El mundo pequeño de...

Àngel i Eloi Madrià: "El topónimo 'Gavarres' es relativamente nuevo"

Impulsores de la Editorial Gavarres

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Eloi y Àngel Madrià, impulsores de la revista 'Gavarres' con un alcornoque de la masía de Can Vilallonga, junto a Cassà de la Selva.

Cassà de la Selva (Gironès)En Cassà de la Selva, a los pies de las Gavarres, nació la chispa hace ya 26 años de un proyecto único en Cataluña que acaba de recibir el reconocimiento del Premio Nacional de Comunicación de Proximidad. Es el Grupo Gavarres, una editorial que con un periodismo de larga conversación y cocción lenta, ha puesto por escrito un mundo que se perdía: las historias hasta ahora anónimas de gente de la tierra, que sólo perviven en la memoria oral. Un patrimonio inmaterial muy bien redactado en revistas que no han hecho más que extenderse. Primero Gabarras, después Garrochas, Alberes y, ahora, capiculadas, Cadí-Pedraforca y Garona-Nogueres. "Revistas que reivindican una manera de vivir y convivir a partir de un trabajo bien conciso: buscar la fuente, parar la oreja y escribir la historia".

Detrás de este proyecto hay dos hermanos que han sabido convertir las historias locales en un fenómeno global. Al frente de la editorial, Àngel Madrià (Cassà de la Selva, 1960), un diseñador gráfico de profesión que abrió los ojos a todo lo que se estaba perdiendo cuando volvió a casa, a las raíces. Y lado a lado, su hermano, Eloi Madrià (Cassà de la Selva, 1956), pelador de corcho, un bosque que se propuso “prestigiar en vida” un oficio moribundo y que conoce de primera mano los paisajes y las historias del que durante muchos años fueron "las fábricas" de nuestros pueblos y ciudades, los bosques.

Las Gavarres

En 2002 salió a la luz la primera edición de la revista Gabarras. El éxito fue inaudito. Poco lo esperaban, los hermanos Madrià, que se les agotarían en sólo una semana y acabarían imprimiendo hasta cuatro ediciones, hasta 3.000 ejemplares. Gabarras religa unos espacios históricamente humanizados a caballo del Gironès, la Selva y el Baix Empordà, rodeados por una cordillera que acaba en el mar y que en el Cassà donde Àngel y Eloi Madrià fueron a la escuela ni se conocía como tal. “Gabarras es un topónimo relativamente nuevo –señala Ángel–. Quien vivía, hasta hace poco, no tenía un sentimiento de pertenencia”.

Para los cassanenses, ir a las Gavarres era ir al bosque. Un bosque que alimentó durante muchos años la industria corchera. Pero también era dónde ir a cazar setas, buscar leña en el caso del padre de los Madrià, hacer pozos. "El sentimiento de pertenencia comienza a partir de la especulación inmobiliaria en los años 70", relata Eloi. Es cuando nace el Movimiento de Defensa de las Gavarres, que logra detener los grandes planes de urbanización y se crean las instituciones que velan por un territorio que se fue despoblando en el momento de la introducción de la bombona de butano –cuando ya no hacía falta carbón.

Can Barrina

Esa lucha sirvió para empezar a poner en valor un patrimonio que se perdía. Eloi Madrià lo hizo dedicándose a mantener vivo el oficio de pelador de corcho. Mientras que Àngel Madrià no “se lo volvió a mirar” hasta que en 1997 volvió a Cassà a trabajar después de 13 años fuera. Se instaló a vivir en la casa familiar que había construido su padre. “Un año después, mi madre me pidió que le acompañara a Can Barrina, una casa de payés a las afueras del pueblo, a comprar pintadas para la fiesta mayor. Vivía Pitu Arbussé, un hombre sordomudo que las criaba. Yo los miraba de lejos y, en medio de aquella pollaraca, en ese ambiente campesino, con mamá con la bata... pensé: «¡Qué imagen! Esto se está terminando. Debemos hacer algo». Fue entonces cuando hizo un clic y pensó que había que retratar ese mundo de labrador que se languía”.

Can Villalonga

La primera idea fue reunir nombres de casenses populares, “la gente que nunca tendrá calles”. "Queríamos hacer un libro con 100 personas, pero todavía no habíamos empezado y ya se nos morían", dice Àngel Madrià. Vieron rápidamente que el libro, con los nombres previstos, no podía hacerse. “Pero miramos más allá de Cassà y nos preguntamos: ¿Cuántos Pitu Barrina hay?”, añade. Así fue cuando empezó a hablar con periodistas y escritores que vivían al otro lado y en el 2002 acabó saliendo el primer libro de la revista. “Al principio, la gente era muy recelosa. No veían la importancia de su vida, por baja autoestima ni haber ido a la escuela. Se preguntaban: «Qué dirán los demás si yo soy un ignorante». Pero paulatinamente la revista se hizo amable y hoy en día la gente nos busca para contarnos sus historias”. Las revistas han complementado, a través de la recuperación de la memoria oral, una labor realizada a través de instituciones. Un ejemplo es Can Vilallonga, una masía de origen medieval junto a Cassà que es propiedad del Consorcio de las Gavarres, el ente público que gestiona el Espacio de Interés Natural de las Gavarres. Eloi Madrià trabajó para su recuperación y para que hoy en día sea un ejemplo de cómo era antes la vida en estos parajes.

Can Vergeli

Sobre todo a través del boca a boca, con una revista que trabaja poco la comercialización más allá de los acuerdos con ayuntamientos, la Editorial Gavarres creció hasta tener una sede con historia. El edificio donde se agolpan pilas de libros y revistas era Can Vergeli, sede de una estirpe de herreros de las Gavarres y que estuvo operativa hasta los años 80. “El edificio debía ir al suelo y gracias a la propietaria se ha podido mantener”, señala Àngel Madrià. Tras el Premio Nacional de Comunicación de Proximidad, tienen el reto de penetrar más en suscripciones y sobre todo fortalecer la venta de libros.

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