A veces uno tiene la sensación de que esta es la historia de la humanidad: a cada avance, una dramática derrota. ¿No es una derrota lo que ocurre en Ucrania? ¿Y lo que ocurre en Palestina? Es difícil de contar. Hace 4.000 años, Abraham, patriarca del judaísmo, el cristianismo y el islamismo, se disponía a sacrificar a su hijo Isaac: levantó un altar, apiló leña y colocó al niño encima. Pero un ángel del Señor se le apareció y lo detuvo. Dios ya estaba contento por su obediencia. Entonces Abraham sacrificó un carnero. Los niños dejaron de ser una ofrenda a los dioses. Esto fue una revolución. Una ley sagrada que hoy vuelve a sacrificarse impunemente en guerras nacionalistas y de religión. El mito que mejor nos conviene es el del griego Sísifo, siempre volviendo a cargar la misma piedra: la extraña piedra de la esperanza frustrada.
Este presente en guerra es donde Carles Torner ha situado la novela Ucrania, mon amour (Empúries), escrita antes del brutal choque israelí-palestino. La protagoniza Rosalia Sanahuja, una mujer madura, traductora profesional concentrada en la obra del judío Isaac Bashevis Singer, el Nobel que escribió en yidis, lengua asesinada en los crematorios nazis. Rosalia se encuentra en Ucrania cuando se produce el ataque ruso. Vuelve apresuradamente a Barcelona y se encuentra con sus amigos pacifistas, incluido el exmarido. Ha dejado atrás a colegas nada belicosos que se disponían a luchar para defender su país, su libertad: los siente como su familia, como su lucha. «Slava Ucraini!»
Con Ucrania, la Europa patria de los traductores –traducir es una forma de diálogo y tolerancia– lo ha tenido claro: tocaba ayudar a Kiev, los agredidos. El pacifismo puro, que Rosalia deja en entredicho, ha permanecido minoritario. Pero con Palestina la cosa se ha complicado. La brutal agresión inicial de Hamás ha sido seguida de una masacre israelí de civiles en Gaza, con miles de niños fallecidos. Israel ha olvidado el gesto de Abraham de no matar a Isaac. ¿Qué pensaría Isaac Bashevis Singer, hijo y nieto de rabinos? ¿Qué novela habría escrito Carles Torner? Bashevis Singer creía: "no habrá ninguna justicia mientras un hombre con un cuchillo o un arma destruya a aquellos que son más débiles que él". Es lo que piensa Rosalía ante la brutalidad de Putin, por eso entiende que su amiga traductora, Solveig, haya dejado los papeles para preparar cócteles Molotov.
Ucrania ha acabado convirtiéndose en un campo de confrontación de EE.UU.-Europa contra Rusia, que cuenta con el visto bueno de China. Y ahora ese choque global tiene un nuevo escenario aún más monstruoso: Gaza. Hemos pasado de las contradicciones de Ucrania, mon amour a unas nuevas. La generación de Rosalía, de alguna manera alter ego de Carlos, es la de "haz el amor y no la guerra", lema que en su caso lleva incorporada la fuerte carga de un cristianismo de base progresista y ecuménico. Una realidad a contracorriente que sigue existiendo, aunque tenga una escasa proyección pública. Encontrarte a Taizé, una pareja de lesbianas creyentes o los escolapios de Senegal en una novela tan actual es toda una sorpresa. También es una sorpresa agradable que entre los escenarios barceloneses esté el CCCB –incluso sale su directora, Judit Carrera– y la Biblioteca García Márquez, la mejor del mundo. Y lo es, todavía, la ilusión de hacer de Catalunya "un país de traductores". De diálogo.