¿Por qué el régimen franquista se cebó con Salvador Puig Antich?
La familia del joven anarquista lleva 50 años luchando por que la justicia española reabra el caso y rectifique
BarcelonaEl sábado 2 de marzo de 1974, a falta de cinco minutos para las nueve y media de la mañana, el gobierno franquista ejecutó a Salvador Puig Antich. Tenía 26 años y era militante del Movimiento Ibérico de Liberación (MIL). Han pasado cincuenta años, pero sus cuatro hermanas siguen luchando, sin éxito, porque la justicia española reabre el caso. Ni siquiera con la nueva ley de memoria española se ha logrado lo que reclama la familia desde hace medio siglo. "Nosotros siempre hemos reivindicado un juicio justo y que España rectifique, porque El Salvador no era un asesino", afirma Montserrat Puig Antich. La justicia siempre ha mirado hacia otro lado, pero la familia ha vencido en la calle: "Gracias a muchas personas que han investigado y han explicado lo que han descubierto, no pasará a la historia como un asesino. Y eso nos compensa tantos años de lucha", afirma Montserrat Puig Antich.
En marzo de 1974, un régimen con ganas de venganza por el asesinato de Carrero Blanco decidió ejecutar al joven anarquista. Hasta el último momento la familia esperó a un indulto que nunca llegó. Fueron unas últimas horas angustiantes. Puig Antich no supo, hasta la mañana del 2 de marzo, que le matarían con el garrote vil. Era la peor de las ejecuciones, como admitió el director de la Modelo, Álvaro de Toca Becerril. En la paquetería de la cárcel se anclar un trozo de madera en el suelo y, a la altura de la cabeza, se ajustaron la argolla y el torniquete que el verdugo había llevado en una maleta. Era un método sádico, y ese día fue el último que se utilizó. El Tribunal Supremo conserva en sus almacenes dos garrotes viles, pero esta institución no confirma si uno de ellos es el que mató al joven luchador antifranquista.
¿Por qué no llegó el indulto?
"Hacíamos el corazón fuerte, no queríamos un drama, sobre todo para él", recuerda la hermana de El Salvador, Imma Puig Antich. "Él lo hizo por nosotros y nosotros por él. Me dijo «Adiós, guapa, que vaya bien, ya nos veremos». Nosotros marchamos y le dijimos que íbamos fuera, a esperar al indulto, aunque sabíamos que ya no llegaría. Era una forma de hacerlo más fácil, pero ya no lo creíamos", añade. Aquel 2 de marzo ya no había esperanzas, pero durante semanas el indulto planeó entre los abogados y la familia. Oriol Arau y Francesc Caminal, entonces dos jóvenes abogados, se esforzaron al máximo para defender a Puig Antich. Todo se volvió más oscuro cuando la auditoría militar pidió al juzgado número 21 que se inhibiera del caso. A partir de entonces, sería un tribunal militar el que decidiría el destino del detenido. Una maniobra que multiplicaba las posibilidades de una condena a muerte. El día 26 de octubre se leyó al joven anarquista el auto de procesamiento por dos hechos. Uno era el atraco en el Banco Hispano Americano del paseo Fabra i Puig, el 2 de marzo de 1973, aunque Puig Antich no se movió del coche. El otro fue la muerte del joven policía Francisco Anguas, el 25 de septiembre de ese mismo año, durante un tiroteo ocurrido en el portal del número 70 de la calle Girona.
El periodista y escritor Jordi Panyella, recién publicado una renovada edición de Salvador Puig Antich, caso abierto (Ángulo Editorial), afirma que todo el proceso judicial fue "una gran farsa". Según Panyella, se alteró el contenido del sumario y se desaparecieron documentos. "Se falseó la autopsia y se ocultó información. Desaparecieron balas y las pistolas de los policías implicados en el tiroteo. No era culpable del crimen al que se le condenó", asegura.
¿Por qué el régimen franquista se cebó con el joven antifranquista? Es imposible entenderlo sin el contexto político. "No sólo era una dictadura. Puig Antich era un peón. Carrero Blanco fue asesinado el 20 de diciembre de 1973 y el consejo de guerra en Puig Antich comenzó el 8 de enero de 1974. Puig Antich sabía que el régimen querría vengar -se", dice Manuel Calderón, autor de Hasta el último aliento. Puig Antich, un policía olvidado y una guerrilla contracultural en Barcelona (Tusquets), que llegará a las librerías el 6 de marzo. "Hubo otro factor. El obispo de Bilbao Antonio Añoveros había hecho una homilía en febrero de 1974 sobre el derecho del pueblo vasco a su identidad, su cultura y su lengua. El régimen ordenó su detención y la Conferencia Episcopal dijo que excomulgaría a quien firmara la expulsión de Añoveros del Estado. Franco tuvo que retroceder y ceder ante la Conferencia Episcopal. No podía ceder una segunda vez", añade.
