12 creadores y pensadores invitan a reaccionar contra el miedo y el pesimismo
Figuras como Rafael Argullol, Daniel Gamper, Denise Duncan, Manel Ollé, Eliane Brum y David Bueno plantean salidas de futuro en la ola de fatalismo

BarcelonaEl mundo está cogiendo una deriva ideológica que nos aboca al pesimismo: vuelve la dinámica de la guerra, los extremismos están en auge, el miedo a la diferencia domina el ágora pública, la democracia liberal está en crisis y estamos perdiendo la batalla contra la crisis climática. ¿Existe alguna esperanza para salir de ese estado de desánimo, de esa percepción de declive? La tentación del fatalismo pesimista es grande. De ahí la necesidad de una esperanza activa, que rime con determinación. La reacción individual y colectiva se hace más perentoria que nunca. Como escribe el filósofo surcoreano Byung-Chul Han en El espíritu de la esperanza (Herder), "la esperanza es la única que nos pone en camino, que nos ofrece sentido y orientación, mientras que el miedo imposibilita la marcha". Para ensayar salidas, hemos hablado con creadores y pensadores diversos para que nos ayuden a reaccionar, encontrar vías de esperanza.
Les hemos hecho dos preguntas:
¿El fatalismo se está instalando en el imaginario global? ¿Y por qué?
¿Cuáles pueden ser los motores de reacción, cómo podemos dar oxígeno?
- Rafael Argullol, escritor y filósofo
- Victoria Szpunberg, dramaturga y directora teatral
- Judit Carrera, directora del Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona
- Daniel Gamper, filósofo
- Eliane Brum, periodista y escritora
- Denise Duncan, dramaturga y directora teatral
- Íngrid Guardiola, ensayista y realizadora audiovisual
- Yacine Belahcene, músico y gestor cultural
- Manel Ollé, escritor y especialista en China
- David Bueno, científico y escritor
- Pol Morillas, director de CIDOB
- Xavier Vives, economista
Rafael Argullol
Escritor y filósofo, es autor de más de una treintena de libros y ha ejercido de profesor en diversas universidades europeas y estadounidenses. Entre sus títulos destacan la novela 'La razón del mal' (Premio Nadal 1993), el ensayo 'Una educación sensorial' (2002) y el libro de memorias 'Visión desde el fondo del mar' (2010).
Más que el fatalismo, lo que se está instalando es el nihilismo. Una pérdida de toda capacidad de ilusión y deseo que se ve muy bien aprovechada por los demagogos, que son capaces de disfrazar la verdad con cualquier proclama. Esto puede ser particularmente peligroso. Fundamentalmente ha habido una desaparición de ideales utópicos y una imposición de un solo modelo que ha tenido tanto éxito que incluso ha hecho que se olvide su nombre: el capitalismo.
La única manera de combatirlo es con un renovado ejercicio de libertad. El único camino es el humanismo, un humanismo que se inspire en la tradición humanística, pero que sea capaz de integrar los nuevos y grandes retos del presente como pueden ser la globalización, la relación con la naturaleza y el propio destino del planeta. Soy un gran partidario de Europa si por Europa se entiende la cultura europea. Y soy partidario de la cultura europea si es capaz de dialogar con el resto de culturas del mundo.
Victoria Szpunberg
Dramaturga y directora teatral, es una de las creadoras más sólidas e interesantes de la escena teatral contemporánea. Ha escrito y dirigido espectáculos como 'La máquina de hablar' (2007), 'El peso de un cuerpo' (2022) y 'El imperativo categórico' (2023), este último galardonado con el premio Fundación SGAE.
No sólo vemos que el mundo va mal desde un lugar objetivo (las guerras en las televisiones constantemente y cerca de nosotros, la subida de la ultraderecha). Al mismo tiempo hay un relato de apocalipsis que tiene que ver con una idea de fin del mundo más cercana que cuando yo era adolescente (cambio climático, miedo a la inteligencia artificial y posible sustitución de lo humano, la falta de vivienda). Hay muchos síntomas que nos están retratando una sociedad póstuma, que llega a un fin. Con mis alumnos también lo veo. Cuando yo era joven tenía la sensación de que había oportunidades, la mirada hacia el futuro tenía cierta esperanza. Ahora me encuentro con alumnos derrotados antes de empezar, con la sensación de que no existen posibilidades, y con una desafección política muy fuerte. Los sueños utópicos han sido fagocitados por el sistema o se han ridiculizado.
