Rubiales y Vilda no bastan: tienen que caer todos
Laia Codina contó hace unos días en el programa Tot Costa de Catalunya Ràdio que ya en el avión de vuelta, después del beso sin consentimiento, las jugadoras estaban celebrando el triunfo y cantando “somos campeonas del mundo” cuando alguien, al que no identificó, pero al que ubicó en los asientos delanteros -es decir, directivos o cuerpo técnico-, las corrigió: “Campeones, somos campeones del mundo”.
Entre todo lo que ha sucedido esto no es, obviamente, lo más grave. Pero sirve para ilustrar el ambiente, el entorno tóxico, en el que las futbolistas han tenido que convivir y, sobre todo, han tenido que soportar. Luego hay quien te alecciona gramaticalmente para justificarlo, quien lo minimiza sin más y quien se estruja los huevos para que sepas quién manda aquí. Esos hombres que nos siguen explicando cosas y que no entienden cómo no nos callamos de una puñetera vez. Se han perdido. Pobretes.
Este martes está previsto que las campeonas mantengan una reunión telemática con los actuales responsables de la Federación. Es decir, con los mismos que aplaudieron a Rubiales, incluida la nueva seleccionadora Montse Tomé, y que ahora mantienen sus culos en las mismas sillas como si nada hubiera pasado. Según informó la SER citando a fuentes de la RFEF, las jugadoras han trazado una línea roja: que deben salir de Las Rozas todas las personas que participaron en las coacciones, admitidas ya a trámite por un juez de la Audiencia Nacional, a Jenni Hermoso.
Los que la presionaron a ella y a su familia, los que emitieron y publicaron los comunicados en los que aseguraban que mentía, los que compartieron el vídeo del autobús con intención de desacreditarla, los que dieron la orden, los que la toleraron y los que, según Vero Boquete, hackearon el móvil de su compañera para tener acceso a imágenes y vídeos y que aún siguen ahí dentro. Y es tan escandaloso que la única pregunta que tengo es si en la Federación se creen que filtrando esta información la opinión pública volverá a pensar que son unas chantajistas, unas niñatas caprichosas, por exigir no volver a cruzarse con gente tan miserable. Porque ni Rubiales, ni Vilda, eran el único problema: solo la punta del iceberg. Y la única solución posible es que caigan todos.