de la ejecutiva.
La posible fuga de Puigdemont, si no puede entrar en la cámara catalana tal y como ha prometido, se verbaliza en una reunión pocos días antes del día D, a finales de julio. No es en un encuentro de la dirección de Junts ni del Consell, sino en una de esas cumbres en las que el expresidente convoca el núcleo de su confianza más estrecha, de fuera y dentro del partido. Los participantes en ese encuentro se pueden contar con los dedos de las dos manos y, entre ellos, se encuentran Turull y Castellà. Es aquí donde una voz con ascendencia de dentro de la reunión plantea un escenario que hasta entonces no se ha contemplado: si Puigdemont no puede entrar en el pleno por la presencia policial, ¿puede salir de nuevo del país? Parece imposible, pero lo último que quiere el expresidente es dejarse detener después de siete años de exilio.
La Operación Urnas
Si en agosto del 2017 decenas de voluntarios cruzaban la frontera para llevar urnas por el 1-O en una operación clandestina que hizo posible el referendo, ahora, siete años más tarde y un mes de agosto, se estaba gestando otra operación secreta, que era igual de complicada. Había que llevar y sacar a Puigdemont de Catalunya el día que Salvador Illa era investido. Bajo la máxima de que no podía ser detenido, un centenar de personas se implican en un operativo donde también hay gente que tuvo un papel primordial en el reparto de urnas por el Principado. Y como en 2017, esta red de voluntarios funciona de forma piramidal y cada uno de los implicados se limita a realizar la tarea que le han encomendado sin hacer preguntas. Tareas aparentemente sencillas y otras que no tanto, pero que quien las hace no sabe su razón de fondo. Nadie del operativo tiene toda la información ni sabe cómo acabará la película, sólo Castellà y Vallverdú.
El piso de una calle de Sant Pere, de hecho, es de un voluntario. El 6 y 7 de agosto las horas pasan lentas. Las persianas están siempre bajadas y no llevan móviles. Puigdemont lee un libro grueso. Lo acaba y comienza otro. Turull se encuentra mal y necesita medicación. La conversación versa sobre anécdotas y frases célebres, desde Henry Kissinger, secretario de Estado de EEUU durante la guerra de Vietnam, hasta Israel y Palestina. Pero también se habla de la estrategia: se hará un acto en el Arc de Triomf a primera hora del día 8, organizado por el Consejo de la República, y Puigdemont realizará una breve intervención. El escenario deseable es que pueda entrar en el Parlament, pero lo más probable es que, a la vista del despliegue de Mossos, no se le permita entrar ni en la Ciutadella. Por eso se diseña una operación para que desaparezca en medio de la multitud.
La Honda blanco
Habrá un coche blanco en el parking subterráneo de Arc de Triomf, cuya salida queda junto al escenario del Consell. Es un Honda y se aparca allí el día antes, el 7 de agosto. También hay otro piso en el límite entre Poblenou y Vila Olímpica, de otro voluntario, que será donde irá Puigdemont después de aparecer en Arc de Triomf. Se habla con la conductora del vehículo, que sufre diversidad funcional, y sólo se le da una directriz: sea cual sea el recorrido que elija para llegar a Poblenou, que sea en dirección a la cámara catalana. Primero, para tener contacto visual con la entrada del Parque de la Ciutadella y comprobar que existe una barrera policial y Puigdemont no puede acceder; y después, porque es la maniobra de distracción perfecta, pese al riesgo: a ningún mosso se le ocurrirá que está volviendo a Waterloo si se dirige hacia el Parlamento. "A nosotros nos salió bien, pero la policía nos menospreció", apunta uno de los implicados en toda la operación.
