EL PAPEL DE LAS ÉLITES

Cuando los ricos eran burgueses

Las fortunas catalanas de los siglos XIX y XX impulsaron proyectos de país ante el vacío institucional

ANDREU FARRÀS
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Imatge histórica de los talleres de la Maquinista Terrestre y Marítima de Barcelona.

BarcelonaEl bisabuelo de Juan Carlos I volvió a España para encabezar la Restauración borbónica gracias a tres multimillonarios residentes en Barcelona: Antonio López, Ignasi Girona y Evarist Arnús. A través del Banco Hispano Colonial avanzaron dinero para que Alfonso XII viniera del extranjero. “Esta gente dominaba la política, las finanzas y todo lo que podía ser vital en el país”, sostenía el influyente historiador Jaume Vicens Vives, que en la conferencia fundacional del Cercle d'Economia, en 1958, explicó un incidente que ilustra el talante de aquellos patricios: 1885. Muere Alfonso XII. Pánico en la bolsa. Todas las acciones se desploman. Arnús compra todo lo que está en venta en Madrid y Barcelona. No por instinto, sino porque su amigo Práxedes Mateo Sagasta, jefe de los liberales, le ha dicho que ha firmado un pacto con el conservador Antonio Cánovas de Castillo para alternarse al frente del gobierno español. Era el bipartidismo de entonces. Al día siguiente, cuando el resto de mortales se entera del acuerdo, la bolsa se ensarta. Arnús ha ganado una fortuna porque se había quedado con todo el dinero circulante. Pero rompe los títulos que había comprado y salva de la ruina a la inmensa mayoría de los especuladores. “Todo un gesto de intuición política -decía Vicens Vives- porque Arnús había vivido la crisis de 1826 y sabía que aquel gesto le daba no solo paz sino prosperidad”.

Vicens Vives admiraba a aquellos hombres. “No pasan de cuarenta: Güell, los Bonaplata, los Tous, que han dejado una huella visible, no solo en los retratos en Foment del Treball Nacional sino en las fábricas, en la Maquinista Terrestre y Marítima, en la España Industrial”. Y les puso como ejemplo a jóvenes cachorros de la burguesía catalana de los años 50 y 60 para animarles a implicarse en el devenir de la sociedad mientras atravesaban los últimos quinquenios de la dictadura franquista.

La revolución industrial

Aquellos empresarios ochocentistas elogiados por Vicens Vives llevaron a cabo la Revolución Industrial en Catalunya, gracias en buena parte al capital que muchos de ellos acumularon en sus aventuras por las colonias hispanoamericanas. El tráfico de esclavos tuvo un peso importante en muchas de estas nuevas fortunas, que elevaron la economía del país a pesar de la incomprensión, cuando no oposición, de los gobiernos españoles. Los políticos y altos funcionarios de la Villa y Corte (lo que ahora se llama el deep state ) argumentaban que la industria y el incremento de la población urbana resultaban más perjudiciales que beneficiosas para la economía y el bienestar de los españoles que la agricultura y la paz social de los entornos rurales. Aquellos industriales consiguieron en 20 años representar más de la mitad de la economía total española. Entre 1850 y 1866 Catalunya financió dos terceras partes de los ferrocarriles españoles; o lo pagaba el capital privado o no había tren. Lo mismo pasó con infraestructuras como el canal de Urgell, financiado por Manuel Girona, el banquero que nunca aceptó títulos nobiliarios porque decía que prefería los “títulos del tesoro” y que está enterrado en el claustro de la catedral de Barcelona, después de pagar la fachada neogótica de su bolsillo.

No todos los americanos volvieron con fortunas, recuerda Francesc Cabana: “Pero los que lo hicieron dejaron constancia con una cierta chulería para impresionar a sus vecinos. Uno construyó una Giralda en miniatura o un pequeño capitolio de La Habana en Arboç; otro un gran parque en Vilanova i la Geltrú; una gran torre en el Maresme; o unos porches espectaculares cerca del puerto de Barcelona. Y siempre con una palmera en los jardines y una decoración en las casas que recordara su pasado en las Antillas”. Los barceloneses y los turistas pueden disfrutar ahora en el passeig de Gràcia o en el Parc Güell de las obras maestras que los genios modernistas construyeron para satisfacer las ansias de ostentación de aquellos nuevos ricos, que en el Liceu y el Palau de la Música buscaban reconocimiento social e intercambios de influencias. Los mismos objetivos que desde medios del siglo XX han perseguido decenas de empresarios en los palcos del Camp Nou.

