HOMENOTES Y MUJERES

El genio que iluminó Barcelona con Canadiense

Carles Emili Montañès i Criquillion, artífice también del tranvía eléctrico, es uno de los catalanes clave del siglo XX

David Valero Carreras
3 min
Carlos E. Montañès Criquillion

Como si se tratara del diablo encarnado en un hijo del Matarraña reinterpretando la tercera tentación de Cristo, Montañès subió al ingeniero norteamericano Frederick Pearson hasta la cima de la sierra de Collserola para mostrarle el plan de Barcelona con toda su grandiosidad. Todo aquel gigantesco enjambre de personas y de fábricas humeantes que se extendía a ambos lados del Tibidabo necesitaría electricidad, y ellos serían los que la proporcionarían. La visión resultó tan perturbadora que Pearson quedó convencido al instante de que había que empezar a explotar los ríos pirenaicos para producir energía eléctrica. Acababa de comprobar fehacientemente que la demanda estaría asegurada.

De personajes de la singularidad y la trascendencia de Carles Montañès ha habido muy pocos en el país. No es una exageración que su biógrafo -Joaquim Monclús- lo considere uno de los catalanes más importantes del siglo XX. Una vida que se extiende lo suficiente para haber conocido los tranvías a caballo cuando aún olían de nuevo y la televisión en color o la entrada de la informática a las grandes corporaciones. Casi cien años de vida pero que, dada su hiperactividad, todavía parecen muchos más. Pese a ser considerado -como decíamos desde el principio- hijo del Matarraña, las cuestiones logísticas quisieron que Montañès viniera al mundo a Barcelona. Su padre sí que era originario de esas tierras, mientras que la madre era una estadounidense de sangre belga.

En 1899, y con la carrera de ingeniería bajo el brazo, entró a trabajar en la Compañía de Tranvías de Barcelona, ​​primero como peón y después siendo su ingeniero jefe. Los hermanos Morris, amigos de Montañès e hijos del director de la empresa, fueron claves para que accediera al primer trabajo. Los Morris eran unos filipinos de origen inglés que resultaron importantes en la difusión del fútbol en la ciudad de Barcelona y llegaron a jugar en el Barça de Joan Gamper. Este deporte no resultaba ajeno a Montañès, que lo había practicado en el antiguo Barcelona Football Club cuando frecuentaba la colonia británica. El dominio de la lengua inglesa -idioma de la madre- le permitió moverse por los cenáculos anglófonos de la ciudad.

La mención a los tranvías a caballo no era gratuita: venía a cuento porque fue precisamente Montañès quien impulsó la electrificación del servicio durante sus años en la compañía. En 1908 dio el salto hacia el ferrocarril e impulsó la línea que unía el Vallès con Barcelona por Collserola. La aventura, que murió de éxito por la presión de los competidores, le sirvió de ensayo para crear, en 1912, una compañía de trenes que llevaba por nombre Ferrocarrils de Catalunya SA, entidad que tras numerosos avatares hoy pervive con el nombre de Ferrocarriles de la Generalidad de Cataluña.

Un año antes de la puesta en funcionamiento de los ferrocarriles se produjo la escena con la que abríamos este artículo y que desembocó en la fundación de la Barcelona Traction, Light & Power, más conocida como la Canadiense, la su creación más emblemática. La gran compañía eléctrica catalana -con sede formal en Toronto- estuvo en el ojo del huracán de las reivindicaciones obreras posteriores a la Primera Guerra Mundial, hasta el punto de que la huelga de sus trabajadores figura en los libros de historia como una hito inexcusable que sirvió para implantar la jornada laboral de ocho horas en España. Tan importantes fueron los efectos de la huelga que Montañès hizo un paréntesis en sus obligaciones como diputado en Madrid (lo fue entre 1916 y 1923) para asumir el cargo de gobernador civil de la ciudad, con la vana esperanza del gobierno español que él podría solucionarlo. No fue así y regresó a su escaño. Por su parte, la compañía eléctrica continuó haciendo su camino hasta convertirse en Fecsa después de la Guerra Civil. Actualmente ha quedado integrada en la ahora italiana Endesa.

Las últimas décadas de su vida transcurrieron en Madrid, donde ocupó varios cargos oficiales y algunos de no tanto, como la presidencia del Cercle Català (1964), posición esta última que le permitió levantar un monumento dedicado a la sardana en el parque de El Retiro, en medio de la capital de España.

En 1974, después de casi un siglo de trayectoria vital, murió un genio inalcanzable que encontramos detrás de infinidad de actividades y proyectos, algunos de los cuales todavía vertebran nuestra vida cotidiana.

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