¿Debemos modificar las especies para salvarlas?
Cuando la conservación tradicional falla, la ciencia utiliza la "evolución asistida" para dar una oportunidad a la vida silvestre vulnerable
Durante millones de años Australia ha sido un paraíso para la evolución, presumiendo de tener algunos de los animales más singulares de la Tierra.
Es el lugar de origen de los suimangas, el país de los mamíferos ovíparos y la capital mundial de los marsupiales, un grupo que, aparte de los koalas y los canguros, engloba a muchos más animales con bolsa ventral (fíjese en el bilbi gordo y el canguro rata!). Casi la mitad de los pájaros del continente australiano y aproximadamente el 90% de sus mamíferos, reptiles y ranas no se encuentran en ninguna parte más del planeta.
Australia también se ha convertido en una buena muestra para estudiar qué ocurre cuando la biodiversidad se lleva hasta el borde del abismo. La degradación de los hábitats, las especies invasoras, las enfermedades infecciosas y el cambio climático ponen en peligro a muchos animales autóctonos y les dan uno de los peores índices de extinción de especies del mundo.
En algunos casos, dicen los científicos, las amenazas son tan difíciles de combatir que la única manera de proteger a estos animales exclusivos de Australia es modificarlos. Mediante diversas técnicas como el mestizaje y la edición genómica, los científicos están alterando los genomas de animales vulnerables con la esperanza de dotarlos de los rasgos que necesitan para sobrevivir.
“Estamos estudiando cómo podemos contribuir a la evolución”, dice Anthony Waddle, biólogo conservacionista de la Universidad Macquarie, en Sydney.
Es un concepto audaz que se opone a un principio fundamental del conservacionismo: preservar a los animales salvajes tal y como son. Pero en esta época dominada por los humanos –en la que Australia se encuentra en la primera fila de la crisis mundial de la biodiversidad– quizá, como dicen algunos científicos, ya no es suficiente con el guión tradicional del conservacionismo.
Según Dan Harley, ecólogo senior de la organización Zoos Victoria, “buscamos soluciones en un mundo alterado: debemos asumir riesgos; debemos ser más atrevidos”.
El vórtice de la extinción
El Lichenostomus melanops (un tipo de comemel) es un pájaro que se hace notar: con su corona de plumas de color amarillo eléctrico en la frente, suele chillar con fuerza mientras atraviesa como un rayo los densos bosques pantanosos del estado de Victoria. Pero estos últimos siglos los humanos y los incendios forestales han dañado o destruido estos bosques y en 1989 sólo quedaban 50 ejemplares de este pájaro, apegados a un diminuto pedazo de humedal en la Reserva Natural de Yellingbo.
Las estrictas medidas de conservación de las autoridades locales, como un programa de cría en cautividad en el santuario de Healesville –uno de los parques de Zoos Victoria–, han ayudado a estos pájaros a resistir. Pero había muy poca diversidad genética entre los que quedaban –un problema frecuente en las poblaciones de animales en peligro de extinción– y la cría implicaba a la fuerza consanguinidad. "Tienen muy pocas opciones para tomar buenas decisiones en materia de apareamiento", comenta Paul Sunnucks, genetista de fauna salvaje de la Universidad de Monash, en Melbourne.
En cualquier grupo de reproducción pequeño y cerrado se pueden acumular, con el paso del tiempo, mutaciones genéticas nocivas que perjudican la salud y el éxito reproductivo de los animales, y la consanguinidad agrava el problema. Un caso extremo es el Lichenostomus melanops cassidix. Sunnucks y sus colegas descubrieron que los pájaros más endogámicos tenían una décima parte de crías que los demás, y las hembras vivían la mitad de tiempo.
Según Alexandra Pavlova, ecóloga evolutiva de la Universidad de Monash, si no se procede a algún tipo de intervención, el Lichenostomus melanops cassidix puede verse arrastrado a un “vórtice de extinción”. Y añade: "Ha quedado claro que hay que hacer algo nuevo".
Hace una década Pavlova, Sunnucks y otros expertos propusieron una intervención denominada de rescate genético: plantearon la posibilidad de añadir al grupo de reproducción algunos comamelos crestaamarillos de Gippsland y su ADN vivo.
Los Lichenostomus melanops cassidix y los comamelos crestagrocos de Gippsland son miembros de la misma especie, pero son subespecies genéticamente diferentes que han ido evolucionando por separado durante aproximadamente 56.000 años. Los pájaros de Gippsland viven en bosques más secos y abiertos y carecen de la vistosa corona de plumas de los Lichenostomus melanops cassidix.
