La guerra de los aranceles como oportunidad


MadridEstamos tan acostumbrados a la bronca que no acabamos de creernos la posibilidad de que haya cambios sustanciales en las relaciones entre los partidos a consecuencia de la guerra comercial iniciada por el presidente estadounidense, Donald Trump. Pero el fenómeno tiene su interés y vale la pena analizarlo. El paréntesis que se ha abierto, singularmente entre el gobierno de Pedro Sánchez y el PP de Alberto Núñez Feijóo, representa una oportunidad para el país y para ambos. Para el país, porque es cierto que es necesaria una respuesta con el máximo apoyo político y social. Y para los respectivos líderes de los socialistas y populares, porque ahora les toca comportarse como hombres de estado. Sobre todo Feijóo, porque no tiene tantas ocasiones de abandonar el manual de oposición radical y destructiva para pasar a desempeñar un papel de candidato presidenciable.
Es verdad que al poder se llega habiendo provocado previamente un fuerte desgaste del gobierno. Pero esto no es suficiente. La gente debe reconocer que el candidato a asumir la presidencia del ejecutivo es una persona fiable, con autoridad, criterio y un cierto grado de prudencia. Por eso, todos los partidos suelen tener una figura que hace de ariete, un Alfonso Guerra en el PSOE del pasado, o un Miguel Tellado en el caso del PP actual. No los comparo, porque son muy distintos, también en su apariencia física, pero encarnan o han encarnado funciones que resultan indispensables para quien está al frente de la organización. El líder de una fuerza política de gobierno no puede decir según qué, pero suele tener a su alrededor la figura de un portavoz o representante capaz de hacer de ariete y decir sin problemas lo que se le ocurra, sin límites.
En parte, el alejamiento de la política se debe al abuso de este tipo de figuras y estrategias. La política española se ha caracterizado desde la etapa de José María Aznar por prácticas de confrontación radical, en la que quien ostenta el poder intenta no dejar respirar a la oposición. Por eso es tan hipócrita que los populares acusen a los socialistas de querer ocupar las instituciones, cuando lo que hicieron en el pasado es esencialmente lo mismo. Y no hay muchas dudas de que PP y PSOE volverán por donde han venido y se embarcarán de nuevo en una política de descalificaciones. La incógnita es cuánto va a durar este paréntesis, y si va a servir para algo más que para cargar pilas antes de volver al clima de los enfrentamientos continuos.
No estaría mal que para aprovechar la ocasión el gobierno quisiera quitarle la palabra al PP y convertir los primeros contactos para hacer frente a la política de aranceles de Trump en algo más que una concertación más o menos puntual y una operación de imagen. El encuentro entre Sánchez y Feijóo cuando el primero quiso realizar una ronda de contactos para hablar del aumento del gasto en materia de seguridad y defensa no sirvió para mucho más que para tener nuevas fotos de saludos a las puertas de la Moncloa. Ahora, la amenaza de guerra comercial puede tener consecuencias más rápidas y tangibles para muchos sectores, es decir, para mucha gente.
Ha habido personas de diversas edades y condiciones que durante estas últimas semanas me han preguntado si es verdad que corremos el riesgo de que en Europa estalle un nuevo conflicto armado, si los rusos serían capaces de atacar a Finlandia oa los países bálticos como lo han hecho con Ucrania. No lo encuentran verosímil, pero lo preguntan, conscientes de que muchas hipótesis que hasta hace poco parecían inimaginables ahora no pueden descartarse. El hecho, por tanto, es que lo que en un pasado reciente nos habría parecido política ficción ahora forma parte de la realidad, y reclama respuestas. Aquí es donde habrá que actuar con prudencia pero también con cierta audacia.
Presupuestos, ¿ahora sí?
En el ámbito interno, por ejemplo, ¿por qué no intentar dar un nuevo empujón al intento de contar con un debate de presupuestos de 2025? Todo el mundo ya había asumido que no habría nuevas cuentas del Estado este año. Pero tendría todo el sentido del mundo de que Sánchez instara al PP a incluir la negociación de un proyecto de presupuestos como parte de un gran acuerdo ante la incertidumbre generada por la guerra de aranceles de Trump. Ya sé que las posibilidades de que una propuesta de este tipo prospere son muy escasas, por no decir nulas. Pero después de ver y sentir tantos movimientos parlamentarios y tantas iniciativas basadas en simples intereses coyunturales, ¿por qué no poner en juego una carta más alta.
El tacticismo es denunciable cuando sirve para poner en marcha maniobras hipócritas e instrumentales, cuando se utiliza una ley o una situación de necesidad como simple palanca. Esto no quita legitimidad a las iniciativas guiadas por una suerte de "tacticismo positivo", en la medida en que pretenden aprovechar una situación excepcional para encontrar salidas que en el día a día de la simple lucha por el poder parecen imposibles. No siempre que pensemos que lo que nos disponemos a proponer no será aceptado acabamos por renunciar a plantearlo. A veces merece la pena que nos digan que no, porque una negativa también pone en evidencia las auténticas intenciones de nuestro interlocutor.
Ahora el gobierno español y el PP han empezado a verse ya hablar en unos términos insólitos hasta hace pocos días. El ministro de Economía, Carlos Cuerpo, se reunió con el portavoz popular en la materia, Juan Bravo. La primera vez que Cuerpo invitó a los populares a un encuentro similar quien se presentó fue Miguel Tellado. El contacto no tuvo efectos positivos. Ahora por lo menos no ha habido pelea. Muchos sectores, empezando por el agroalimentario, verían con esperanza de que gobierno y oposición pudieran trabajar juntos para garantizar estabilidad y salidas a su producción.
El ejecutivo de Sánchez ya tuvo que afrontar políticamente en solitario la lucha contra la pandemia, aunque con la solidaridad individual de mucha gente. Nada ganó el PP con su política de oposición, criticando incluso los decretos del estado de alarma, por promover un estado de excepción pensado para otros tipos de alteraciones de la convivencia democrática. Por el momento lo que los populares han hecho bien es poner en evidencia las contradicciones de Vox. Feijóo ya sabe que la alianza con la extrema derecha difícilmente le llevará al poder. Por el contrario, le aleja de la Moncloa, porque le priva de cualquier otro tipo de pacto. Y también Feijóo debería saber hacer de la necesidad de virtud.