Creo en los afectos y encuentros entre las personas. Hay rincones en los que encontrar vida en el sentido más profundo y humano del término. Una buena herramienta de reacción es el libro La supervivencia de las luciérnagas, de Georges Didi-Huberman, profesor de filosofía y estética francés. A partir de Pasolini, que fue un gran pesimista en el final de sus días, Didi-Huberman le da la vuelta y habla de la luz intermitente, frágil, no totalizadora que tienen las luciérnagas. Es lo contrario de los fluorescentes, es decir, de los totalitarismos. Desde las manifestaciones artísticas más improvisadas, también podemos luchar por ellas. A pesar de la oscuridad, tenemos la responsabilidad de no abandonar la conciencia, el respeto al otro y la escucha. Y, sobre todo, la vocación. En mi caso, la pasión por la escritura y el teatro es una fuerza interior que me salva del fatalismo.
Judit Carrera
Directora del Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB) desde 2018, es también politóloga y gestora cultural. A lo largo de su carrera ha impulsado proyectos europeos con entidades como la Fundación Open Society, la British Academy, la London School of Economics y el Collège de Études Mondiales de París. En 2022 fue galardonada con la Orden de las Artes y las Letras que otorga el ministerio de Cultura francés y con el premio difusión de la Semana del Libro en Catalán.
Los discursos del apocalipsis y el colapso, alimentados por las profundas transformaciones sociales, económicas y tecnológicas de las últimas décadas y por el agravamiento de la crisis climática, tienen en común la negación del futuro. Sin obviar las incertidumbres del próximo mundo, una vía para combatir el fatalismo es negarse a adoptar la agenda de los nuevos autoritarismos y proponer una utopía alternativa movilizadora, que sea capaz de generar confianza, de trabajar a favor de la convivencia pacífica entre diferentes, de poner la tecnología al servicio de la democracia y de asegurar todas las formas de vida en el planeta. El voto, el conocimiento y el consumo siguen siendo grandes instrumentos de poder individual y colectivo para garantizar su futuro.
Contra el fatalismo, imaginación política. En las grietas del mundo también se abren rendijas para imaginar otras formas de pensar y de vivir. Las humanidades y la cultura son herramientas esenciales para promover el pensamiento crítico y la imaginación de mundos posibles y deseables. El debate público de calidad es hoy en la era de la desinformación aún más fundamental para garantizar la democracia. Y en tiempos de burbujas digitales, la presencialidad y los espacios públicos compartidos generan confianza y urbanidad y, en este nuevo contexto, adquieren un valor político renovado.
Daniel Gamper
Profesor de filosofía política en la Universidad Autónoma de Barcelona, se ha centrado en estudiar las teorías de la democracia, la política y la religión. Es autor de numerosos artículos y ensayos, entre los que destaca 'La fe en la ciudad secular' (2004) y 'Las mejores palabras' (2019), que fue galardonado con el premio Anagrama de ensayo. También ha traducido a autores como Nietzsche, Scheler o Habermas.
Existe ciertamente una industria audiovisual que utiliza el imaginario del apocalipsis y del fin del mundo para hacer entretenimiento. El futuro se anuncia sin esperanza y las personas saben que no pueden hacer nada solas y ven la política nacional e internacional como un teatro que no tiene fuerza para dar la vuelta a las lógicas predatorias del capitalismo. La ausencia de futuro es una idea demasiado terrible para poder ser pensada, ya no digamos digerida. Si las cosas están así, el fatalismo parece ser un refugio, una mentira útil.