Tres reuniones
La cúpula de los Mossos se reúne pocos días antes para plantear el dispositivo de la investidura y detención. También se analiza cómo dar seguridad a las dos manifestaciones previstas (la de bienvenida al expresidente y la de la extrema derecha) a la vez que se garantiza el pleno de investidura de Isla. El del 7 de agosto es el último encuentro operativo de las tres reuniones que se celebran. Los Mossos han valorado, principalmente, dos escenarios: que Puigdemont vuelva a Catalunya días antes de la investidura para intentar acceder al Parlament, o que intente hacerlo el mismo día del pleno. No aparece en ningún análisis la posibilidad de que el expresidente venga y vuelva a marcharse. ¿Negligencia? Es una misión delicada e incómoda para la policía catalana, tal y como constatan varios mandos consultados. Hay una orden vigente de detención, pero también tienen el deber de mantener la proporcionalidad: están frente a un diputado, un expresidente y alguien que sólo está acusado de malversación. Así, deciden esperarle en la entrada del Parlamento para detenerlo allí, sin intentar interceptarlo antes. Confían en que llegará porque es lo que ha dicho públicamente. ¿Hay algún pacto con el entorno de Puigdemont para que asuman que será así? No. Hay tan sólo un intento de llegar a un acuerdo por parte de la policía que no prosperó.
El contacto Boye-Mossos
Para entenderlo debemos remontarnos el 28 de marzo del 2023. La exconsejera Clara Ponsatí aparece por sorpresa en el Colegio de Periodistas de Barcelona después de casi seis años de exilio. Con una orden de detención vigente emitida por el Tribunal Supremo, la Comisaría General de Información de los Mossos improvisa un operativo para detenerla, que se concreta en la plaza de la Catedral. La llevan a la Ciudad de la Justicia, y en ese edificio hay una conversación clave. El jefe de Información de los Mossos, el intendente Carles Hernández, habla con Gonzalo Boye, letrado de Ponsatí, pero también de Puigdemont. El mando policial considera que la operación con la exconsejera ha ido bien, que ha sido limpia, y ya pensando en un posible regreso de Puigdemont, le emplaza a hablar más adelante.
La conversación llega en junio del 2024. Hernández contacta con Boye en un momento en el que ya se ve que el Tribunal Supremo rechaza la aplicación de la amnistía al expresidente y él mantiene el compromiso de volver. ¿Hay posibilidad de pactar una detención? La respuesta del abogado es que debe abordarlo con su cliente. Y será que no: no habrá salida pactada ni más contacto. Y así llega el 8 de agosto, el día previsto para la investidura de Isla. El guión previsto es que habrá una detención de Puigdemont y que el pleno se suspenderá, por respeto al expresidente, por lo menos durante unos días. Lo dan por sentado desde el Gobierno y desde el Parlamento. También la cúpula de Junts. De hecho, algunos están listos para acabar el día en Madrid, que es donde los Mossos tienen previsto llevar a Puigdemont una vez hubiera sido detenido a las puertas del Parlament.
Los magos y el sombrero de paja
Es 8 de agosto del 2024 y faltan pocos minutos para las 9 de mañana, la hora en la que debe empezar el acto de recibimiento en Puigdemont convocado por el Consejo de la República en Arc de Triomf, en colaboración con Òmnium y la ANC. Puigdemont sale del piso del barrio de Sant Pere flanqueado por Jordi Turull y solo otras dos personas para garantizar su seguridad. Son sólo 100 metros de silencio y tensión hasta llegar a la esquina entre el pasaje de Sant Benet y la calle Trafalgar.
Hay 40 agentes de información de los Mossos en la zona (y hasta 600 de todo el cuerpo policial desplegados por los alrededores) pero ninguno ve conveniente detenerle porque enseguida comienzan los gritos de presidente, se acumulan las cámaras y comienzan los empujones. Los diputados de Junts, que le esperan en la calle Trafalgar desde las 8.30 convocados por Batet, le encapsulan hasta entrar en el perímetro de seguridad –una valla de hierro tapada con una lona negra que rodea la tarima. El momento es complejo: Puigdemont tiene que correr los últimos metros, Batet cae al suelo y se desgarra la americana y la cara de Turull refleja el dolor que ha pasado los últimos días encerrado en el piso de Sant Pere. "Aún estamos aquí (...). No sé cuándo volveremos a vernos, pero pase lo que pase, cuando volvemos a vernos, que podamos llamar viva Catalunya libre", proclama Puigdemont, visiblemente nervioso, en el escenario.