Famílias como los Güell ficharon para sus proyectos a los mejores arquitectos, como Gaudí

Los industriales buscaban el máximo beneficio y, si siempre hubieran velado por optimizar las condiciones laborales de los trabajadores -desde la higiene de las fábricas hasta los salarios justos-, el siglo XIX no habría estado tan saturado de conflictividad social ni Barcelona habría sido conocida en todo el mundo como la Rosa de Foc. Aun así, entre algunos fabricantes había una cierta conciencia de la necesidad de compartir con los empleados algo más que un intercambio de salario por fuerza de producción. Algunos pensaron en los más vulnerables; por ejemplo, mutualizando las prestaciones de vejez, y así nació la Caixa de Pensions. En un discurso, Josep Antoni Muntadas, considerado el alma de la España Industrial, se expresaba así: “El trabajo es el elemento moralizador de los pueblos, y tanto es así que, en las estadísticas criminales, de seguro que hallaréis en mínima proporción a los obreros. Séame lícito añadiros que el verdadero industrial trabaja y se afana por algo más que por la remuneración de sus capitales ”.

El Tancament de Caixes

Cabana opina que la burguesía, por definición, no puede mantener una actitud de oposición frontal al gobierno español o catalán. Aún así, a finales del siglo XIX, los empresarios catalanes, hartos del desprecio que recibían de Madrid, se aliaron en dos ocasiones relevantes con partidos políticos y entidades socioculturales de Catalunya para reivindicar al Estado un compromiso más grande con el Principat. La primera vez, con tino. La segunda, con arrebato. En 1885, en un acto para promover el Centre Català, entidades diversas -desde el Foment de la Producció hasta el Centre Excursionista- presentaron al rey Alfonso XII el Memorial de Greuges (Memorial de Agravios), un texto en defensa del derecho civil catalán y de una política arancelaria más beneficiosa para la industria textil autóctona. Cánovas estuvo a punto de dimitir. Alfonso XII murió pocos meses después sin poder cumplir sus promesas.

El otro acontecimiento que volvió a mostrar un singular compromiso de la patronal con el resto de la sociedad catalana se produjo en 1899, con el llamado Tancament de Caixes (Cierre de Cajas). Los gremios empezaron protestando contra el aumento de los impuestos. Foment del Treball, indignado porque el ejecutivo había incumplido su promesa de establecer un concierto económico en Catalunya, se decantó a favor de los gremios, que unos días más tarde se negaron a pagar el impuesto del último trimestre. El alcalde de Barcelona, el doctor Robert, dimitió para no embargar a los morosos como le exigía Hacienda. Los gremios acabaron perdiendo el boicot dos meses y medio después, a pesar de que lo consideraron una victoria moral.

El empresariado también ha llenado páginas oscuras. La financiación del pistolerismo y el aval político y económico de las dos dictaduras del siglo XX son las más vergonzosas. El pistoletazo de salida suele marcarse en la huelga de la Canadiense de 1919, en un momento de expansión de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT). Los atentados de los anarquistas, por un lado, y los mercenarios al servicio de las cloacas del Estado y la patronal, por el otro, causaron 226 muertes entre 1916 y 1923, año del golpe de estado de Primo de Rivera.

Ley, orden y dictaduras

La dictadura de este general fue consentida por Alfonso XIII y tan favorecida por las élites empresariales necesitadas de ley y orden como la rebelión de los generales Mola y Franco que acabó con la Segunda República mediante una guerra civil que quitó la vida a más de medio millón de españoles. La paz de los cementerios y el orden cuartelario volvieron a un país desmoralizado, desangrado y reprimido. Muchos empresarios a los que les habían expropiado fábricas las recuperaron. Durante la posguerra, los favoritismos y corruptelas engendraron fortunas crecidas a la sombra del estraperlo.

