El 29 de marzo Beyoncé presentó su nuevo álbum, Cowboy Carter, de clara influencia country, y lo hizo triunfal en el lomo de un caballo y vestida de vaquero. Un hecho que podía haber honrado a este sector de la música estadounidense, dada la gran repercusión de la cantante, pero, al contrario, Nashville como capital del country no ha dejado de mostrar recelo. La propia Beyoncé ha manifestado que este viraje musical es una reacción al rechazo manifiesto que sufrió cuando, en 2016, actuó en los Premios de la Asociación de Música Country. Pero ¿cómo se explica esa hostilidad?
La cultura western es el ADN cultural de Estados Unidos, así como el vaquero, la masculinidad fundacional del hombre americano, que sigue viva en pleno siglo XXI. Una cultura demasiado a menudo idealizada, puesto que los mitos no admiten razones, sino pasiones, miedos y aspiraciones. Por eso, cuando pensamos en un vaquero nos viene a la cabeza un hombre solitario, introspectivo y misterioso, que deambula por los márgenes territoriales y legales en defensa del honor, siempre con la puesta de sol como telón de fondo. Un hombre sin rumbo fijo ni lazos sentimentales, motivado por la custodia fronteriza, las causas perdidas y la comunión con la naturaleza. Pero la realidad histórica del cowboy es bastante diferente a este imaginario.
El vaquero era un hombre de clase humilde a sueldo de los ganaderos, menospreciado por las clases acomodadas por la rudeza de sus formas y la dejadez de su aspecto. La indumentaria estaba pensada para serle funcional, como el sombrero de ala ancha que le guareceba del sol, la bandana que le aislaba la cara del polvo, los sobrepantalones para proteger las piernas o las botas con tacón cubano que lo sujetaban mejor en los estribos. El tejido denim –con los remaches de cobre de Levi Strauss– y la piel eran la opción más duradera y resistente.
Contrariamente a la imagen de héroe, el vaquero ocupaba un escalafón bajo en la estructura social y, como mecanismo para canalizar su frustración de clase y la falta de poder social real, sistematizó un comportamiento violento, especialmente ningún a segmentos más débiles como las mujeres y las minorías, a fin de reforzar la seguridad tanto personal como de su colectivo. Un estereotipo de masculinidad que, en definitiva, descansaba en un fuerte machismo y en la defensa de la supremacía blanca. Y, precisamente por eso, Beyoncé, como mujer afrodescendiente, no es bienvenida en el mundo del country, aunque este género musical contiene en sus raíces formas musicales afroamericanas.
El reavivamiento de la cultura western se está dando en múltiples frentes, y nos constata que será una de las grandes tendencias de 2024. Desde la oscarizada Los asesinos de la luna de Martin Scorsese hasta Shakira, vestida con sombrero y botas cowboy en el videoclip El jefe. Lana Del Rey ya ha anunciado que su próximo álbum abrazará este género musical, sumándose a habituales que rememoran el estilo como Harry Styles, Katy Perry o Taylor Swift. Miley Cyrus, con estrechas vinculaciones a la cultura, lució recientemente una recreación del peinado bouffant de Dolly Parton en los premios Grammy de 2024 y Bella Hadid y Kim Kardashian se han dejado ver vestidas con sombrero y botas vaqueras. Pero su punto álgido en moda fue en la última colección de Pharrell Williams para Louis Vuitton, totalmente inspirada en el country. Una propuesta que no estuvo exenta de críticas, sobre todo en el sector de la moda parisina, que ha visto tambalear sus raíces elitistas y eurocéntricas, evidenciando que quizás hay más puntos que le unen con el country: la defensa de unos valores profundamente conservadores.