La peor forma de morir
Escogieron el peor de los métodos para ejecutarlo: el garrote vil. El mismo día y prácticamente a la misma hora, y también con el garrote vil, era ejecutado en Tarragona Georg Welzel, más conocido como Heinz Ches. Welzel era un ciudadano de la Alemania Este que intentó varias veces huir a la República Federal Alemana. No tuvo mucha suerte y estuvo encarcelado buena parte de su juventud. Entró en España en diciembre de 1972 con un pasaporte falso. Vivía de pequeños robos ya menudo dormía en la calle. Se le consideraba un delincuente común y, sin ningún móvil aparente, mató a un guardia civil el 19 de diciembre de 1972. "Matar Puig Antich con el garrote vil fue una decisión política. Puig Antich pensaba que le fusilarían, pero al matarlo con garrote vil le dieron la consideración de delincuente común. Era una manera de dejar claro que no le consideraban un preso político, por lo que también lo hicieron coincidir con la ejecución de Welzel", dice Calderón. Al día siguiente, algunos diarios colocaron de lado las fotografías de los dos ejecutados.
Actualmente se puede visitar el lugar donde fue ejecutado Puig Antich y que el Ayuntamiento de Barcelona, finamente, ha decidido mantener tal y como era en marzo de 1974. Carme Salgueiro es una de las guías que explican cómo fue la ejecución de Puig Antich en las visitas que se realizan en la cárcel de la Modelo. "Visitamos la celda donde estaba, la 442, y la paquetería, que está prácticamente igual", explica. Salgueiro remarca que sobre todo se explica el contexto, la sentencia y los puntos más oscuros de todo el proceso. El hecho, por ejemplo, de que la autopsia del policía Francisco Anguas se hiciera en una comisaría y no en el hospital. "Es importante explicar lo que pasaba fuera, porque si no no se entiende por qué lo ejecutaron y, además, de forma tan sangrienta. Hay personas que saben quién es y otras que no. Han venido extranjeros que recordaban las manifestaciones que hubo en sus países cuando fue ejecutado. Hay estudiantes que vienen muy bien preparados porque lo han tratado en clase y otros que lo desconocen y que la dictadura les queda muy lejos", asegura.
La larga lucha de la familia
Cada 2 de marzo, desde hace 50 años, la familia de Salvador Puig Antich acude al cementerio de Montjuïc, donde está enterrado, y después comen todos juntos. Cuando murió, y durante apenas diez años, todo era silencio. Nadie se atrevía a hablar mucho. "Lo único que podíamos hacer era enviar esquelas a todos los periódicos, pero no nos dejaban poner la palabra asesinato. Entonces convocábamos a todo el mundo en la iglesia de Pompeya. No somos católicos practicantes, pero era el único lugar en el que nos podíamos reunir", explica Imma Puig Antich.
Luego ha habido una larga batalla judicial que siempre se ha topado con el muro de la justicia española. Lo intentó la jueza argentina Maria Servini cuando solicitó, a finales de octubre del 2014, la detención y extradición de veinte personas vinculadas a los crímenes del franquismo para interrogarlas. Unas extradiciones que fueron denegadas por la Audiencia Nacional. En 2017 el Ayuntamiento de Barcelona interpuso una querella contra Carlos Rey, el abogado que en 1974 redactó la sentencia por la que Salvador Puig Antich fue condenado a muerte y el único jurista que formaba parte del tribunal. No se admitió la querella y se hizo recurso de apelación, que fue desestimado por la Audiencia Provincial de Barcelona. Tampoco se ha tenido éxito en el Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo. Las hermanas de Puig Antich no tienen demasiadas esperanzas de que la nueva ley de memoria democrática española cambie nada.
Para ellas, el éxito es que diferentes investigaciones, libros, documentales y películas han hecho aflorar una versión de Salvador Puig Antich que nada tiene que ver con la que quiso divulgar el régimen franquista. "Mi hermano era una persona muy fácil. Con muy buen carácter, muy divertido, muy idealista", asegura Imma. "Cuando vino a vivir a mi casa, algunas noches gritaba angustiado, creo que era por las armas, le costó mucho tomar la decisión de llevarlas", añade. "El Salvador era un anticapitalista convencido", dice Montserrat.
Calderón también le ve como un anticapitalista: "Era un luchador, un antifranquista y un anticapitalista. Era un joven que creía en unas ideas. Coger las armas era algo que se decía en muchas sobremesas de la época y el Salvador y sus compañeros del MIL decidieron hacerlo. Tenían su base en Toulouse. Allí tuvieron mucho contacto con el exilio anarquista, pero el mundo obrero no acabó de aceptarlos nunca".
