Finanzas

El tiburón belga que no vino al mundo a hacer amigos

Alfred Loewentein tuvo una trayectoria convulsa llena de enfrentamientos y una extraña muerte que todavía levanta sospechas

3 min
Alfred Loewenstein 1877-1928

Es el 4 de julio de 1928 por la noche. Una pequeña aeronave Fokker Trimotor atraviesa el canal de la Mancha a 4.000 pies de altura, en el trayecto de Londres a Bruselas. De repente, uno de los pasajeros, de unos cincuenta años, abre la puerta que da al exterior del aparato y cae al vacío desde tan considerable altura. ¿Accidente? ¿Suicidio? ¿Asesinato? Las especulaciones sobre lo que ocurrió realmente siguen circulando casi un siglo después de los hechos, porque la víctima no era una persona cualquiera: se trataba del magnate Alfred Loewenstein, uno de los hombres más ricos del planeta en aquellos momentos.

La carrera de Loewenstein para llegar a la cima del mundo de las finanzas comenzó a los veinte años, cuando montó un negocio vinculado a la bolsa en su Bruselas natal. Mientras la crisis financiera de cambio de siglo arruinaba a su padre -banquero del mercado de divisas-, él pudo salvar los muebles e, incluso, hacer frente a las deudas familiares. El siguiente paso fue en 1908, cuando en su camino se cruzaron los inversores Frederick Pearson y William Mackenzie. Ambos habían estado construyendo tranvías y centrales hidroeléctricas por Brasil bajo el paraguas de su compañía, la Brazilian Traction. Los negocios les iban muy bien, pero una repentina crisis financiera estranguló las finanzas de la firma. El joven Loewenstein les propuso un esquema de bonos para captar más dinero que dio grandes resultados, por lo que el tándem de inversores no sólo lo retribuyeron generosamente, sino que también lo adoptaron. Una de las consecuencias del acuerdo fue la entrada de Loewenstein en el consejo de administración de la Barcelona Traction.

La relación del belga con la Brazilian Traction cambió radicalmente en el período 1913-1920, porque con una fortuna ya consolidada intentó apropiarse de la firma a través de los bonos que él mismo había diseñado años atrás, lo que desembocó en una batalla campal entre Loewenstein y el consejo de administración de la compañía. El belga ganó mucho dinero con la jugada, pero la toma de control de la sociedad quedó aplazada para más adelante.

La siguiente oportunidad que se le presentó fue en 1926, cuando el suizo Henri Dreyfus picó en su puerta para pedirle dinero. Dreyfus fue el inventor de la seda artificial y había hecho una ingente fortuna durante la Primera Guerra Mundial. Su firma, Celanese, había vendido el material a uno y otro bando, y ahora necesitaba una inyección de dinero para que la planta de Inglaterra diera un salto adelante. La entrada de Loewenstein en el negocio fue como invitar al enemigo a casa, dado que el belga se apropió del know-how para aplicarlo a sus negocios y estuvo a punto de dejar a Dreyfus sin empresa. Pero la batalla final se libró a la junta general de accionistas de junio de 1927 y fue a favor del inventor suizo, que tuvo que pagar a precio de oro la victoria. La fortuna de Loewenstein no dejaba de crecer, al igual que la cartera de participadas de su sociedad, la International Holdings and Investments.

En la década de los años veinte, Loewenstein conoció a otro personaje capital de los negocios de la Europa de aquella década, el ingeniero estadounidense Dannie Heineman. Heineman era el CEO de una sociedad llamada Sofina, que controlaba incontables negocios en el continente, y Loewenstein montó el holding Sidro, que era un clon de Sofina (incluso compartían consejo de administración). Fue a través de Sidro que Loewenstein y Heineman obtuvieron el control de la Barcelona Traction (1924). El divorcio entre ellos llegó cuando el belga hizo un nuevo intento por asaltar la Brazilian Traction (1926), ahora a través de Sidro. La falta de apoyo del líder de Sofina fue clave para que la tentativa fracasara.

La insólita capacidad de generarse enemigos del banquero belga provocó que, una vez conocida su muerte, circularan todo tipo de especulaciones. Todavía hoy nadie ha resuelto el misterio, pero las pruebas que se llevaron a cabo demostraron que era imposible que una persona sola abriera la puerta de la avioneta y se lanzara al vacío.

stats