No tengo claro si en la historia de la humanidad encontramos ejemplos de una acción global coordinada para hacer frente a un problema de todos. Es probable que sólo seamos capaces de reaccionar una vez la catástrofe ya haya ocurrido. Si no queremos ser cínicos y queremos proponer formas de actuar ahora que reviertan la destrucción del planeta y la desaparición de nuestra vida tal y como la conocemos, debemos imaginar un cambio de hábitos que los individuos, sin embargo, siempre interpretarán como sacrificio. Algunos dicen que es necesario un cambio de conciencia. En cualquier caso, la gramática individualista de nuestros tiempos no ayuda. Habría que, y esto no es más que la expresión de un deseo, actuar teniendo siempre en cuenta que dependemos esencialmente unos de otros.
Eliane Brum
Periodista, escritora y,según la revista 'Prospect', una de las 25 principales pensadoras del mundo de 2024,un año en el que ha sidoinvestigadora residente del CCCB. Autora de libros como Amazonia. Viaje al centro del mundo y Brasil, constructor de ruinas', como periodista ha escrito en 'El País', 'The Guardian' y 'The New York Times'.Vive en la Amazonia, donde ha creado la plataforma SUMAÚMA para explicar el mundo desde la perspectiva de la selva y los pueblos indígenas.
Desde mi punto de vista tiene más sentido hablar de negación que de fatalismo. Lo que veo es un negacionismo generalizado. No basta con saber y aceptar lo obvio, que estamos en una emergencia climática provocada por la acción humana. Si lo sabes y no actúas y no vives según la emergencia, eres un negacionista. Cualquier ser vivo responde a una amenaza en su vida con la acción, pero el capitalismo, al reducirnos a consumidores, parece haber secuestrado nuestro instinto de supervivencia. Estamos extremadamente amenazados, y no por fuerzas ocultas. El calentamiento global sigue siendo producido por una minoría de humanos, accionistas mayoritarios superricos de grandes corporaciones de combustibles fósiles, carne, soja, palma y minerales, asociadas a las élites extractivas locales ya los gobiernos y parlamentos que les sirven. Deberíamos luchar por la vida. Los niños que ya han nacido y los que aún deben nacer sólo pueden contar con los adultos de hoy para tener futuro. No tenemos derecho a ser cobardes.
Creo que es importante hacer una distinción. Es esencial tener miedo. Estamos en un momento en el que debemos tener mucho miedo, porque estamos viviendo el período más grave de la historia de nuestra especie. Pero este miedo no puede paralizarnos, debe provocar la acción. Por otro lado, no creo que estemos en un momento de catastrofismo, estamos en un momento de catástrofes. Es real. Sería catastrofismo si se tratara de una idea desconectada de la realidad, pero lo que tenemos hoy es una realidad de catástrofes. Y estas catástrofes sólo aumentarán si las corporaciones siguen comiéndose el planeta. Para actuar debemos querer vivir, reencontrarnos con esa fuerza poderosa que es la vida, tan presente en la naturaleza en la que todo y todo el mundo quiere vivir. Debemos utilizar la imaginación como instrumento de acción política e imaginar los cambios que queremos. Es necesario reconstruir comunidades de cariño y de lucha. Como dicen los indígenas guaraní-kayowá, debemos ser "una palabra que actúa".
Denise Duncan
Actriz, dramaturga y directora teatral, ha creado y estrenado una veintena de obras en España, Costa Rica y Estados Unidos. Entre sus textos destacan 'Negrata de mierda' (2019), 'El combate del siglo' (2020, con el que fue autora residente en la Sala Beckett) y 'Títuba. Bruja, negra y ramera' (2022). Ha sido galardonada con el premio Jaume Vidal Alcover y es miembro fundadora del Col·lectiu Tinta Negra.
Sí, el fatalismo se está instalando en el imaginario global, y esto tiene que ver con varios factores. De entrada, hay elementos que preocupan, especialmente los resultados electorales y el hecho de que va ganando terreno la política de la exclusión, de eliminar la solidaridad y la humanidad en las comunidades. Es normal que el fatalismo esté presente entre nosotros, pero también creo que es más una sensación que una realidad. Soy optimista y creo que hay más gente buena en el mundo que no mala gente.
