¿La dieta vegana rejuvenece?
No comer productos animales durante dos meses cambia los relojes epigenéticos
Los avances que ha hecho la ciencia del envejecimiento en la última década han sido espectaculares, hasta el punto de que parece posible que, en un futuro próximo, tengamos formas de frenar un poco la degeneración que causa el paso del tiempo. Esta búsqueda no se limita a buscar fármacos para ralentizar el proceso. Últimamente se han encontrado formas de activar el sistema inmunitario para que elimine las células viejas que se acumulan en los tejidos. Sería más sencillo (y barato) conseguir el mismo hito con la dieta. Y esto es lo que propone un estudio publicado en la revista BMC Medicine, que dice que una alimentación vegana podría reducir el envejecimiento.
La relación entre alimentación y edad hace tiempo que se conoce. En prácticamente todos los animales de laboratorio que se han estudiado, se ha visto que una restricción calórica severa (de más del 50% del consumo habitual) activa una serie de mecanismos protectores que alargan la esperanza y la calidad de vida. En humanos todavía no se sabe si también ocurre, sobre todo porque los experimentos necesarios para comprobarlo son muy difíciles de llevar a cabo. Además, las dietas tan severas que funcionan en los animales serían insostenibles en personas porque llevarían a una pérdida de peso que acabaría siendo peligrosa para la salud.
Por eso se estudian alternativas que hagan creer en el cuerpo que está sufriendo una reducción importante de ingesta sin tener que caer en el riesgo de desnutrición. Una de las posibilidades sería el ayuno intermitente, que concentra todas las comidas en una franja de sólo entre ocho y diez horas, sin reducir el número total de calorías que se consumen al final del día. Una vez más, en animales parece ser efectivo, pero habría que comprobar si también lo es en humanos.
El grupo del doctor Christopher Gardner, de la Universidad de Stanford, y científicos de la empresa TruDiagnostic proponen otra alternativa: una dieta vegana. Cogieron 21 parejas de gemelos idénticos de una media de 40 años y establecieron que mientras que uno de los hermanos de cada pareja siguiera una dieta omnívora, el otro no ingiera ningún alimento de origen animal durante dos meses. Al final vieron que el segundo grupo era más joven que otro, un resultado consistente con la idea de que la alimentación basada en plantas es más saludable. Los autores avisan de que no pueden saber si los efectos que ven se deben a propiamente la dieta vegana oa que los que la seguían perdieron dos kilos más de media que el grupo control, lo que implicaría una restricción calórica que podría ser, en realidad, la responsable.
Aparte de este factor enmascarador, los estudios como éste sufren, en general, unas cuantas limitaciones importantes. Para empezar, suelen tener una duración corta, cuando lo ideal sería que los cambios dietéticos se hicieran a lo largo de una parte importante de la vida de la persona, como ocurre con los animales de laboratorio. Pero esto implicaría diseñar ensayos clínicos que durarían décadas, cosa práctica (ni sostenible en cuanto a recursos). Por tanto, debemos conformarnos con inferir cuáles podrían ser los efectos de un cambio dietético de larga duración a partir de lo que ocurre en sólo unos meses, que puede no tener nada que ver.
El otro problema está relacionado con cómo medimos el efecto de estas intervenciones. Actualmente no tenemos ninguna forma cuidadosa de cuantificar el envejecimiento: nos faltan marcadores fiables que puedan calcular la edad biológica. De la misma forma que con un simple análisis de sangre sabemos si el páncreas, los riñones o el hígado funcionan adecuadamente, deberíamos poder medir también cuántos años tienen en realidad estos órganos, más allá de la cifra que sale en el carné de identidad. A falta de mejores opciones, el método más usado es el de los relojes epigenéticos, una serie de marcadores relacionados con las modificaciones químicas que sufre el ADN con el paso del tiempo, que es el que han usado principalmente en este estudio.
Entre los expertos se encuentran partidarios fervientes de esta técnica, como el doctor Steven Horvath, de la Universidad de California, que es su principal impulsor. Pero últimamente han aparecido estudios que nos hacen dudar de su exactitud. Por ejemplo, se ha visto que durante el embarazo los relojes epigenéticos se aceleran hasta dos años, uno envejecimiento que se recupera pocos meses después del parto. Más aún: la edad epigenética varía a lo largo del día, con un mínimo por la noche y un máximo al mediodía, que pueden diferir hasta cinco años. Si esto fuera cierto, quisiera decir que envejecemos y rejuvenecemos de forma espontánea a lo largo de períodos de tiempo relativamente cortos, algo difícil de creer si tenemos en cuenta la complejidad de los mecanismos biológicos que hay detrás.
Así pues, la pregunta es qué miden realmente esos marcadores. Seguramente la edad imprime ciertos cambios químicos en el ADN, pero puede que no fueran exclusivos de este proceso. Por tanto, estudios que basan sus conclusiones principalmente en los relojes epigenéticos sin apoyarlas también en cambios fisiológicos a largo plazo, que es lo que importa de verdad, deben valorarse con precaución. Los posibles efectos de la dieta vegana en el envejecimiento aún tendrán que aclararse.