

Trump ha sometido a Europa a dos choques serios, pero conceptualmente separables: el comercial –aranceles– y, a raíz de la guerra de Ucrania, la retirada efectiva de la garantía de seguridad. Ambos reclaman respuesta, pero creo que la urgencia no es la misma. En el primer caso la respuesta inmediata debería ser moderada, á la Sheinbaum (México). Aumentar los aranceles europeos duele en los exportadores americanos pero también en los importadores europeos. Por lo pronto es mejor no alimentar la escalada y dar tiempo a que se cueza en EEUU una reacción interna que lleve la política comercial americana hacia la sensatez. Ahora bien, si no se cuece, las represalias deben ser una opción viva y, si es necesario, contundente.
En cambio, en el segundo caso la urgencia es grande. Europa tiene un margen de pocos años para construir una estructura de defensa independiente de EE.UU. y creíble para Putin. Tiene tiempo porque la resistencia de Ucrania ha infligido un considerable desgaste a un país, Rusia, con un PIB inferior al de Italia. Se ha dicho que Putin carece de ambiciones agresivas más allá de Ucrania. Un artículo (Sánchez-Cuenca en El País) insistía en que fortalecer la defensa nos distraería de combatir la extrema derecha. No veo por qué. Hoy es el mismo combate. Carney en Canadá ha remontado las expectativas del partido liberal combatiendo la contaminación trumpista del partido conservador. Fisas, en el ARA, nos recomienda hacer una "propuesta interesante" implicando a los estados fronterizos con Rusia (¿neutralidad?, ¿desarme?, ¿también lo exigiremos de Bielorrusia?). Mi convicción es que las amenazas de Putin sólo nos dejarán de hacer perder el sueño si el presidente ruso se enfrenta a una defensa que le inspire respeto. Trump pretende que a esto le dediquemos el 5% de nuestro PIB y que buena parte sean compras en EEUU. Si alguna vez dedicáramos el 5% a defensa, sería una gran estupidez no ser autosuficientes. Pero la situación es mejor: estoy de acuerdo con Miquel Puig que para contener a Rusia sin depender de nadie debería bastar, si se hacen las cosas bien y nos ponemos inmediatamente, con un 2%. Tomar el riesgo de no hacerlo sería una extrema imprudencia.
En el artículo de hace dos semanas describía un escenario probable para la construcción de la defensa europea. Era esencialmente la propuesta de Von der Leyen: dirección coordinada entre Reino Unido y un núcleo de países de la UE, un paquete de gasto adicional en defensa (800.000 millones de euros, para Von der Leyen) del que un 20% podría ser comunitario y el resto de los estados miembros vía el margen de endeudamiento que puedan permitirse. Dadas las realidades fiscales de Europa, esto significa que el peso del "rearme" recaería sobre Alemania. Ironicé sobre la paradoja de que en Europa hoy el rearme de Alemania no nos dé miedo. Pero la lectura de un artículo de Habermas (El País, el pasado domingo) me hace reflexionar más allá de la ironía y concluir que el escenario descrito no es satisfactorio y puede ser peligroso. Si tiene que haber un salto cualitativo en la defensa, no sería ni económicamente eficiente ni, sobre todo, políticamente razonable que un estado, se llame Alemania o se llame Francia, sea responsable y controle la fuerza militar más potente de Europa. La experiencia del pasado y del presente en Europa y EE.UU. nos indica que los procesos democráticos no son inmunes a elegir gobiernos autocráticos. Si hay que armarse, necesitamos controles y contrapesos (checks and balances).
En mi opinión, un escenario mejor fuera el siguiente: el programa de defensa de la UE se financia con una emisión de deuda de la UE, como con los fondos Next Generation. La inversión de los fondos se determina y gestiona desde la Comisión –coordinada con Reino Unido–, que gana así fuerza para impulsar estructuras orientadas a la defensa exterior y no repetitivas. Ahora bien: la inversión –y la correspondiente creación de empleo de todo tipo– debería dispersarse por toda Europa. Por tres razones: seguridad, repartir el beneficio económico y establecer sobre el terreno una situación de interdependencia total entre los Estados miembros.
Desafortunadamente, esto no ocurrirá. La Comisión es demasiado débil para liderar a la defensa. Lo es por razones variadas, pero una clave es la regla de la unanimidad. La posibilidad de que un Orbán acabe siendo un factor decisivo en cómo se construya la nueva defensa europea –puede ser responsable de que, por ejemplo, no se mutualice el coste, y por tanto no sea una empresa realmente europea– no es aceptable. La UE está aprendiendo a prescindir de Hungría. Pero lo hace debilitando a la Comisión. No debería ser así.