Fondos europeos para chips europeos
Bruselas quiere duplicar la proporción de semiconductores de fabricación local que se consumen en nuestro continente
La Unión Europea anunció hace unas semanas la Alianza Industrial para Procesadores y Tecnologías de Semiconductores, que aspira a recuperar para nuestro continente un poco de soberanía tecnológica en el estratégico mercado de los chips. Se pretende captar a un socio asiático como TSMC o Samsung que fabrique aquí los circuitos más complejos para integrarlos en los diversos tipos de semiconductores que ya se producen en Europa, usando en todos los casos las herramientas y la equipación de la firma holandesa ASML.
Según el documento fundacional de la Alianza, se quiere canalizar la demanda de la próxima generación de chips y procesadores seguros y eficientes que Europa necesita para sus redes digitales de comunicaciones e infraestructuras críticas, además de atender los sectores de automoción, automatización industrial, salud e inteligencia artificial. Reforzando el ecosistema europeo de diseño electrónico y desplegando la capacidad de fabricación de chips se resolverían los dos grandes déficits de Europa en este terreno. La nueva alianza europea para los chips es paralela a la creada para los datos industriales y la nube, y las dos conforman el objetivo de lograr en 2030 la soberanía tecnológica europea que la Comisión formuló en el mes de marzo. Una parte significativa de los fondos de recuperación se usarán para conseguirlo.
La novedad principal es que ahora se quiere impulsar la colaboración público-privada e implicar a todos los fabricantes europeos de chips que hay actualmente. Si bien inicialmente parecía que se apuntaría a la producción de chips muy sofisticados, con tecnologías de cinco nanómetros, ahora se asume que la demanda de estos en Europa es muy escasa, y que las firmas europeas prefieren hacer chips especializados, con más demanda y más rentables.
Quién fabrica chips en Europa
En Europa hay varios fabricantes importantes de chips: la franco-italiana ST Microelectronics (fruto de la fusión entre SGS y Thomson), la holandesa NXP (surgida de Philips) y las alemanas Infineon o Bosch. Todas fabrican chips para automoción y para equipos de automatización industrial, chips que tienen que ser más robustos que los de un smartphone. Por eso, y para ser inmunes a las interferencias, sus nodos son más grandes, de 14 nanómetros o más.
Aun así, estos chips "industriales" no pueden funcionar sin el complemento de un procesador más avanzado, como el de los ordenadores y móviles. Hasta ahora, las empresas citadas –igual que su homóloga nipona Renesas– tienen que encomendar la fabricación a la taiwanesa TSMC o a la coreana Samsung, que son las únicas que disponen de los equipos de litografía ultravioleta extrema necesarios para hacerlo. Paradójicamente, estos equipos suelen ser de origen europeo: los fabrica la empresa holandesa ASML a razón de 150 millones de dólares cada uno.
La crisis pandémica
Como ya se explicó en este espacio, la pandemia de covid-19 ha perturbado mucho el suministro de chips: los fabricantes de informática y telefonía se apresuraron a acaparar con pedidos de chips costosos la capacidad de producción de chips baratos que los de automoción y equipos industriales habían dejado libres debido a la caída de la demanda. Como la cadena de abastecimiento de este sector implica a cientos de subcontratistas que cortan, encapsulan y verifican las obleas originales, formadas por miles de millones de transistores, tiene poca agilidad de respuesta, y así es como la mayoría de los fabricantes de coches, que hasta ahora trabajan con tiempos de entrega de hasta cuatro meses vista, han tenido que parar algunas de las líneas de fabricación por falta de componentes. La UE quiere evitar que esto pueda a volver a pasarle a una de sus industrias emblemáticas.
Negociaciones
El mes pasado, durante la visita del comisario europeo Thierry Breton a la fábrica de chips de ST Microelectronics en Grenoble, su principal directivo, Jean-Marc Chéry, explicó a Breton que la clave de la fabricación de chips no es la miniaturización en la que la Comisión insistía hasta entonces, sino la especialización. Después de esto, ST parece más dispuesta a colaborar con la Alianza, y parece que se ha comprometido a subcontratar una parte de la producción de chips complejos en la nueva planta que la UE quiere impulsar, en vez de seguir pasando todos los pedidos a plantas de Asia como hasta ahora.
Los otros fabricantes europeos de semiconductores también parecen más proclives a implicarse en la Alianza, si nos tenemos que guiar por sus declaraciones más recientes sobre el papel que Europa tiene reservado para los chips especializados, que mayoritariamente son de 14 nanómetros o más.
La pieza que todavía falta en el rompecabezas es esta fábrica de semiconductores avanzados en territorio europeo que pueda atender los pedidos de los fabricantes continentales. La candidata ideal es la taiwanesa TSMC, que tiene interés en instalarse más cerca de sus clientes para esquivar las complicaciones medioambientales (terremotos, sequías) a las que está expuesta en su isla de origen. Pero a la firma le sobran pretendientes: ya comprometió con Donald Trump una nueva planta de 12.000 millones en Arizona y negocia otras con Japón, Singapur y China, además de haber recibido del gobierno de Taiwán el permiso para construir otra instalación para fabricar chips con tecnología de dos nanómetros. Aún así, el presidente de TSMC confirmó hace pocas semanas que estudian abrir en Alemania su primera planta europea. Justo es decir que una fábrica de chips de este nivel requiere una inversión de unos 20.000 millones de dólares y cuatro años para ponerla en marcha, además del emplazamiento adecuado, mano de obra cualificada y subcontratistas expertos, y estos dos últimos conceptos van escasos en Europa.
La carta de TSMC no es la única que Europa tiene al alcance. También Samsung se ha propuesto ampliar el lucrativo negocio de producción de chips, y esta semana ha anunciado un plan para invertir 175.000 millones de euros en semiconductores y biotecnología. Aún así, ha especificado que tres cuartas partes de esta enorme cantidad y de los 40.000 nuevos puestos de trabajo se quedarán en Corea del Sur, y que, por otro lado, ya tiene en marcha la construcción de una nueva planta de chips en los EE.UU. En todo caso, menos probable es que la UE le subvencione una segunda fábrica europea (ya tiene una en Irlanda) a la norteamericana Intel, que produce mayoritariamente microprocesadores x86 para su consumo propio y no los chips de arquitectura ARM que el resto del mercado pide.
Todo apunta a que en otoño se podrían concretar algunos de estos acuerdos que se están gestando al más alto nivel para aproximar la fabricación de chips a los clientes que los tienen que consumir. El sistema probablemente será menos rentable a escala global, pero aportará una gran ventaja: un control más estricto de los pedidos por parte de los clientes, que evitará quedarse sin abastecimiento durante meses como pasa desde hace un año y en algunos casos seguirá pasando hasta 2023. Todo ello, un nuevo episodio de los eternos desajustes entre oferta y demanda y fluctuación de precios que ha caracterizado el medio siglo de historia de los semiconductores.