El descalabro de Vanguard, icono catalán de los electrodomésticos
En el número 40 de la calle de Santa Eulàlia, en Hospitalet de Llobregat, se alza un edificio de oficinas descomunal. En un rincón hay un cartel medio descolorido: "Edifici Vanguard". Los rayos de sol rebotan contra el ventanal de color granate inmenso que recubre la fachada y deslumbran a los peatones. “¿La Vanguard? ¡Por supuesto! -exclama Carmen, que había vivido durante muchos años entre los barrios de la Torrassa y Santa Eulàlia-. Todo el mundo conoce a alguien que trabajó”, recuerda. Albert lo confirma: “Mi cuñada había sido empleada -dice-. Era una empresa enorme”, recuerda. Tras los cristales de este gigantesco edificio se esconde la historia de éxito y de fracaso de una de las compañías pioneras de la electrónica en Cataluña: la Vanguard.
Durante los años 60 y 70 del siglo pasado, sus televisores conquistaron los comedores de toda España, sus calculadoras empezaron a llegar a los pupitres de las universidades y sus transistores de radio marcaron un antes y uno después. Con una plantilla de 1.700 trabajadores, de Hospitalet salían cada día camiones cargados con sus últimos modelos. “Ponga un Vanguard en su vida”, decía la compañía a los anuncios que publicaba en las revistas de mayor tirada de España. Pero Vanguard tuvo un final trágico.
Para entenderlo, seguimos su historia. En 1950, en un altillo de la calle Progreso de Hospitalet de Llobregat, el empresario Juan Abello Noguera fundó Cradial, una pequeña empresa dedicada a la fabricación y venta de transistores de radio. Poco a poco el negocio fue creciendo. Pero el boom llegó en 1958, cuando arrojó al mercado un nuevo modelo. Era el Vanguard, llamado así por el programa de cohetes y satélites que había puesto en marcha Estados Unidos. Querían vender los aparatos asociados a la idea de tecnología punta y lo lograron. Enseguida el transistor se puso de moda y las ventas de la empresa se dispararon. A raíz de la buena acogida del mercado, Juan Abello y Juan Cahué, entonces comercial de Cradial, decidieron fundar una nueva sociedad, llamada Cahué Industrial SA, para comercializar la marca Vanguard. El éxito les abrazó.
De hecho era la época de oro de los transistores. En España, desde finales de los años 50 habían aparecido un goteo constante de pequeñas empresas del sector. Vanguard había sabido hacerse un sitio. Junto a Inter e Iberia, era una de las empresas que controlaban el 60% del mercado español. El éxito de Vanguard se materializó a finales de la década de los 60 con la inauguración del edificio de la calle Santa Eulàlia de L'Hospitalet. El 19 de julio de 1969, Francisco Franco distinguió a la empresa con el título de Empresa modelo. La noticia llenó la portada de La Vanguardia. La compañía vivía unos momentos esplendorosos. Pero pronto les añoraría.
En 1975, con la muerte del dictador, el mercado de la fabricación de transistores se liberalizó. Compañías europeas como Philips, Telefunken y Grundig aterrizaron con fuerza en España y el mercado se rompió. Vanguard pasó a ser residual. En 1977, la tecnológica Hitachi quiso comprarla para ganar peso en el mercado español, pero Cahué se negó. “Nunca venderemos la empresa”, dijo a El País. El 1 de febrero de 1981 hizo suspensión de pagos. A partir de ahí comenzó una odisea de despidos, juicios y embargos de Hacienda que llevó a la mítica marca Vanguard a la extinción.
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La lección
“Vanguard no supo prever bien los efectos de la liberalización del mercado”, analiza Susana Domingo, profesora de estrategia y emprendimiento en la UPF y en la Barcelona School of Management. Según la experta, las marcas europeas resultaban más atractivas. "Eran diferentes de lo que todo el mundo había comprado siempre", concluye.