A menudo, los magos te enseñan una mano con insistencia para que centres toda su atención cuando, en realidad, están haciendo el verdadero truco con la otra. La distracción de Puigdemont es la gente, las cámaras y el convencimiento de todos de cuál era el guión previsto. Los voluntarios del Consell tienen la directriz de empujar a los concentrados hacia abajo Paseo Lluís Companys y abrir un pasillo para que toda la comitiva institucional encabezada por Rull suba hacia la Ciutadella. "Ahora acompañaremos al muy honorable presidente en el Parlament. Para ello siga las instrucciones de nuestros voluntarios", se siente por megafonía. La cámara de TV3 sigue la riada de gente y también lo hace el dron de los Mossos. Incluso un agente que está frente al TSJC canta por la línea interna que está viendo a Puigdemont bajando a pie. "A veces la gente sólo quiere ver lo que quiere ver", resume un implicado en la operación. En el Centro de Coordinación de los Mossos, en la comisaría de Sant Martí, todos los mandos policiales se acercan curiosos a la gran pantalla con la que controlan lo que ocurre en Arc de Triomf. Se esfuerzan por ver a Puigdemont, como quien busca a Wally, pero no está.
En ese preciso momento hay sólo un agente policial que le tiene localizado. Corre detrás del Honda blanco que ha salido del parking de Arc de Triomf y que lleva al expresidente y Turull dentro. La maniobra de distracción, en este caso, ha funcionado casi a la perfección y ha contado con dos elementos aparentemente inofensivos: una carpa y los sombreros de paja que llevaban a los voluntarios de la organización, colocados estratégicamente. Dos días antes de la investidura, la dirección del Consejo de la República hace un llamamiento a los responsables territoriales para que busquen a gente de la máxima confianza. "Se avisó a quien conocíamos bien, a los más comprometidos de que sabíamos que no fallarían, no eran simples registrados del Consell", deja claro una dirigente consultada.
A este conjunto de personas, justo antes de que comience el acto, se les da una instrucción precisa: deben ponerse bajo el escenario, junto a la carpa, y sólo unos metros más arriba de la salida del parking. Ellos no saben que por ahí se escabullirá Puigdemont, pero sí que tienen la orden de mantener ese espacio libre de gente ajena a la organización. "Sin sombrero, nadie entraba allí", comenta una persona involucrada en el operativo. Paralelamente, la ANC envía el día antes una circular a sus socios en la que se anima a la militancia a ir con gorra, que también se pondrá a Turull en el momento preciso.
Justo al terminar el discurso, y mientras toda la comitiva política ya empieza a bajar por el Paseo Lluís Companys, Puigdemont y el secretario general de Junts entran en la carpa que hay a la derecha del escenario y cogen la dirección contraria a la multitud. Un voluntario rompe las bridas de las vallas para que puedan salir y subir al Honda blanco, que está detenido, haciendo esperar a un turista holandés con un Wolkswagen. El vehículo, que lleva teletaco para no tener que esperar al cajero automático, sube a la avenida Vilanova, baja por Nápoles, gira Buenaventura Muñoz y coge Cerdeña.
Un error del policía
El agente de información corre tras el coche dos kilómetros sin detenerse. Mide más de un metro noventa y está colocado encima de mobiliario urbano, por lo que ha podido ver el movimiento de Puigdemont dentro del recinto por encima de la valla. Intenta avisar por la emisora policial de que el expresidente va en el coche blanco, pero no tiene espacio para entrar. Mientras corre, llama a su superior y le informa. Se equivoca: dice que es un Peugeot cuando es un Honda y tampoco acierta todos los números de la matrícula.