El rescate genético no era una idea nueva. Un caso de éxito mencionado a menudo es el de unos científicos que hicieron revivir a la minúscula población de panteras endogámicas de Florida introduciendo panteras salvajes procedentes de Texas.
Pero esta estrategia viola el principio tradicional del conservacionismo, según el cual las poblaciones biológicas únicas son sacrosantes, y deben mantenerse separadas y genéticamente puras. "La verdad es que es un cambio de paradigma", afirma Sarah Fitzpatrick, ecóloga evolutiva de la Universidad Estatal de Michigan, quien considera que el rescate genético está infrautilizado en Estados Unidos.
El cruce de ambos tipos de comemelos comportaba el riesgo de enturbiar lo que hacía que cada subespecie fuera única y el de crear híbridos que no se adaptaran bien a ninguno de los dos nichos. El intercambio de animales entre poblaciones también puede propagar enfermedades, crear nuevas poblaciones invasoras o desestabilizar los ecosistemas de forma imprevisible.
El rescate genético también es una forma de intervención humana activa que vulnera lo que algunos estudiosos llaman el “ethos de la contención” propio del conservacionismo, ya veces se ha criticado por considerarse una manera de jugar a ser Dios.
Como dice Andrew Weeks, un genetista de la Universidad de Melbourne que en el 2010 puso en marcha el rescate genético del posum pigmeo de montaña, que estaba en peligro de extinción, "había mucha angustia en los organismos gubernamentales". "Supongo que, en el fondo, la idea de que esta población estaba a punto de extinguirse fue lo que les dio el empuje decisivo", explica.
Sunnucks y sus colegas hicieron el mismo cálculo, aduciendo que los riesgos del rescate genético eran escasos –antes de que los hábitats de los pájaros se deterioraran, las dos subespecies se cruzaban de vez en cuando en el entorno natural – y nada eran en comparación con los peligros de no tomar medidas.
Así pues, desde 2017 los pájaros de Gippsland forman parte del programa de cría del Lichenostomus melanops caside al santuario de Healesville. En cautividad se han obtenido auténticos avances: muchas parejas mixtas han producido más polluelos por nido que las parejas formadas por dos Lichenostomus melanops cassidix. Se han dejado en libertad en el bosque decenas de comemelos híbridos. Parece estar bien, pero es demasiado pronto para decir si tienen más aptitud para reproducirse.
Los especialistas de la Universidad de Monash y de la organización Zoos Victoria también se dedican al rescate genético de otras especies, como el opósum de Leadbeater, un diminuto marsupial gravemente amenazado que vive en los árboles y es conocido como la hada del bosque. Los opósumos de las tierras bajas comparten los humedales de Yellingbo con el Lichenostomus melanops cassidix; y en el 2023 sólo quedaban 34. La primera cría fruto del rescate genético nació el pasado mes en el santuario de Healesville.
Los científicos confían en que, gracias al aumento de la diversidad genética, estas poblaciones serán más resistentes ante los peligros desconocidos que puedan surgir, creciendo así las probabilidades de que algunos ejemplares adquieran los rasgos necesarios para sobrevivir. "La diversidad genética es el modelo para afrontar el futuro", dice Harley, de Zoos Victoria.
Centrarse en las amenazas
Al gato marsupial septentrional, un pequeño depredador, la amenaza existencial le llegó hace casi un siglo, cuando el sapo gigante, una especie invasora y venenosa, desembarcó en el este de Australia. Desde entonces estos sapos tan tóxicos no han parado de avanzar hacia el oeste y han liquidado poblaciones enteras de gatos marsupiales, que se comen esos anfibios extranjeros.
Pero, al parecer, algunas de las poblaciones de gatos marsupiales que sobreviven en el este de Australia han evolucionado y han cogido asco a los sapos. Cuando los científicos cruzaron gatos marsupiales que detestaban a los sapos con los que no notaban nada, las crías híbridas también se apartaron con desprecio de los tóxicos anfibios.
¿Y si los científicos trasladaran al oeste a varios gatos marsupiales de los que sienten repugnancia por los sapos? Así esparcirían sus perspicaces nada antes de que llegaran los sapos gigantes. “Básicamente utilizamos la selección natural y la evolución para conseguir nuestros objetivos, y eso significa que el problema se resuelve a fondo y de forma permanente”, explica Ben Phillips, biólogo de la Curtin University, en Perth, que ha dirigido la investigación.
He aquí, sin embargo, que un experimento de campo demostró hasta qué punto llega a ser imprevisible la naturaleza. En 2017, Phillips y sus colegas dejaron en libertad a una población mixta de gatos marsupiales septentrionales en una pequeña isla infestada de sapos. Hubo hibridaciones entre algunos gatos marsupiales y se consiguieron pruebas preliminares de selección natural de genes “inteligentes para detectar sapos”.
