Arquitectura

Los secretos del Palacio Arzobispal de Tarragona

Conocemos espacios de este edificio que están cargados de historia

En la planta noble del Palacio Arzobispal de Tarragona encontramos la Sala del Trono y la Capilla de Palau.
23/10/2024
5 min

TarragonaEn lo más alto de la ciudad de Tarragona encontramos el Palacio Arzobispal de Tarragona, un edificio construido hace casi dos siglos, pero en un espacio que tiene mucha más historia detrás. El responsable de cultura del arzobispado de Tarragona, Andreu Muñoz, explica que en este lugar el general romano Escipión instaló en el siglo III a. C. el campamento romano que era el cuartel de invierno de las tropas que luchaban contra los cartagineses . Es decir, lo que acabó siendo el origen de la ciudad de Tarraco, capital de la provincia de la Hispania Citerior y una de las grandes urbes del Mediterráneo occidental durante la época imperial.

Con la desmilitarización tras la derrota cartaginesa, en el siglo II aC se construyó la primera fase de las murallas, las más antiguas en un territorio romano fuera de la península Itálica, y se construyeron las torres del Arzobispo, Cabiscol y Minerva. El espacio del actual Palacio Arzobispal quedaba justo frente al gran templo de Augusto, y se cree que durante la época imperial era un espacio perimetral de paso entre el recinto de culto y la muralla, aunque todavía se ignora si podría haber algún tipo de construcción.

Con la cristianización, el espacio quedó dentro del recinto eclesiástico, presidido por la catedral visigoda. Con la invasión islámica, este sitio quedó despoblado, hasta que con la restauración cristiana, en el siglo XII, se reurbanizó. Allí se construyó el castillo del Paborde, uno de los principales cargos eclesiásticos en la Edad Media y que actuaba como una especie de contrapoder del arzobispo. En el siglo XVI se disolvió la figura del pavorde y el cardenal Gaspar de Cervantes convirtió el castillo en su residencia.

Pero menos de tres siglos después el castillo quedó convertido en poco más que escombros. Con la retirada, las tropas napoleónicas que habían invadido la ciudad en 1811 volaron el edificio. Sobre los restos, en su regreso del traslado a Mallorca durante la ocupación francesa, el arzobispo Romualdo Mon y Velarde hizo construir un nuevo Palacio Arzobispal, que terminó en 1847. Su diseño es atribuido a los hermanos Vallès y también al arquitecto Oriol Bernardet.

Los arzobispos continuaron residiendo allí hasta el cardenal Arriba y Castro. Sus sucesores Pont i Gol, Torrella y Martínez Sistach decidieron no residir en el palacio, hasta que Jaume Pujol regresó, pero en unas estancias más austeras. El actual arzobispo, Joan Planella, sigue residiendo, pero la función principal del edificio es administrativa, con los distintos servicios del Arzobispado de Tarragona.

Fachada

Se trata de un edificio de estilo neoclásico, tal y como marcaban los cañones arquitectónicos de la época: un regreso al Renacimiento que rompía con el recargo del Barroco. Declarado como Bien Cultural de Interés Local (BCIL), en la fachada del Palacio Arzobispal de Tarragona destacan la gran portalada, las dos columnas gemelas jónicas y el escudo del arzobispo Mon y Velarde. El edificio tiene tres plantas.

Patio interior

El patio interior hace la función de distribución de las diferentes estancias, aprendida del arte clásico: se pueden ver columnas jónicas, dóricas y corintias con ritmos secuenciales. Andreu Muñoz nos invita a mirar el suelo, elaborado con cantos rodados que dibujan cuatro figuras simbólicas: un círculo –la infinitud–, la cruz de Sant Andreu –santidad–, un castillo esquematizado –fortaleza– y la flor de lis –pureza– . No se conoce la fecha exacta de este suelo. Habría que excavar para determinarla.

El arzobispo coleccionista

En un rincón de la planta noble –la segunda–, a la que llegamos justo después de subir una escalinata, encontramos un espacio en el que destacan varios restos arqueológicos romanos. Es la pequeña colección que reunió a uno de los arzobispos del siglo XVI, Antoni Agustí, humanista que participó en el Concilio de Trento y al que atraían las antigüedades. Hay algunas estatuas y epigrafía romana. Hay un espacio vacío que ocupaba la lápida funeraria del auriga Evtyches, que murió con 22 años cuando empezaba una brillante carrera en el circo de Tarragona y era muy popular en Tarraco. Actualmente, la lápida está en el Museo Arqueológico de Tarragona.

Torre del Arzobispo

Mide veinte metros y la vista del Camp de Tarragona desde lo alto es privilegiada. La torre romana medía doce metros y se construyó en el siglo II aC; en el siglo XII ganó otros ocho metros, hasta la altura actual, que según Muñoz persigue un triple objetivo: tiene una función defensiva, de observatorio y representativa. Es uno de los pocos ejemplos en la ciudad del románico militar, marcado por la austeridad. Todavía se pueden ver matacanes, almenas y dos hileras de aspilleras. El espacio interior del cuerpo superior actualmente lo ocupa un despacho del Arzobispado.

Capilla de Palau

Continuamos en la sala noble, en un espacio que debe su imagen actual a uno de los grandes arquitectos modernistas catalanes, Josep Maria Jujol, un hombre de fe que conocía muy bien la simbología cristiana y tenía una gran sensibilidad. Mirando el techo, veremos el escudo del cardenal Vidal i Barraquer, que le encargó la obra. Este espacio fue el último en el que fue, en julio de 1936, el cardenal cambrilense antes de salir del Palacio Arzobispal. Fuera le esperaban las fuerzas del orden de la Generalitat para acompañarle a Poblet, ya que su vida corría peligro en la capital tarraconense debido a la violencia revolucionaria desatada tras el golpe de estado del general Franco. La sacristía también es un espacio situado en el interior de la muralla romana.

Sala del trono

Originariamente, la presidía el tradicional trono en el que se sentaba el arzobispo y era el espacio donde la pompa representativa de la institución se hacía más evidente. Hace ya unos años se reconvirtió en una sala más moderna, con una mesa y unas sillas más utilitarias para conferencias y otros actos de este tipo. Pero en el techo todavía luce la sobriedad neoclásica, y en las paredes se pueden admirar unos tapices flamencos que dieron los marqueses de Tamarit. En esta sala también se instalan los féretros de los arzobispos cuando mueren y es su voluntad. El último fue el doctor Ramon Torrella, en 2004.

Un estudio de radio dentro de la muralla

La muralla romana a la que está adosada el Palacio Arzobispal mide seis metros de espesor entre el muro interior y el exterior. Antes se llenaba de arcilla para darle más consistencia. Cuando se despejó la muralla, esto permitió ubicar algunos espacios, y un ejemplo es el estudio de radio de los medios de comunicación del Arzobispado. Cuesta imaginar una mejor insonorización.

¿Un muro cartaginés?

En el interior del Palacio Arzobispal encontramos un muro de veinte metros de piedra caliza que actúa como pared maestra. Muñoz apunta dos hipótesis: podría ser un resto de un templo de la época republicana, o una aún más antigua: una obra cartaginesa. Esta segunda opción la refuerza la modulación de las piedras y ciertas marcas de cantero. Sólo un sondeo arqueológico podría resolver ese enigma.

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