Pierde la visibilidad del coche en el cruce Trias Fargas con paseo de la Circunvalación. La cúpula de Interior recibe una llamada de la Policía Nacional: "Esperamos que el coche blanco sea suyo", comenta un alto dirigente de la policía española. La respuesta es negativa. En el centro de coordinación policial existe estupefacción, y también indignación. A los pocos minutos, una cámara de la Guardia Urbana en el Túnel de la Rovira detecta el vehículo. Puigdemont ya no va: está en un piso situado entre la Villa Olímpica y Poblenou, mientras que la conductora del coche, que va en silla de ruedas y tiene los cristales traseros tintados, sigue la directriz de dar vueltas por la ciudad sin ningún destino concreto. Al mediodía llega a comer con su familia.
La entrada del mamut
Mientras, ningún alto dirigente de Junts –a excepción de Castellano, Vallverdú y Turull, que está con Puigdemont– sabe lo que está pasando. Albert Batet dirige a los diputados junto a Josep Rull a la entrada del Parlamento donde se encuentra Mamut, ya que es así como el día antes se lo ha indicado Interior para evitar encontrarse con la manifestación de Vox en la puerta de la Estación de Francia. Ellos no saben dónde está Puigdemont, pero creen que acabará llegando al Parlament. La situación se tensa con los Mossos y Batet se dirige a la cabeza del cuerpo, Eduard Sallent, que se ha acercado hasta allí porque asume que será allí donde interceptará al expresidente. "No hemos sido tratados como nos corresponde como diputados", le espeta Batet. "Pues no son las órdenes que les he dado", le responde Sallent. ¿Era el jefe de los Mossos quien iba a detener a Puigdemont? Se valoró esta opción, pero acabó decidiendo que fuera un mando de Información. Existen varios desplegados cerca de los diversos accesos del Parque de la Ciutadella. Matan la espera comiendo cacahuetes.
Los parlamentarios van entrando en la cámara catalana –los de Junts llaman "Visca Catalunya lliure"–, mientras que Salvador Illa enfila uno de los discursos más cortos que ha hecho un candidato de investidura –probablemente porque asumía que ese día se suspendería el pleno. Tampoco Batet, que es quien acaba interviniendo en nombre de Junts en el hemiciclo, tiene nada preparado. Improvisa sobre la marcha y solo se le pide algo por parte de la persona que actúa de enlace con Puigdemont, incomunicado: que diga que esperan que el líder de Junts pueda ejercer sus derechos durante la jornada. La operativa para huir necesita tiempo y sobre todo sembrar la confusión. Entre las filas junteras alguien incluso de forma genuina hace correr que tarde o temprano Puigdemont aparecerá en el atril.
Dos pisos y todo el trayecto en coche
Pasa poco tiempo entre el momento en que el agente de Información pierde de vista al Honda blanco y los Mossos toman una decisión complicada. Eduard Sallent activa la operación Jaula para bloquear los accesos de Barcelona y también los pasos fronterizos. Según fuentes conocedoras, es una decisión movida por dos principales motivos: el primero, el de sentirse engañado. Desde Interior apuntan que desde el entorno de Junts les habían apuntado que no habría giros de guión. Y también fue una decisión movida por el temor a no hacer lo suficiente. Es decir, que la judicatura (tal y como se ha visto después) criticara que los Mossos no hicieron todo lo que tenían a su alcance para detener a Puigdemont.
