El 12-M y el futuro de la mayoría independentista

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Pere Aragonès junto a Laura Vilagrà, Roger Torrent y Joan Ignasi Elena durante el pleno de presupuestos en el Parlament.

Con la excepción de las elecciones de 1980, en el Parlament de Catalunya siempre ha habido mayoría de diputados nacionalistas/independentistas y alrededor de un 50% de los votos. En las últimas elecciones, en el 2021, ERC, Junts y la CUP sumaron 74 escaños. En las de 2017 fueron 70, en 2015 fueron 72, en 2012 fueron 71 (sin la CUP), en 2010 fueron 76 (con SI) y en 2006 fueron 69. Como se ve, se trata de cifras muy similares que hablan de una mayoría sólida en el tiempo y resistente incluso al cambio de actores. Pero en las elecciones del 12 de mayo, las encuestas indican que esta mayoría podría esfumarse y certificar así el fin del Proceso. No cabe duda de que será una de las grandes incógnitas que se resolverán el 12-M, más allá de si después esa hipotética mayoría es políticamente operativa o no.

Pero lo cierto es que el movimiento independentista en su conjunto, al margen de la salud de cada actor en particular, vive en cierta confusión desde que en el 2017 sufrió un fuerte choque con la realidad del estado español. Desde entonces, las luchas cainitas, las desavenencias personales, los juegos tácticos y una gran desconfianza mutua han debilitado un movimiento que no había preparado con cuidado el escenario posterior al 1-O. Sin embargo, no cabe duda de que la situación ha mejorado ostensiblemente gracias a los indultos ya la futura ley de amnistía, que deben sacar de encima la pesada carga de la represión y permitir encarar una nueva etapa sin esa rémora. Y también lo es que, pese a los pronósticos apocalípticos de algunos, la economía catalana ha resistido bien las tensiones políticas y no sólo crece por encima de la media española y europea, sino que también tiene un paro inferior al del otro gran motor del Estado, que es Madrid.

Pero eso no es suficiente. Los electores necesitan saber qué propuestas concretas tienen más allá de la agitación simbólica o emocional y qué mayorías de gobierno están dispuestos a formar. Una campaña basada en los reproches mutuos no ayudará a la participación y, de ello, el independentismo va sobrado. Ésta es, precisamente, una de las claves que ha convertido el movimiento en antipático y explica su pérdida de atractivo, sobre todo entre los jóvenes, en los últimos años.

En todo caso, si el 12 de mayo no hay mayoría independentista en el Parlament, se habrá certificado un fracaso y se entrará de lleno en una nueva etapa que tampoco estará exenta de incógnitas. Como ocurre a veces en los procesos históricos, el viejo no acaba de morir y el nuevo no acaba de nacer. Pero incluso en este último caso, el conflicto político entre Catalunya y el Estado no va a desaparecer como por arte de magia. Los ciudadanos tendrán que decidir con su voto si se produce el vuelco que pronostican las encuestas o si, finalmente, el independentismo salva el match ball y tiene una nueva oportunidad. La campaña será clave para movilizar a unos votantes que, esta vez, serán más exigentes.

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