A mediados de siglo, la autarquía franquista no daba más de sí. A la economía le costaba salir del agujero, en una España aislada por haber apoyado a los perdedores de la última conflagración global. Un sector del empresariado catalán necesitaba que las ventanas del país se abrieran. Y no solo para poder exportar más sino porque hacían falta reformas. Uno de los que osaron expresarlo ante los hijos de los burgueses que habían huido a Burgos o a Francia durante la Guerra Civil fue Vicens Vives, personalidad que, si no hubiera muerto prematuramente a los 50 años, habría podido llegar a presidir la Generalitat restaurada, según ha reconocido el mismo Jordi Pujol. “En la actual situación -les dijo en 1958-, ustedes, por lo que son y por lo que representan, tienen que asumir determinadas responsabilidades, tienen que producir reflexión que haga avanzar el país”. Unos cuántos de estos cachorros del neocapitalismo, encabezados por Carlos Ferrer Salat, Joan Mas Cantí, Carlos Güell de Sentmenat y Artur Suqué, asumieron responsabilidades y fundaron el Cercle d'Economia. Francesc de Carreras, hijo de Narcís de Carreras, quien fue presidente del FC Barcelona y de La Caixa, confesó su “sorpresa” por aquella actitud: “Eran unos niños bien de Barcelona, unos potenciales pijos pertenecientes a la alta burguesía. Lo normal habría sido que se hubieran limitado a esquiar en la Molina, jugar a golf en Puigcerdà o montar a caballo en el Polo. Pues bien, probablemente hicieron todo esto, pero además se dedicaron a trabajar y también emplearon tiempo y esfuerzo en asuntos que iban más allá de sus estrictos intereses privados”.

El entonces presidente de la CEOE, Carlos Ferrer Salat, votando en las elecciones de Foment del Treball en mayo de 1978, en Barcelona

Tanto más allá fueron Ferrer Salat y sus compañeros en el cumplimiento del mandato de su maestro que, a lo largo de los años 60 y 70 se implicaron en la fusión de las cámaras de comercio y de Industria (separadas desde 1912), resucitaron Foment del Treball, introdujeron las jóvenes cámaras en España, fundaron el Banco de Europa y promovieron constantes encuentros con los ministros y tecnócratas más abiertos del franquismo para preparar la transición de la economía, primero, y de la política, después, ante la inevitabilidad del hecho biológico, eufemismo usado para referirse a la defunción del dictador.

Cerca de la política

Las puertas giratorias que comunican las actividades de algunos empresarios y las carreras políticas activas han funcionado casi siempre. Empezó desde que los fabricantes ochocentistas comprobaron que los políticos profesionales no les servían como intermediarios en Madrid. Necesitaban que algunos de ellos fueran sus propios representantes en las Cortes: si quieres estar bien servido hazte tú mismo la cama. Si Francesc Cambó fue uno de los pioneros, podríamos considerar como su último epígono Josep Sánchez Llibre (de mano derecha de Duran i Lleida a jefe de Foment del Treball ) y Joan Canadell (de la Cámara al Parlament).

Los socios más inquietos del Cercle d'Economia (que también paseaban por el Eqüestre y el Liceu) también se pronunciaron en las primeras elecciones de la democracia. Fundaron el Centre Català, que competiría (sin éxito) por el mismo nicho electoral con una miríada de pequeñas asociaciones moderadas, unas con franquistas mutantes (Samaranch, López Rodó) y otras favorecidas por empresarios conservadores (Josep Maria Figueras) o con personalidades que habían destacado por su catalanismo fervoroso, como el banquero Pujol y el economista Trias Fargas. El introductor del gas natural en España, Pere Duran Farell, a quien pretendieron sin éxito muchos partidos durante la Transición, ejemplifica al ejecutivo comprometido con la responsabilidad social de las empresas a través del arte y la cultura.

De los últimos 40 años destacan dos iniciativas patronales. La primera, a raíz de las primeras elecciones autonómicas catalanas, cuando Foment financió diferentes fuerzas antimarxistas (la ERC de Heribert Barrera, entre ellas) para evitar que socialistas y comunistas repitieran en Catalunya las victorias que habían obtenido meses antes en los comicios en las Cortes y los ayuntamientos. El otro gesto, uno de los últimos en que la burguesía no se limitó a velar por sus intereses pecuniarios, se dio durante la carrera de la candidatura olímpica de Barcelona, cuando un centenar de grandes compañías aportaron 930 millones de pesetas (5,6 millones de euros) para patrocinar la campaña internacional a favor de los Juegos, encabezada por Ferrer Salat y Leopoldo Rodés.

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