En And just like that las protagonistas son Miranda, Carrie y Charlotte.
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Hay una subtrama en uno de los episodios de la segunda temporada de la serie And just like that en el que la glamorosa escritora Carrie Bradshaw se niega a utilizar unas palabras concretas en la grabación de un anuncio para su podcast. Debe publicitar unos supositorios vaginales para la sequedad de la mucosa. Y ella deja muy claro que si la palabra supositorio ya le parece terrible, tener que pronunciarla en la misma frase que la palabra vagina es aún más abominable. Parte de su angustia se centra en su incapacidad para explicar con naturalidad que es un producto para las “molestias de ahí abajo”. Lo deja por imposible. “Not in my nature”, se excusa ella. Y no graba el anuncio. Considera que llegó al límite de su tolerancia anunciando un bolso vegano: "Los bolsos de mi armario todavía no me hablan". Su incapacidad para pronunciar las palabras o encontrar otras similares le supone, incluso, perder su trabajo. Una consecuencia que, todo sea dicho, no parece perturbar demasiado su cotidianidad. Y ese personaje es el que escribía sobre sexo en una serie donde la modernidad radicaba en un cuarteto de amigas liberadas sexualmente. Ahora pasan de los cincuenta y resulta que la ridícula Carrie Bradshaw no puede pronunciar vagina en un podcast porque afecta a la integridad de su elegancia. "Nadie habla así", asegura. E incluso llama a Miranda para saber cómo explicaría que tiene “molestias ahí abajo” con otras palabras. Y su amiga, una abogada de prestigio, tampoco sabe cómo responder.

Mientras tanto, el resto de mujeres modernas de la serie vivirán dramas que las superan: Charlotte se preocupará por la barriga que le ha aparecido después de la menopausia y se sentirá acomplejada. ¿De qué modo la serie hará que este personaje encuentre el consuelo y la autoestima? Poniéndole una compañera en su nuevo trabajo que tenga obesidad. And just like that, se le van todos los males.

La serie sigue siendo absurda como la primera temporada. Mujeres que hablan de hacerse mayores, pero a las que han caricaturizado como eternas adolescentes desorientadas. La supuesta modernidad de la serie, como hace más de veinte años, sigue sustentándose en expresar el deseo sexual de sus protagonistas. Pero lo trágico es que todos los personajes femeninos se significan a partir de su relación con los hombres, ya sean maridos, amantes o relaciones ocasionales. Son los hombres quienes facilitan que ellas construyan su identidad y autoestima. Incluso, en el caso de Carrie Bradshaw, parece que su gran progreso emocional es aprender a esperar y resignarse, poniendo carita de pena mientras acaricia a un gatito. La supuesta reaparición de Samantha no es más que un teatrillo fugaz conseguido a golpe de talonario. Y el retorno de Aidan, la prueba definitiva no solo de un estancamiento narrativo sino de unos planteamientos absolutamente pasados de moda.

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