Imma, Montserrat y Carme (Meçona tenía 12 años, era demasiado pequeña y no estuvo allí) pasaron la última noche acompañando a su hermano. "Fue el propio Salvador que dijo que no quería que la Meçona estuviera, porque si estaba se acabaría desmontando", explica Montserrat. "Esa noche contamos historias, enseñamos fotos de la familia, contamos anécdotas familiares y chistes... Al final estuvimos en silencio cogidos de las manos", recuerda Montserrat. Tantas décadas de lucha contra un acto tan sádico e injusto agotan. "Nosotros esto no lo hemos escogido, ni estamos preparadas para esta tarea. Cada vez que tengo que hablar, me coge dolor de estómago. Cuando nosotros ya no estemos, yo no quiero pasar al relevo a mis sobrinos. Si ellos lo quieren hacer, adelante, pero yo no quiero pasarles esa carga emocional", dice Montserrat.
El carcelero de Puig Antich: "Cuando lo ejecutaron, salí gritando contra Franco"
Cuando en septiembre de 1973 Jesús Irurre vio entrar a Salvador Puig Antich en La Modelo, lo percibió como un "enemigo". Irurre era funcionario de prisiones y le habían dicho que Puig Antich había matado a un policía. "Al principio me limitaba a abrirle la puerta para que saliera un rato al patio, le daba la comida o le entregaba las cartas de la familia", explica Irurre. Aquellos primeros días, a Puig Antich le costaba hablar porque uno de los policías le había disparado en la boca. "Estaba aislado y no se podía relacionar con nadie. Solo podía hablar con los funcionarios que nos encargábamos de custodiarle", recuerda. Un día, el joven anarquista le pidió una pelota de baloncesto. "Empezamos a jugar y nos relajamos. Se rompió el hielo", dice Irurre.
Cuando se rompió el silencio, Irurre empezó a pasar más ratos en la celda de Puig Antich. De hecho, el luchador antifranquista sólo podía hablar con los funcionarios porque el contacto con otros presos estaba totalmente prohibido. "Charrábamos, jugábamos al ajedrez... y él, que era muy introvertido, me hablaba de libros y de música". El funcionario de prisiones, que ya está jubilado, explica que esas conversaciones le abrieron una puerta a un mundo que no conocía e hizo que se replanteara algunas cosas. "Fui consciente de lo que quería decir ser franquista, todos los carceleros éramos funcionarios del régimen, pero ni siquiera sabíamos qué implicaba esto –explica–. Me despertó la curiosidad y fui a una librería que me recomendó, Leteradura, en el paseo de Gràcia, que vendía libros clandestinos", añade. Según Irurre, otros funcionarios conversaban también con Puig Antich. "Me hablaba mucho de su hermano [el hermano mayor, Joaquín, era psiquiatra y vivía en Nueva York]. Le admiraba mucho, me decía que era un coco. También me hablaba mucho de sus hermanas, se las quería mucho" .
El día de la ejecución
Irurre quiso estar junto a Puig Antich el día de la ejecución. "La dirección pidió voluntarios para reforzar el servicio y yo fui. Quería estar con él todo el tiempo posible. Cuando le leyeron la sentencia, yo estaba detrás de ella. Cuando vio que lloraba me dio un abrazo, creo que él hasta el último momento conservó la esperanza de que habría un indulto", opina el funcionario jubilado. El indulto no llegó. Quien le contó la sentencia no fue el juez militar sino su abogado, Oriol Arau.
"El juez me pidió que yo mismo le leyera la sentencia, y él restó fuera. De hecho, no le leí el papel textualmente, sino que se lo conté", confesó Arau en una entrevista con Xavier Vinader que se publicó en la revista En todas partes en 1977. Arau estuvo con Puig Antich hasta las 9.25 h de la mañana como recordaba en la misma entrevista. "Durante este tiempo le dije que Caminal ponía telegramas y hicimos un poco más de cachondeo. Pero yo creo que él se lo veía venir. Quizás tenía un 1 o un 2% de esperanza y yo nunca hice nada para romperlo", recordaba el abogado. Pocos minutos después, Puig Antich moría de forma sádica a manos del verdugo. A las 10:10 h salió el furgón que llevaba su cuerpo. La familia siguió su coche hasta el cementerio de Montjuïc. Allí sólo le pudieron ver cinco minutos. Sus hermanas le quitaron las botas, los anillos y le besaron antes de que cerraran la caja definitivamente.
Irurre recuerda que tras la ejecución salió gritando contra Franco. "Mis compañeros me cogieron y me llevaron a una habitación". Tras ese 2 de marzo, Irurre empezó a formar parte de la lucha sindical clandestina: "Fundamos el Sindicato Democrático de Prisiones y luchamos por los derechos de los presos", relata.