El oxígeno para combatir está en la comunidad, en el grupo, sea cual sea: la familia, los amigos, el barrio. Debemos mantener la sensación de que no somos una seta en medio del campo sino que formamos parte de un mayor ecosistema. Si lo tenemos claro, la vida será muy distinta. Y también existe un segundo motor de lucha, para mí, que es el arte. Imaginar mundos, jugar y gozar nos conecta con los niños que éramos y nos permite creer en el amor.
Íngrid Guardiola
Realizadora, productora y ensayista cultural, es directora de Bòlit, Centro de Arte Contemporáneo de Girona desde 2021. Ha trabajado sobre todo en cuestiones relacionadas con el género, la desigualdad y la tecnología en el marco de la cultura y de la práctica audiovisual. Es autora y directora del largometraje documental 'Casa de nadie' (2017) y del ensayo 'El ojo y la navaja' (2018), con el que ganó el premio Crítica Sierra de Oro de ensayo.
El fatalismo y las catástrofes crean imaginarios muy rentables para los políticos conservadores y para la extrema derecha, es decir, para todos aquellos partidos que basan su política en el imperialismo, el miedo, la guerra y la seguridad nacional. Ya hablaba de ello en los años sesenta Susan Sontag, de cómo la experiencia moderna por excelencia era ser espectadores de calamidades desde el sofá de casa. Estas producciones audiovisuales anticipan el fin del mundo, los cataclismos, nos ponen en la peor de las circunstancias, frente a la prefiguración de un mundo en ruinas y la simplificación moral del bien contra el mal, de un lado bueno y un lado malo de la historia. Si nos fijamos con los estrenos de Netflix del 2025 tenemos de todo: bunkers de lujo, una tercera guerra mundial, distopías tecnológicas, juegos de guerra… La pandemia duplicó a los usuarios de Netflix, hasta el punto de que el sociólogo David Harvey habló de la "Netflix Economy". Con la imaginación hipotecada y el auge de la derecha y la extrema derecha en todas partes —con alianzas como las de Trump y Musk— el fatalismo es un nuevo realismo.
Es muy importante informarse más allá de las plataformas sociales o cualquiera de las herramientas que tiene el capitalismo de plataforma. Defender unos medios públicos que pongan en contexto las noticias, no caigan en la tentación del clickbait y no pierdan su función de servicio público. Necesitamos una ecología mediática, al igual que defendemos una ecología ambiental. También sería importante incluir espacios en las escuelas y en los institutos para la alfabetización digital y para la enseñanza de la cultura visual. Además, el mejor contrapeso a la depresión y al fatalismo que ofrece el capitalismo de plataforma son las alianzas sociales basadas en las causas comunes, el territorio, el tejido social y el empleo festivo y político del espacio público, sin dejar de tener presentes los conflictos globales. Es decir, la creación de redes ciudadanas de proximidad (regionales) y de redes ciudadanas globales (internacionales) con las que compartir diagnósticos y prácticas, conocimientos y luchas.
Yacine Belahcene
Músico y programador cultural del Centro Cívico Convent de Sant Agustí de Barcelona. Debutó en los escenarios con el grupo Cheb Balowski, con el que publicó tres álbumes e hizo gira por Europa, Magreb y Oriente Medio. También ha formado parte de otras bandas como Nour, Rumbamazigha y Yacine & the Oriental Groove.
Sí, creo que el fatalismo se ha convertido en una presencia palpable en el imaginario global. Actualmente, el mundo se enfrenta a múltiples crisis –climáticas, sociales y políticas–, y la cultura del miedo se nutre del bombardeo constante de información que a menudo sólo destaca lo que no funciona. Esta dinámica genera un sentimiento de impotencia colectiva, pero creo que, como ocurre a menudo en la vida, tocar fondo puede ser el preludio de un despertar. Las melodías más tristes, si se les da espacio para evolucionar, pueden convertirse en armonías transformadoras. Del mismo modo, este fatalismo puede ser visto como un llamamiento urgente a la acción, una oportunidad para reconectar con lo que realmente importa y para empezar de nuevo con mayor fuerza y conciencia.
