Homenotes y danzas

El banquero que dio el nombre a la Canadiense

Nacido en Toronto, James Dunn se hizo rico financiando proyectos eléctricos y asentó su imperio sobre la siderurgia

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James Dunn 1874-1956

Barcelona Traction, Light & Power, más conocida como la Canadiense, fue una empresa primordial en la historia de Cataluña por múltiples razones, muchas tan conocidas que hoy no nos entretendremos. Pero si era una firma catalana y tenía todas las instalaciones en el país, ¿por qué todo el mundo se empeñaba en llamarla Canadiense? Lo cierto es que la sede de la sociedad estaba en Toronto, pero esto no es la respuesta sino una parte más de los interrogantes. La clave de vuelta para desentrañar la cuestión es que la ciudad de Canadá donde se situó la sede social permitía determinadas libertades societarias que eran una buena muestra del capitalismo salvaje que imperó durante el primer tercio del siglo XX (sobre todo escasa regulación y alto peso deuda para poner en marcha negocios).

La mayoría de proyectos de la época, y la Barcelona Traction no fue una excepción, estaban liderados por un sindicato de banqueros que se encargaba de proporcionar la financiación inicial de la compañía. En el caso de la empresa catalana, además de la figura clave de Frederick Pearson como promotor, existían dos nombres preeminentes: los de los banqueros Alfred Loewenstein y James Dunn; el primero, belga, era el encargado de buscar financiación en la Europa continental, mientras que el segundo, canadiense, lo buscaba en las islas británicas.

Esto ocurría en 1911, pero antes de los treinta años de edad Dunn ya había creado en Canadá su propia firma de intermediación bursátil, una actividad que derivó en su gran especialidad: levantar financiación extranjera para proyectos empresariales. Pero el centro del mundo financiero era Londres y, aconsejado por su admirado Pearson, se trasladó para fundar un banco de inversión con su socio CL Fischer, un financiero suizo.

Pocos años después, en 1913, Fischer dejó el negocio común cargado de deudas y desapareció. Pero Dunn ya se había enriquecido gracias a haber encontrado financiación para los proyectos de Pearson en los sectores eléctricos y de transporte, entre ellos la Barcelona Traction. Con Pearson muerto durante la Gran Guerra, Dunn encontró en Loewenstein el socio ideal. Ambos se aprovecharon de las necesidades financieras del inventor suizo Henri Dreyfus para realizar una gran fortuna invirtiendo en British Celanese, la filial inglesa de la firma creada por Dreyfus en el país helvético. La ruptura con Dreyfus fue traumática, pero los beneficios generados lo compensaron con creces.

En 1908 Dunn y algunos socios habían conseguido el control de Algoma Steel, una firma de acero que había pasado por la quiebra y que tenía una gran dependencia de la fabricación de vías de ferrocarril. Más de un cuarto de siglo después, al financiero canadiense se le presentó la oportunidad de quedarse como único accionista, y no la desperdició. Algoma se convirtió al poco tiempo en un negocio fabuloso que producía la mitad de los lingotes de altos hornos de todo Canadá y un tercio del acero nacional. Los beneficios sirvieron a Dunn, entre otras cosas, para adquirir una gran naviera canadiense, en lo que fue la mayor operación del sector en el país.

En 1951, cinco años antes de su muerte, una revista de Canadá definía a Dunn como “el último de los multimillonarios”. En esos momentos controlaba un imperio de hierro, acero, carbón, química y una compañía naviera, además de poseer dos mansiones en su país natal, una gran propiedad en la Riviera y una suite permanente en un hotel de lujo. Todo ello a consecuencia de una fortuna estimada en cien millones de dólares.

Entre sus excentricidades se puede mencionar la vez que compró un hotel para despedir a un chef que no había satisfecho sus expectativas como cliente. La misma revista hablaba de un Dunn elegante, lleno de vigor y de mejilla corrada al sol de la Costa Azul, y añadía que ningún otro canadiense vivía con tanta esplendidez, saltando constantemente entre Montreal, París y Nueva York. A modo de anécdota, cabe recordar que se hacía envasar su propio whisky en una destilería escocesa y elaboraba sus propios habanos en Cuba. Además, tenía una de las mejores bibliotecas del mundo y una colección de obras de arte como pocas en el planeta.

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