Pero, según explica Philips, la población aún no estaba totalmente adaptada a los sapos, y algunos gatos marsupiales se comieron los anfibios y murieron. También estalló un gran incendio forestal en la isla y después llegó un ciclón. “Todas estas circunstancias conspiraron para extinguir a nuestra población experimental”, dice Phillips. Los científicos no tenían suficiente financiación para volver a probarlo, pero “la investigación científica funcionó”.
Los avances científicos podrían hacer que las futuras iniciativas sean aún más específicas. En 2015, por ejemplo, unos investigadores crearon unos corales más resistentes al calor mediante la hibridación de colonias de diferentes latitudes. En un estudio de 2020 para una prueba de concepto, los investigadores utilizaron la herramienta de edición genómica denominada CRISPR para modificar directamente un gen que interviene en la tolerancia al calor.
En el mundo real ya corto plazo, CRISPR no será una solución práctica, como señala Line Bay, bióloga del Instituto Australiano de Ciencias Marinas que es una de las autoras de ambos estudios: “Entender las ventajas y los riesgos es bastante complejo. Y esa idea de interferir en la naturaleza es muy polémica”.
Pero cada vez más interesa el planteamiento biotecnológico. Anthony Waddle tiene la esperanza de utilizar las herramientas de la biología sintética, como CRISPR, para crear ranas resistentes al hongo Batrachochytrium dendrobatidis, causante de una enfermedad mortal que ya ha contribuido a la extinción de al menos 90 especies de anfibios.
El hongo es tan difícil de erradicar que algunas especies vulnerables ya no pueden vivir en el entorno natural. “Por tanto, o viven para siempre en cajas de vidrio –dice Waddle– o encontramos soluciones para que puedan volver a la naturaleza y subsistir en ella”.
Consecuencias no deseadas
Sin embargo, por más sofisticada que sea la tecnología, los organismos y los ecosistemas seguirán siendo complejos. "Es posible que las intervenciones genéticas tengan algunos impactos no deseados", comenta Tiffany Kosch, genetista de la Universidad de Melbourne que también espera crear ranas resistentes al hongo Batrachochytrium dendrobatidis. Una variante genética que ayudara a las ranas a sobrevivir a este hongo podría hacerlas más vulnerables a otro problema de salud.
Se cuentan muchas historias que han acabado mal, tentativas de reinventar la naturaleza que han fracasado estrepitosamente. Lo cierto es que estos sapos gigantes tan tóxicos se soltaron a Australia con deliberación, en un intento terriblemente equivocado de controlar una plaga de escarabajos.
De todos modos, hay grupos ecologistas y expertos a los que también inquietan las estrategias genéticas por otros motivos. "Centrarse en la intervención intensiva en unas especies específicas puede desorientar", dice Cam Walker, portavoz de Friends of the Earth Australia. Para mantener a raya la crisis de la extinción de las especies serán necesarias soluciones más ambiciosas en cuanto al paisaje, como parar la desaparición de hábitats.
Además, como dice Adam Cardilini, especialista en medio ambiente de la Universidad Deakin, en Victoria, los animales son seres autónomos, y cualquier intervención en sus vidas o genomas debe tener “una justificación ética y moral muy sólida” , un listón que ni siquiera superan muchos proyectos de conservación tradicionales.
Chris Lean, filósofo de la biología de la Universidad Macquarie, cree en el objetivo fundamental del conservacionismo: “Preservar el mundo tal y como es por su valor patrimonial, por su capacidad de contar la historia de la vida en la Tierra”. Sin embargo, está a favor de un uso prudente y limitado de las nuevas herramientas genómicas, lo que nos puede obligar a replantearnos algunos valores medioambientales bastante arraigados.
En cierto sentido, la evolución asistida es un argumento –o, tal vez, un reconocimiento– de que no hay vuelta atrás, que no hay ningún futuro en el que los humanos no influyan profundamente en la vida y el destino de los animales salvajes.
Para Harley ha quedado claro que si queremos impedir la extinción de más especies hará falta la intervención humana, unida a la innovación y el esfuerzo: “Lancemos con decisión, no nos dejemos intimidar. Mi opinión es que en cincuenta años los biólogos y los responsables de la fauna silvestre mirarán atrás y dirán: «¿Por qué no tomaron las medidas necesarias ni aprovecharon todas las oportunidades cuando aún podían?»”.
Copyright: The New York Times
Traducción: Lídia Fernández Torrell