La creatividad es uno de los motores más poderosos para combatir el pesimismo y darnos oxígeno. Es una fuerza sin límites que trasciende fronteras, culturas e idiomas, y conecta directamente con las emociones. Cuando creamos, nos rebelamos contra la inercia y proclamamos que existe una alternativa. Para mí, la música y la creatividad son algo más que herramientas de expresión: son herramientas de transformación, un espacio para la esperanza. La creatividad nos permite imaginar nuevos horizontes y ponerlos a nuestro alcance. Genera empatía y rompe barreras. Cualquier otra forma de expresión es un camino privilegiado para darnos esperanza y seguir adelante. Si somos capaces de crear, somos capaces de cambiar.
Manel Ollé
Profesor de estudios chinos en la UPF y de escritura literaria en la Escola Bloom, ha publicado libros de poesía como 'Mirall negre' (2002) y 'Bratislava, Bucarest' (2014). También es autor de ensayos como 'China que llega: perspectivas del siglo XXI (2009)' y de la antología 'Combates singulares: antología del cuento catalán contemporáneo' (2007). En 2021 ganó el premio de poesía Jocs Florals de Barcelona con el poemario 'Un puñado de piedras de agua'.
Las dinámicas de poder se han alejado de lo estable, con lógicas globales e influencia de corporaciones. Como individuo puedes ver que no tienes capacidad de influencia: ha prevalecido la lógica de protesta aceptable, perfomativa, que exhibe la opinión pero no obtiene resultados, y cuando se hace algo disruptivo o se quieren cambiar cosas hay un freno social que hace pensar que es violencia. Pasando de la destrucción de la clase media a cuestiones de género, han fascinado sobre todo a la gente joven y le han atraído hacia los discursos autoritarios, en parte por incapacidad de las izquierdas y otros movimientos. La aceleración de los cambios que en parte tiene que ver con la tecnología hace que aprendamos a estar indefensos. Y la fragmentación de la información y su exceso hacen que la realidad parezca disuelta.
Un motor de cambio puede ser acceder a información más fiable. También hay que cambiar la mentalidad: había una noción de utopía con el 15-M y la Primavera Árabe que cambiaríamos aunque no generó nada o causó una pesadilla. Por eso, hay un concepto chino interesante que es el hecho de que existe un proceso en constante transformación que en buena parte viene marcado, pero en el que tú tienes que encontrar un agujero donde creas que tienes algo que hacer, que puede ser a nivel local inmediato. Propongo no negar la evidencia de que existen unas dinámicas potentes, sabiendo que puedes crear una semilla para transformar al margen de las lógicas de poder, sin considerar que todo viene dado, pero tampoco siente ingenuo. El arte, la cultura, las mentalidades pueden generar espacios de repercusión. Hay que estudiar qué está pasando, no negar que existe una ola reaccionaria, ver cómo funciona la tecnología, las corporaciones y la manipulación.
David Bueno
Doctor en biología y profesor de genética en la Universidad de Barcelona, David Bueno i Torrens tiene una extensa obra publicada, que cuenta con títulos como 'El arte de persistir' (2020) y 'Educa tu cerebro' (2023). La semana pasada fue galardonado con el premio Josep Pla 2025 por el ensayo 'El arte de ser humanos', un viaje a través de la neurociencia, la educación y las artes que quiere redefinir la forma en que los lectores perciben el mundo y se conocen a sí mismos.
Pienso que es a la inversa: no es que la deriva ideológica a los extremismos nos lleve al pesimismo, sino que el pesimismo nos lleva a estos extremismos. De hecho, ésta es una estrategia muy habitual en política: dar miedo a dominar a la población. Miedo a lo diferente, miedo a no poder comprarse un piso, etcétera. Ante el miedo, el cerebro incrementa el estrés y éste se cronifica y resta capacidad de funcionamiento en la parte racional del cerebro. Como no puedes razonar, te crees más lo que te dicen y te crees una estabilidad que es la que vienen los extremistas.
