Rusia: todos los males de una economía de guerra
La inflación y la depreciación de la moneda castigan a un país que aguanta a pesar de las sanciones
BarcelonaLa invasión rusa de Ucrania en febrero del 2022 cogió por sorpresa a muchos gobiernos europeos. El Kremlin llevaba años preparando una guerra que debía durar semanas y que, como la anexión de Crimea en el 2014, esperaba que se aceptara como hecho consumado por la UE, Estados Unidos y el resto de países del mundo. Sin embargo, el resultado fue que Ucrania resistió mejor de lo que esperaba gracias, en parte, al apoyo militar recibido de la OTAN y otros estados, pero también a la cascada de sanciones económicas que sufrió la economía rusa.
El presidente ruso, Vladimir Putin, preparado para una guerra corta y sin consecuencias, se encontró con una guerra larga e industrial que dejó su régimen como un paria, tanto en los ministerios de Exteriores occidentales como en los mercados Tres años después, la economía rusa sufre y uno de los factores donde más se nota es la cotización del rublo, la divisa nacional.
Si miramos atrás, el tipo de cambio entre el rublo y el dólar ya se derrumbó en 1998, con la crisis que desembocó en una devaluación de la moneda y la ocupación de Crimea. supusieron una segunda vez en la cotización y, ahora, vuelve a sufrir un tercer derrumbe. 1,3 céntimos de dólar (0,013 dólares). Esta semana, 0,9 céntimos (0,009 dólares), casi un 40% menos.
En este sentido, y salvando las distancias de magnitud, la inflación rusa tiene una raíz similar a la experimentada por otros países, como Venezuela o Argentina. Se trata de países cuya economía está muy enfocada a la exportación de materias primas, en el caso de Rusia, gas natural, petróleo y carbón. La caída de las exportaciones (o de su valor) –por las sanciones y por la voluntad europea de cortar relaciones con Moscú– hizo que la demanda de moneda rusa se desplomara y, en paralelo, lo hiciera el tipo de cambio.
A raíz de la invasión rusa de Ucrania, en febrero de 2022, se puso de manifiesto la fuerte dependencia europea del abastecimiento de energía rusa, especialmente de gas natural. Pero la dependencia era recíproca y Rusia sufre ahora la caída de las exportaciones energéticas en la Unión Europea. Antes de la guerra, la UE importaba unos 600 millones de euros diarios de hidrocarburos de Rusia, y en el mes posterior al inicio de la guerra llegó a superar los 770 millones, según datos del Center for Research on Energy and Clean Air (CREA), una organización independiente que estudia los mercados energéticos. Actualmente, la cifra es de unos 70 millones al día.
China e India, dos de los socios de Rusia dentro del grupo de economías emergentes conocido como BRICS (incluye también Brasil y Sudáfrica), han aprovechado la reducción de ventas en Europa para comprar hidrocarburos rusos, pero presionando al Kremlin, que necesita seguir vendiendo, para obtener rebajas de precios. Estas exportaciones a ambos países asiáticos (también en Turquía) no han compensado el batacazo que representa el recorte de suministro hacia Europa. "El resto del mundo les compra poco", apunta Joan Ribas, profesor de la Escuela Superior de Comercio Internacional (ESCI) de la UPF.
La economía va bien, pero no tanto
Si se miran sólo datos del producto interior bruto (PIB, el indicador que mide la actividad económica), la economía rusa va bien. El Kremlin presume de que cerrará el 2024 con un incremento del 3,8% o del 3,9%, cifras elevadas para un país que lleva dos años bajo un duro régimen sancionador por parte de los estados occidentales. "La economía rusa ha aguantado más de lo que esperaban algunos", indica Ribas.
Sin embargo, "gran parte de este crecimiento se debe a un efecto estadístico", ya que la media anual incluirá todavía dinámicas del año 2023, según un estudio del investigador Janis Kluge del Instituto Alemán de Asuntos Internacionales y de Seguridad (SWP en sus siglas en alemán), uno think tank con sede en Berlín. "La economía rusa apenas ha crecido desde inicios de 2024", dice el documento, que indica que los indicadores de confianza apuntan a una contracción del sector industrial.
La razón principal de esta solidez ante las sanciones occidentales es el giro que ha dado la economía. Rusia tenía industria automovilística y de componentes que ha sido redirigida por las autoridades hacia la producción de material de guerra, un material que necesita urgentemente debido al elevado consumo de armamento y municiones que se utiliza en Ucrania. La reorientación de la actividad industrial es habitual en países en guerra –pasó a niveles extremos durante la Segunda Guerra Mundial– y en el caso ruso explica la fuerte inflación.
"La enfermedad profunda es la economía de guerra", dice Ribas sobre la situación de la economía rusa, porque, además de suministrar armamento, "crea problemas internos": está recalentada y crece por el enorme estímulo que representa el presupuesto del ministerio de Defensa, que ya equivale a más de un 7% del PIB (en España es del 1,3%), unos 350.000 millones de euros anuales si se ajusta a precios de la UE.
"Es inflacionaria", añade Ribas sobre la economía de guerra. Este fuerte crecimiento ha hecho que se creen muchos puestos de trabajo y que ahora haya una "falta de trabajadores", lo que presiona al alza a los salarios y, con ellos, a los precios de bienes y servicios de consumo. Según datos del gobierno ruso, la industria armamentística rusa creó más de medio millón de puestos de trabajo en los dos años pasados y espera añadir 160.000 más este año.
