Homenots y Donasses

El hombre que levantó el imperio de tintes y champús de L'Oréal

Eugène Schueller transformó sus experimentos con colorantes en una multinacional de la cosmética

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Eugène Schueller
  • Fundador de L'Oréal

Desde el 2007, la prensa francesa –y en menor medida, la europea– llenó llanuras enteras con una trama digna de la película Puñales por la espalda (Knives out, en inglés) que fue bautizada como "caso Bettencourt". La historia iba de una viuda multimillonaria, de un fotógrafo cautivador y ambicioso, de una hija cabreada y de varios políticos de primera línea de la República Francesa. Como es sencillo de suponer, la razón de las disputas entre los protagonistas del serial era la ingente fortuna de la viuda, una señora que parecía no estar toda. Cuando los regalos de la señora, de 87 años, en el fotógrafo totalizaron la cifra de 1.000 millones de euros, la hija –única heredera– estalló y pidió la tutela de la madre, además de denunciar al fotógrafo por “abuso de debilidad”. Como en la trama también había un mayordomo que grababa conversaciones, se supo que el fotógrafo no era el único beneficiario de los regalos de Liliane Bettencourt, sino que también un puñado de políticos relevantes habían recibido dinero de la viuda. Al final, todo ello desembocó en una serie de detenciones –incluida la del fotógrafo– y un trance difícil de pasar para Nicolas Sarkozy, que tenía su partido salpicado por el escándalo.

La pregunta que surge de inmediato es cómo la señora Bettencourt había acumulado dinero suficiente para ir repartiendo alegramente verdaderas fortunas a unos y otros. La respuesta la encontramos en su padre, Eugène Schueller, el hombre que levantó un imperio mundial de la cosmética. El destino quiso que este joven químico, hijo de un panadero alsaciano, fuera reclamado por un peluquero de París para ayudarle a crear tintes para el cabello, una actividad que Schueller ya no abandonaría nunca y que acabaría haciéndole rico. En 1909, con sólo 28 años, transformó los experimentos con los colorantes en una empresa, la Société Française de Teintures Inoffensives pour Cheveux (Sociedad Francesa de Tints Inofensius para Cabells), con lo que precisamente perseguía conseguir unos colorantes que no estropearan los pelo.

El producto estrella que salió de la factoría era un tinte llamado L'Auréole, en referencia a un peinado de moda en la época, y que poco después evolucionaría hacia L'Oréal, la marca que hoy en día todavía triunfa en todo el planeta. Las habilidades químicas de Schueller se combinaron con su capacidad comercial innata para dar como resultado un crecimiento imparable que acabó devorando incluso a algunos de sus grandes rivales, como es el caso de la firma Rubinstein (1988), fundada por Helena Rubinstein.

Al emprendedor francés también se le puede considerar el inventor del champú tal y como lo conocemos ahora, porque en 1933 sacó al mercado un producto llamado Dopal (luego, Dop) que dejaba el pelo mucho más suave que con los jabones que se utilizaban hasta entonces. Muy atento a los cambios de modas, en la década de los años treinta empezó a comercializar el primer bronceador, Àmbre Solaire, porque lo de estar siempre pálido dejaba poco a poco de ser tendencia. Las décadas posteriores serían de una fuerte internacionalización de la marca, que quería llegar a todos los rincones del planeta. La empresa nunca ha dejado de innovar hasta el día de hoy, una de las razones de mantenerse en lo alto del podio mundial.

Aunque a Schueller los negocios le ocupaban casi todo el tiempo disponible, siempre encontró rendijas para hacer activismo político, y no de cualquier manera: financió y difundió publicaciones de extrema derecha, antisemitas y filonazis sin escrúpulos. Se sintió como pez en el agua en la Francia ocupada, lo que podría hacernos pensar que sufrió las purgas del gaullismo (l'Épuration), pero no... su amistad con un joven colaboracionista, pero influyente en la Francia de posguerra llamado François Mitterrand le liberó de males mayores.

Por cierto, la señora Bettencourt murió en el 2017, con una fortuna valorada en 36.800 millones de euros, lo que la hacía la mujer más rica del mundo en ese momento. Todo ello proveniente del 35% que controlaba de la empresa L'Oréal, un paquete que hoy está en manos de los descendientes, máximos accionistas de la empresa por encima de Nestlé, que tiene un 20%.

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