Amor y pimienta

"Algo habrá entre este par"

Lourdes es incapaz de mirar 'Cuando Harry encontró a Sally' hasta el final sin ponerse a llorar

Lo mismo que el de la mesa de al lado
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A veces deben pasar los años para poder mirar con perspectiva y con distancia suficiente para encontrar respuestas. Nada asegura encontrarlas, pero volver allí, en aquellos recuerdos, quizás distorsionados por la memoria fabuladora, puede servir de consuelo. Lourdes es incapaz de mirar Cuando Harry encontró a Sally hasta el final sin echarse a llorar.

Eran muy jóvenes cuando todo el grupo hacían de monitores en el esparcimiento, alrededor de 1975. Iban a la universidad y se fueron emparejando unos con otros con una simetría perfecta. Fueron tres o cuatro años de felicidad absoluta dentro de esa burbuja hecha a medida donde nada importaba más y donde lo hacían prácticamente todo juntos. A medida que fueron terminando las carreras y encontraron trabajo, se fueron casando y dejaron el esparcimiento. Los primeros en casarse fueron Lourdes y Eduard y los últimos, Marina y Jaume. Lourdes y Jaume eran amigos de mucho antes de la burbuja, de cuando eran unos niños, porque habían veraneado con su familia en el mismo camping durante unos años y de hecho fue Jaume quien le dijo a Lourdes que al esplai buscaban monitores y por eso ella se apuntó. Tenían una amistad que en aquella época se ponía en entredicho –"algo habrá entre este par", decían– porque se creía imposible sostener una relación así entre un hombre y una mujer. Compartían el mismo gusto por la música, el cine y algunos libros. Una conexión difícil de contar con palabras a los ojos de los demás. Tampoco lo necesitaban.

Después de dejar el esparcimiento y con las vidas de cada uno en marcha, sobre todo con la llegada de los hijos, los encuentros del grupo se fueron complicando. Por eso establecieron en el calendario el tercer sábado de noviembre como "el día mundial de los del esparcimiento, a toda costa". Cada año, ese día, una de las parejas organizaba alguna actividad con almuerzo y sobremesa que, a menudo, acababa alargándose hasta la hora de cenar. Primero, cuando los hijos eran pequeños, quedaban todos juntos; después volvieron a ser sólo ellos ocho, la esencia.

Debieron tener cuarenta y tantos cuando, un día, Jaume le envió un correo a Lourdes. Le decía que no estaba pasando una buena época: que la hija adolescente quería dejar sus estudios, que no estaba bien y que él no sabía cómo ayudarla. Que en el departamento donde trabajaba de la facultad le habían puesto un jefe que le tenía amargado. Necesitaba desahogarse y pensó que quien mejor podía entenderlo era Lourdes. Ella le contestó que una tarde de esa misma semana le iría a buscar a la facultad y hablarían un rato. En aquellos momentos Lourdes estaba en paro y los chavales ya iban y volvían solos de los entrenamientos. La tarde que se encontraron estuvieron charlando dos horas muy buenas. En la boca del metro, Jaume le dio las gracias: "Debería haber sido psicóloga, porque estoy mucho mejor, la verdad". A Lourdes le hizo gracia el comentario porque Eduard, su marido, también se lo había dicho alguna vez.

Al cabo de dos semanas volvieron a quedar. Aquella vez les oscureció sin que tuvieran tiempo de darse cuenta. Fue la primera de muchas quedadas, una por semana. Con cualquier excusa: un libro, un CD, una idea que me vuelta por la cabeza. Y entre semana un correo de uno u otra esperando impaciente en la bandeja de entrada.

Justo antes de San Juan, cuando Lourdes cogía a los niños y se los llevaba al pueblo a pasar el verano mientras esperaban que Eduard empezara vacaciones, Jaume le pidió a Lourdes si nunca le había dicho al su hombre que se veían. Ella le contestó con un no rotundo. "¿Y en la Marina?". Él le devolvió la misma respuesta. "Se pensaría lo que no es. Pero es que no sé muy bien qué es. ¿Dos amigos que se encuentran para charlar?". Intentaron trazar alguna teoría que explicara por qué se encontraban tan bien uno con otro; porque habían llegado a crear ese grado de necesidad. Porque no se lo habían dicho a nadie. Pero lejos de tranquilizarlos mutuamente, se fueron poniendo cada vez más nerviosos. No encontraban las respuestas. No siempre están cuando se buscan. Quizás deben pasar los años y mirarlo con perspectiva.

Se despidieron en la boca del metro como lo hacían siempre. Un "que te vaya bien. Y a ti también". Ningún contacto físico, ni siquiera la mera posibilidad. De camino a casa, Lourdes pensó que le escribiría un correo para calmarlo. Las palabras escritas son a veces como una caricia. Pero otros pueden ser un terremoto.

Cuando abrió el ordenador se encontró con que Jaume le había pasado delante y le había escrito un largo mensaje. Era una despedida. Le decía que no sabía cómo había llegado hasta allí. Que no sabía por qué sentía esa atracción tan fuerte por su amiga. Que no sabía por qué le había pasado a él, cuando estaba loco por Marina. Le dijo que comprendía que quizás Lourdes no estaba entendiendo nada de lo que le decía, pero que mirara la película Cuando Harry encontró a Sally y que quizá le ayudaría. Y qué buen verano. Lourdes corrió a alquilarla y la miró con Eduard. Lo que entendió le hizo daño.

Cuando se volvieron a ver en noviembre con todo el grupo, ambos hicieron como si nada. Ella le pidió cómo estaba y él dijo que estaba bien.

Ahora ya pasan de los 65, unos están jubilados y otros se lo están pensando. Tienen un grupo de whatsapp que se llama “peti quien pete” y envían fotos de los limpios cuando nacen. Han ido a los funerales de padres y madres y se felicitan a los santos. Siempre se dicen que son guindillas raras porque llevan más de cuarenta años con la misma pareja y la amistad está por encima de todo. En ese momento, dos de las personas del grupo son incapaces de mirarse.

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