Putin refuerza su poder con unas elecciones farsa

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Imagen de un colegio electoral con la imagen de Putin.

Los portavoces del Kremlin están vendiendo estas elecciones como un plebiscito en torno a la figura de Vladimir Putin que el presidente ruso ha superado con nota, con una participación superior a la de otros comicios y un apoyo a la búlgara (88% al cierre de la edición). Pero en realidad estas elecciones no tienen credibilidad alguna. Son una farsa. El dictador ruso ya se había encargado antes de eliminar físicamente a la principal figura de la oposición, Alexéi Navalni, y de impedir cualquier otra candidatura crítica. Cualquier manifestación de disidencia se tacha rápidamente de traición desde los medios oficiales, y sus defensores son acusados ​​de ser agentes extranjeros a sueldo de potencias enemigas de la patria. La guerra en Ucrania ha convertido a la Rusia de Putin hoy en un régimen asfixiante donde todo lo que no sea el culto al líder es visto como sospechoso. En realidad, este esquema se ha repetido muchas veces en la historia. No es la primera vez que un dirigente provoca una guerra para tapar sus miserias y refugiarse en el nacionalismo. El problema aquí es que Putin no es un dictador cualquiera, sino el de una potencia con armas nucleares y enfrentado a Occidente.

Cada vez son más las voces, como la de la ministra de Defensa, Margarita Robles, que advierten del peligro de una escalada bélica y del riesgo de guerra en territorio europeo más allá de Ucrania. El hecho de que Putin haya entrado en una deriva antioccidental y se vea reforzado por sus últimos logros militares sobre el terreno le hace extremadamente peligroso y provoca dudas sobre cómo tratarlo. Parte de la extrema izquierda y de la extrema derecha, que en eso coinciden, reclaman que se deje de ayudar a Ucrania para calmar así a Putin y evitar el riesgo de catástrofe nuclear. Pero la mayoría de gobiernos europeos, y especialmente líderes como Emmanuel Macron, consideran que si se deja caer a Ucrania en manos de Putin será el final del orden internacional y la entrada en una etapa más oscura todavía. De momento, el único consenso es que Europa necesita rearmarse si quiere ser un actor internacional soberano, y más cuando existe el riesgo real de que Donald Trump gane las elecciones en noviembre y selle una alianza con Moscú. Precisamente, la nueva presidenta del BEI, la exministra de Economía española Nadia Calviño, podría tener la clave para acelerar a este rearmanente. El objetivo sería tanto seguir ayudando a Ucrania, que recordemos que es quien está pagando un precio muy elevado para frenar a los rusos, como asegurar una fuerza militar que resultara mínimamente disuasoria y que a estas alturas no existe.

Estamos por delante del peor momento para las democracias liberales desde la caída del Muro de Berlín. Las dictaduras o regímenes iliberales proliferan y una parte importante de la población europea se siente seducida por las consignas de la extrema derecha. Más allá del debate sobre qué hacer exactamente en Ucrania, lo que es evidente es que el pase allí acabará siendo determinante, tanto para el futuro de la Unión Europea como para la estabilidad del orden internacional que hemos conocido hasta ahora.

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