La inflación es, de hecho, uno de los principales problemas del banco central ruso. El organismo presidido por Elvira Nabiúlina había previsto un crecimiento medio del coste de la vida de las familias del 4% este año, pero en octubre la cifra ya era del 8,5% y en noviembre siguió subiendo hasta el 8,9%. Desde enero del 2020, antes de la pandemia, los precios en Rusia han crecido más de un 45%, más del doble que en EE.UU. y la eurozona.
Esta tendencia inflacionista se ve aún más exacerbada justamente por la debilidad del rublo en los mercados de divisas. "La caída del rublo es buena para las exportaciones, pero es mala en otras cosas", explica Ribas, ya que un rublo débil hace que, para las empresas extranjeras, los hidrocarburos rusos resulten más baratos, pero al mismo tiempo las empresas rusas necesitan más rublos para importar productos extranjeros. Todo lo que no se produzca dentro de Rusia, desde ropa y comida hasta tecnología (móviles, ordenadores, paneles solares), se encarece cada vez que el rublo pierde valor en los mercados.
Además, la inflación ha obligado al banco central a subir el coste del crédito para enfriar la actividad económica. "Es una salida típica" en casos de inflación, dice Ribas, porque "siempre deprime la demanda". El tipo de interés básico era del 9,5% antes de la guerra e inmediatamente el banco central ruso lo aumentó directamente hasta el 20% con el estallido del conflicto, pero fue rebajando hasta el 7,5%. Ahora bien, con la depreciación del rublo, a partir de julio del año pasado tuvo que volver a subirlo hasta los niveles actuales, del 21%, que previsiblemente serán del 23% el viernes –hay reunión del banco central ruso– si se cumplen las previsiones de los analistas. Esta medida, señala Ribas, "detiene la hemorragia, pero dura lo que dura".
Nuevas sanciones en Gazprom
Hasta ahora, el gobierno ruso había obligado a comprar gas a través de Gazprom, compañía estatal que ostentaba el monopolio exportador, ya pagar en rublos a través de Gazprombank, la filial bancaria del grupo. De este modo, el Kremlin aseguraba la entrada de divisas extranjeras y, por tanto, una cierta demanda de rublos que mantuviera mínimamente elevado el tipo de cambio. Sin embargo, la medida fue insuficiente para evitar la depreciación de la divisa rusa.
Pero, en un nuevo problema para el Kremlin, este sistema para utilizar las exportaciones energéticas para mantener el valor del rublo acaba de recibir un nuevo golpe. Gazprombank había quedado fuera de las entidades financieras rusas sancionadas por el gobierno de EE.UU. hasta esta semana pasada, cuando el gobierno estadounidense también le ha sancionado. Esto dificulta mucho los pagos internacionales, ya que la mayoría de grandes entidades bancarias rusas están sancionadas de una u otra forma. Para minimizar el impacto, Moscú ha levantado la obligación de comprar energía rusa a través de ese banco.
Para añadir más quebraderos de cabeza a Putin, este jueves Austria, a priori uno de los países europeos menos hostiles en el Kremlin, anunció que la energética OMV rescinde los contratos de compra de gas natural con Gazprom, que expiraban en el 2040. Ambas empresas tenían un conflicto abierto desde 2022 por los suministros irregulares de gas y OMV decidió aplicar un laudo arbitral que le daba la razón y reclamarle a Gazprom 230 millones de euros de compensaciones. Ante esto, el pasado 16 de noviembre la empresa rusa cortó el suministro a Austria y OMV da, por tanto, el contrato por roto. "Rusia quería utilizar la energía como arma contra nosotros y eso no le ha funcionado", dijo el jueves en un mensaje a X el canciller austríaco, Karl Nehammer, quien aseguró que el país está "bien preparado" para pasar el invierno sin necesidad de importar gas ruso.
Las dificultades, por tanto, se acumulan para Putin. Una de las esperanzas de la oposición y de los gobiernos occidentales es que los males económicos erosionen al régimen, porque la inflación hace perder poder adquisitivo a las familias, los oligarcas tradicionalmente aliados del Kremlin están sancionados, y el gasto en defensa se debe financiar con impuestos más altos. "Las rentas más altas se enfrentarán a un impuesto sobre la renta más alto y las empresas a un impuesto de sociedades más alto", dice el informe del SWP.
Además, el gobierno estudia nuevos aranceles (sobre todo en coches y camiones de importación), lo que hace crecer más la inflación. Y el alza de los tipos tampoco ayuda a una economía donde las empresas tendrán más difícil endeudarse para invertir y donde el acceso a préstamos se ha encarecido sustancialmente para las familias. Además, en verano el Kremlin detuvo los subsidios a las hipotecas.
Con todo, Putin aguanta. Desde un punto de vista económico, las esperanzas del Kremlin para revertir la situación son dos, a corto y medio plazo. La primera, una mayor escasez en los mercados energéticos que incremente sustancialmente el precio del petróleo y el gas y frene la depreciación del rublo y la inflación. La segunda, que la nueva presidencia de Donald Trump en EEUU debilite el apoyo militar a Ucrania y ponga en marcha una negociación que permita a Rusia detener la guerra (con o sin ganancias territoriales), reconducir la economía y levantar sanciones para volver a exportar energía. Por el momento, la segunda parece más posible que la primera.