Durante la tarde, la policía catalana recibe llamadas del propio Llarena. La jaula dura dos horas y los controles en la frontera se alargan todo el día. La principal hipótesis de los Mossos es que Puigdemont nunca quiso entrar en la Ciutadella por la puerta del Mamut, sino que quería colarse por una puerta de mercancías del zoo. De hecho, añaden que justo cuando la Honda blanco pasa por este punto en el cruce del paseo de la Circunvalación, la policía detecta que una de las puertas del zoo que da al Parlament está abierta. Sin embargo, hay controles en todos los accesos y creen que esto frena a Puigdemont a la hora de intentarlo. Una hipótesis policial que, en todo caso, desmiente de forma tajante el entorno del expresidente: "Este acceso no estaba entre los escenarios".
Puigdemont está en el piso de Poblenou-Villa Olímpica y, en un momento de la jornada, todavía se trasladará a otro domicilio en Barcelona. Aún había un tercero que finalmente no se utiliza. Hacia las ocho de tarde sube el camino hacia la frontera por la autopista del Maresme y, pese a los controles de la policía, no se encontrará ningún uniformado que dificulte su camino, pese a las curvas de trayecto. Todos los viajes los realiza en coche, pero ya no en el Honda blanco, el único que tiene localizado a la policía. Durante el día los Mossos siguen a personas del entorno de Puigdemont por si lo pueden detectar, sin éxito. "El presidente ya está a buen recaudo", se envía casi a medianoche del 8 de agosto. El expresidente lo transmite en persona tanto al líder de Òmnium, Xavier Antich, como a Lluís Llach, presidente de la ANC, que es quien se encarga de hacerlo público.
La rotura emocional
El conseller de Interior, Joan Ignasi Elena, vive la fuga de Puigdemont desde el Parlament, sin sacar el ojo del móvil. Está enojado, como prácticamente toda la cúpula de la conselleria. No encuentra respuestas entre los diputados de Junts. "¿Dónde lo tiene escondido?", pregunta un expresidente en los pasillos. Los Mossos e Interior defienden que habían preparado un dispositivo honesto, proporcional, para realizar una detención digna, y que la respuesta había sido un engaño. Este rencor se nota al día siguiente en una rueda de prensa, donde Sallent acusa a Puigdemont de hacer un "Jimmy Jump". Mientras dura la comparecencia, los cargos de Interior (también habla el director de la policía, Pere Ferrer), van recibiendo –y mirando– mensajes, algunos con desaprobaciones y otros con ánimos, incluso de gente de Junts que no entiende qué ha hecho el expresidente.
La escapada de Puigdemont después de su regreso del exilio es un punto de no retorno entre la cúpula de los Mossos y Junts. Es una ruptura emocional entre la formación heredera de Convergència, que los impulsó, y unos mandos que no esperaban lo ocurrido. Sobre todo por parte de Sallent, que nunca ha sido ajeno a este espacio ideológico. No en vano, el día de la toma de posesión de Isla, el sábado en el Palau de la Generalitat, Jordi Pujol tuvo una pequeña conversación con el entonces jefe de los Mossos. Una especie de "consuelo del desconsuelo" que el expresidente también ha replicado con Pere Ferrer, también originario de este espacio.
El fracaso del 8 de agosto por parte de los Mossos les ha situado a los pies de los caballos, no sólo porque quedaron en evidencia delante de todos, sino porque a estas alturas todavía hay una causa abierta de Vox y Hazte Oír –a la espera de lo que decida la Audiencia de Barcelona– contra toda la excúpula de Interior. Pero quienes tienen peores perspectivas, y sin benevolencia alguna por parte de la dirección del cuerpo, son los tres mossos encausados para ayudar a Puigdemont a huir: vilipendiados dentro de la policía y bajo la amenaza de condena penal. No cabe duda de que ellos están fuera de la ley de amnistía, que solo ampara hasta el 23 de noviembre del 2023. Y el retorno efectivo de Puigdemont sigue en manos del Tribunal Supremo. Sin embargo, los partícipes en el operativo –y también Puigdemont– sacan pecho del éxito de la operación: "El independentismo necesitaba una victoria después de tantos batacazos y se logró el mismo día que perdía la Generalitat", concluye uno de los implicados.