Hoy hablamos de
US Presidente Donald Trump signs executive order
07/04/2025
2 min
Regala este articulo

Tomar el nombre del pueblo en vano. Podríamos llamarlo la blasfemia laica. Es un fenómeno político cíclico que ha llevado a menudo a experiencias trágicas, entre ellas el fascismo. Ahora estamos en fase de regreso, con Donald Trump como comandante jefe, cada día más encantado con la exhibición de una autoridad que se pretende por encima de cualquier límite. Él –en nombre del pueblo– decide por todo y por todos: marca los aranceles que pone y los que quiere que le pongan los demás países. Un ser nada empático, que cree que el mundo comienza y termina en su figura: un cuerpo peinado de amarillo que camina pisando a los demás y que pasea su volumen con una arrogancia que pretende decirnos que todo comienza y termina en él.

Las normas del sistema democrático son irrelevantes: Trump se siente con legitimidad para saltarse todo lo que le moleste. Tanto es así, que justo al comienzo de su segundo mandato ya está explicando cómo lo hará para obtener un tercero, algo que la ley prohíbe. Anuncia su objetivo dando por entendido que nadie tiene derecho a oponerse, y desde el primer día no hace más que debilitar a las instituciones democráticas. Empezando por la negación sistemática de la autonomía del poder judicial.

De modo que es presidente –y cuesta entender que las instituciones americanas lo permitan– llevando una mochila de sentencias judiciales encima. En su opinión, ni el poder judicial ni el poder legislativo tienen derecho alguno sobre él, porque tiene la legitimidad del pueblo. Argumento con el que todos los dictadores –los que han llegado por la fuerza y los que han llegado por el voto– pretenden amparar una presunta inmunidad. Así, con Trump la democracia americana está en un momento de suspensión en el que todo se tambalea a su ritmo, y ni el Partido Demócrata parece capaz de salir a plantar cara. No es de extrañar que el único sujeto de su tipo que lo acompañaba, Elon Musk, ya esté en vías de salida. Lo ha anticipado el propio Trump como si quisiera dejar claro que también en este caso tiene él la última palabra. Él camina y quien no lo sigue descarrila.

Sin embargo, el punto débil de estos delirios nihilistas, de ese creer que todo está permitido, es que, instalados en su fantasía, creen antes de tiempo que el adversario ya está desactivado, y acaban perdiendo el sentido de la realidad hasta quedar atrapados en un mundo que habían leído equivocadamente. La manera en la que Putin lo torea y lo marea con la guerra de Ucrania es una prueba evidente de ello. El nihilismo hace perder el mundo de vista, porque si algo caracteriza a la experiencia humana es que no todo es posible. Negar esta realidad es el eslabón débil del autócrata. El déspota, insensible a los límites de lo posible, puede acabar atrapado en el delirio autoritario que tenía que ser definitivo, ahogado en su propia fantasía. ¿Lo será el embate económico con el que se ha descolgado esta vez?

stats