Podemos combatirlo en el ámbito individual, con inmediatez sin perder la esperanza a largo plazo, con una idea optimista pero realista. Por ejemplo, uno puede decidir que en los próximos 12 meses intentará hacer algo, como contaminar algo menos. También es importante intentar cada día tomarnos un rato sin hacer nada porque es la forma que tiene el cerebro de rebajar el estrés. A nivel social, tienen mucha influencia los medios de comunicación. Mientras sólo seamos capaces de comunicar lo malo, que es lo que al cerebro le da más miedo y, por tanto, lo que estresa más, aumentará la percepción de fatalidad. Parece que estemos peor que antes, y es mentira, estamos mucho mejor que antes. Si nos comparamos con la Edad Media, por ejemplo, en porcentaje hay muchas menos muertes ahora. La otra cosa que debemos vigilar es no cargar a las nuevas generaciones con las responsabilidades que nos corresponden a nosotros, como por ejemplo cuando decimos que los niños de ahora tendrán la clave para revertir el cambio climático, y no es verdad. Ellos tomarán nuestro relevo, pero no tienen la culpa ni la responsabilidad.
Pol Morillas
Politólogo y director del CIDOB (Barcelona Centro for International Affairs), ha ejercido de profesor en diversas universidades y de coordinador del Comité Político y de Seguridad del Consejo de la Unión Europea, de asesor en Acción Exterior en el Parlamento Europeo y de jefe del 'Área de Políticas Euromediterráneas en el Instituto Europeo del Mediterráneo. Es miembro de la Junta del Círculo de Economía y del Observatorio de Política Exterior Europea del IBEI.
Lo que estamos dejando atrás son los parámetros conocidos del orden internacional de las últimas décadas. Hay nuevas potencias que son más beligerantes de lo que eran, como Rusia o China, a la vez que Estados Unidos se repliega y vuelve a elegir a Donald Trump como presidente... Todo esto hace pensar que estamos en este fatalismo.
En cuanto a las relaciones internacionales, no es fácil ser optimista con la situación, con Trump a punto de llegar a la Casa Blanca. Pero el punto de esperanza es que estamos en un momento de reestructuración del orden internacional, y vemos cómo surgen nuevas iniciativas como el G20, el foro de los BRICS, etc. Y todos los actores internacionales se reorganizan en nuevas plataformas de actuación. De estas salen propuestas interesantes como la del G20 de poner un impuesto a los superricos, por ejemplo. Esto demuestra que existe cooperación internacional ante las crisis internacionales, y todo ello hace pensar que la cooperación internacional no ha terminado. Hay nuevas iniciativas y es un momento de cambio de orden de esta cooperación, no sabemos hacia dónde iremos.
Xavier Vives
Economista y profesor de la escuela de negocios IESE. También es consejero de CaixaBank y ostenta en su currículum cargos como el de asesor del Banco Mundial, la Reserva Federal de Nueva York, la Comisión Europea o la Generalitat. En 2020 fue galardonado con el Premio Nacional de investigación que otorga el ministerio de Ciencia por su contribución a la renovación de las disciplinas de economía industrial, teoría de juegos y finanzas.
Sí, pero creo que es un fenómeno fundamentalmente de los países desarrollados, lo que llamamos Occidente, por una mezcla de declive relativo de la clase media, polarización cultural y el impacto de la dinámica de desinformación de las redes sociales. La democracia liberal está en crisis por cuestiones internas de los países occidentales, no por la amenaza de países autocráticos. Trump y Musk son más amenaza en ese sentido que Rusia y China.
Tal como decía Gramsci, al pesimismo de la inteligencia hay que contraponer el optimismo de la voluntad. La alternativa al multilateralismo y la cooperación internacional no es la coexistencia pacífica, sino el conflicto y la guerra. La esperanza debe ponerse en Europa, que sea capaz de reaccionar, actuar de manera coordinada y defender y fortalecer las instituciones. Europa debe decidir si será un actor pasivo que reciba las consecuencias de decisiones tomadas en EE.UU. o China o si quiere tener un papel en el mundo. Para la segunda opción, debe hacer los deberes de una mayor integración, si es necesario con diferentes niveles, que refuerce su capacidad de innovación y tenga autonomía de defensa.