Homenotes y danzas

El hombre que 'inventó' el turismo en España

José Meliá pasó de exportador de naranjas a propietario de la tercera cadena hotelera del mundo

Una imagen de la playa de Torremolñinos, en Málaga, en los años 70
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BarcelonaLa marca Meliá es uno de los emblemas más reconocidos mundialmente en el sector hotelero, gracias a los más de 300 establecimientos que posee ya una facturación que supera los 1.700 millones de euros. Lidera el sexteto de grandes cadenas estatales, por encima de los también mallorquines Barceló, Riu e Iberostar, de los gallegos Eurostars/Hotusa y de los catalanes H10. La familia propietaria son ahora los Escarrer, lo que nos puede llevar a preguntarnos de dónde sale el nombre, Meliá, que luce la cadena.

La respuesta la encontramos viajando en el año 1987, cuando una cadena hotelera de nombre Sol y propiedad de los Escarrer adquirió su competidor Meliá, en un movimiento corporativo que le sirvió para acabar quedándose una marca de mucho prestigio en el mundo hotelero y arrinconar la suya propia, con un período de transición en el que el grupo se llamó Sol Meliá. Quien había creado la cadena fue alguien bautizado como "el inventor del turismo", el valenciano José Meliá, que en 1955 abrió su primer hotel y encendió la mecha del turismo de masas.

José Meliá, fundador de la cadena hotelera Meliá

Antes de ese año tan trascendental para el turismo, Meliá se estaba dedicando al negocio familiar, que nada tenía que ver con el sector y sí con un producto muy valenciano: la naranja. En efecto, la exportación de esta fruta y también un negocio de consignación de barcos en el puerto de Valencia es lo que había permitido a la familia situarse en una posición más que acomodada. Para los no iniciados, diremos que los consignatarios son los intermediarios que utilizan los armadores de barcos para realizar la carga y descarga dentro de un puerto. Con el dominio del inglés y el francés (hizo estudios en ambos países), y el alemán aprendido sobre la marcha en los muelles del puerto, Melià tenía muchos activos para triunfar.

La visión internacional adquirida –era el encargado de introducir el producto en el mercado europeo– permitió al joven Meliá comprender la importancia de la logística de los viajes y, más aún, anticipar el boom del turismo, que llegaría una vez terminada la Segunda Guerra Mundial. Antes de abandonar el sector de la naranja dejó su huella con una práctica que después tendría mucho recorrido: comprar la fruta mucho antes de la recogida con un precio cerrado acordado con el campesino. Más riesgo, pero también mayor margen.

Aún antes de la Guerra Civil creó un departamento en la empresa familiar para tramitar los billetes de los clientes, en lo que sería el embrión de su futuro negocio. Y tan pronto como en 1944 abrió una primigenia agencia de viajes (técnicamente, “oficina de turismo”), que tres años después mutó a Viajes Meliá, la puerta de entrada de miles y miles de extranjeros que querían descubrir las playas peninsulares. Y aquí llegamos a aquel histórico 1955, en el que abrió sus puertas el Bahia Palace, de Ciudad de Palma, el primer hotel de playa de la cadena fruto de la voluntad de Meliá de sacar más partido de los turistas que hacía venir. La apertura constante de establecimientos propició que la cadena se situara rápidamente como primera del Estado y tercera del mundo (37 hoteles en los años sesenta), un crecimiento acelerado propio de aquellos negocios nacidos a la sombra del régimen y que tenían su visto bueno. Y es que Meliá fue miembro destacado del Clan de El Pardo, el grupo de empresarios vinculados a la familia Franco.

Pero la vida nunca es una línea recta, sino que más bien está trufada de curvas que esperan el momento más adecuado para hacer acto de presencia. A principios de los setenta –época convulsa por la crisis del petróleo– el imperio empezó a tambalearse, hasta el punto de que tuvo que reducir sus dimensiones y recibir respiración asistida de la banca, especialmente del Banco Coca (un banco hoy olvidado, pero con una historia singular, con suicidio de su propietario incluido). Poco después esta entidad bancaria fue absorbida por el Banesto, que de rebote se convirtió en propietario de la cadena Meliá. Esto ocurrió entre 1978 y 1987, momento en que entró en juego el grupo italiano de Giancarlo Parreti, que logró quedarse el negocio a cambio de 8.500 millones de pesetas (algo más de 50 millones de euros) . No pasó ni un año que Parreti transfirió los hoteles a la Cadena Sol, de Els Escarrer, mientras que la rama de agencias de viajes entró en suspensión de pagos. Pese a todos estos cambios de propiedad, José Meliá continuó manteniendo varios cargos ejecutivos en el grupo, más tarde transformados en honoríficos hasta su muerte.

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