Los nómadas del siglo XXI

Por motivos y circunstancias varios, muchos norteamericanos optan por vivir en furgonetas y caravanas sin una residencia fija. Se trata de una subcultura que ha crecido debido a los precios desorbitados de la vivienda en las grandes ciudades y el impacto de la pandemia

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Fotograma de Nomadland, que ganó el Globo de Oro a la mejor película dramática y que explica los pros y los contras de los nómadas contemporáneos norteamericanos .

Es difícil saber cuántos son, pero lo que descubrió Carol Meeks es que “existe toda una subcultura de personas que vive de esta forma”. Es decir, en furgoneta, sin una residencia fija y de viaje. Son los nómadas del siglo XXI. Cada uno tiene sus motivos y circunstancias para hacerlo, pero la pandemia ha llevado a unos cuantos a la carretera. Meeks, que tiene 68 años y está jubilada, admite que la avergüenza reconocer que “pensaba que las únicas personas que viven así eran depravados, delincuentes, personas en los márgenes de la sociedad”. ¿Las hay? “Sí, pero no creo que sean la mayoría”, concluye.

Nomadland, protagonizada por Frances McDormand, y ganadora el pasado domingo del Globo de Oro a la mejor película dramática, explica de forma casi documental los pros y contras de estos nómadas contemporáneos. McDormand encarna a Fern, una mujer que, tras perder a su marido y su trabajo, se lanza a vivir en una modesta furgoneta. Allí cocina, duerme y defeca. Sobrevive y se descubre. Hace del vehículo una vivienda, mientras trabaja aquí y allá con contratos temporales y hace amigos en el camino. La suya es una de las posibles realidades de esta subcultura, que la película ha puesto en primera plana.

El impulso del teletrabajo

La realidad de JennaLynn Self, de 32 años, es, como ella admite, la de los privilegiados. Salió de Washington el 1 de octubre del año pasado. Comparte estrecheces con su marido, Corey, y su perro, Franklin. Ambos trabajan como consultores del gobierno federal, un empleo que la pandemia convirtió en telemático. Entre permanecer en un pequeño y caro apartamento en la capital estadounidense o cambiarlo por los paisajes de Estados Unidos como patio trasero de su nueva vivienda la pareja ni se lo pensó. De lunes a viernes se aseguran estar en una zona con buena conexión y aprovechan la tarde para explorar. “Cuanto más al oeste nos vamos, más temprano empiezan nuestros días”, explica desde el desierto de Sonora, en Arizona.

En cambio, para Phyllis Bickford, de 72 años, la furgoneta fue la solución al vacío vital que llegó con la jubilación. Pensó en irse a vivir a Sudamérica, estuvo a punto de construir una casa con su hermana, pero internet le abrió los ojos a la vida en una furgoneta y se compró una. 

“Es una como la que podría utilizar un electricista para trabajar”, explica. Humilde, sencilla, pero suficiente para hacerla habitable con unos pocos apaños. Y es que, admite, “las prioridades y valores cambian”. Para Bickford el valor lo daba antes el precio del producto. Ahora el argumento es más básico: “Si no puedes usarlo, no tiene valor”. Los precios desorbitados de la vivienda a las grandes ciudades, pero también los cambios laborales derivados de la pandemia, están detrás de la motivación de algunos nómadas. Los precios desorbitados de la vivienda en las grandes ciudades, pero también los cambios laborales derivados de la pandemia, están detrás de la motivación de algunos nómadas. 

 “En mis tiempos”, reflexiona Carol Meeks, “estabas atada a una mesa, a un lugar concreto. Eso ya no es así y ahora, con la covid hay mucha gente que no va a volver”. JennaLynn Self está de acuedo: “Mientras podamos seguir trabajando de forma remota, creo que seguiremos viviendo de esta forma”. Admite, eso sí, que también podría suceder que se enamoren de una ciudad en el camino y decidan asentarse. Pero defiende que “hay otras formas de vivir, que quizá se consideran poco convencionales”, pero con las que se identifican “millennials y generaciones más jóvenes”. 

Más veterana, Phyllis Bickford tiene día a día más claro que ni casa ni ciudad. “Cada vez me siento más incómoda en ellas”, confiesa.

La libertad absoluta

El impulso de muchos nómadas está vinculado a una idea muy estadounidense: la de la libertad absoluta, la de la autonomía y autogestión sin esperar nada a cambio del Gobierno. Pero también es, en cierto modo, una enmienda al concepto del American dream, del sueño americano de la casa en un barrio residencial, con su jardín, el coche y los niños. Phyllis, contundente, apunta: “Si sigues creyendo en el sueño americano es que estás dormido”. 

Menos tajante, para JennaLynn Self su nueva vida es “una redefinición de qué es el sueño americano”. Un sueño cuya realidad le ha demostrado que con poco es suficiente. “Me siento realmente libre por no estar atada a nada”. Por ello cree que es importante no seguir la inercia y preguntarse si lo que uno quiere es vivir como lo hicieron sus padres. “Si eso es lo que quieres, también está bien”, admite.

Por debajo de la idea romántica del nomadismo hay historias duras que guían una forma de vida profundamente solitaria para muchos, incluso de purgación. “Hay mucha gente que está huyendo de la violencia doméstica”, apunta Bickford. “Muchas personas que se han separado de su familia por abuso de las drogas y el alcohol”. Por ejemplo, uno de sus mejores amigos: “Quemó todos los puentes con su familia y amigos, se convirtió en un ermitaño durante cuatro años y se alejó todo lo que pudo de la gente”, cuenta Phyllis, que lo conoció en una reunión de nómadas. En una de ellas le confesó que “había sido una persona terrible, pero que había podido recuperar su vida” tras lanzarse a la carretera.

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