La vuelta al 'cole': La luz al final del túnel

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Entrada a la escuela para dar clase.

Barcelona8:50 h am. “Mamá, ¿los niñoz zalen del culo?” Primer día de escuela y ya llegábamos tarde mientras una terrorista ensayaba una coreografía ante el espejo del recibidor más parecido a un ataque de epilepsia y la otra, poniéndose los zapatos a la inversa, decidía charlar sacando un tema troncal de maternidad para el que no estaba nada preparada.

Con una cuidada estrategia poco Montessori y muy Vito Corleone, conseguí que llegáramos sudando ante las paredes de obra vista que me ofrecía la libertad condicional (y las ganas de vivir) a entregar mis Mowglis de la selva sin rutinas ni protocolos sociales de ningún tipo a otro tutor legal durante 8 horas al día para su cargo. ¡Boom in your face!

Ya desde fuera se olía el miedo de los profesores que esperaban, al otro lado de la puerta, con los hombros caídos y la cabeza hundida como una tortuga, el alud de microseres humanos con macroquilogramos de mocos verdes colgando –como si alguna vez hubiéramos vivido una pandemia–, mochilas nuevas patrocinadas por el vale escolar y la ropa marcada con el nombre, la calle y el grupo sanguíneo, no sea que de un pelotazo tu hijo necesite una transfusión de sangre en el patio.

Una vez que la conserje hizo chirriar las puertas con un ruido intenso y agudo que sonaba a música celestial, se hizo el silencio: “Los niños de primaria ya pueden subir solos, los de infantil deben subir con los profesores”. Mi primer óvulo fecundado, que pertenece al primer grupo, entró como un huracán en el recinto para demostrar a sus amigos todas las nuevas actualizaciones de delincuencia del iOS cerebral que había adquirido durante el verano, pero la segunda se quedó en el mi lado y, clavándome las uñas para asegurarse de que no fuese muy lejos, siguió con el tema: “¿Y laz tripaz también zalen de la vulva?”

Mi improvisación durante el camino sobre cómo un bebé del tamaño de un buldog sale de un agujero del tamaño de una escupiña, sin ayuda de plastidecors ni purpurina, quizás había sido demasiado gráfico. “No, de la vulva salen el niño y la placenta, que es como una bolsa del Caprabo pero en forma de bistec...” Mi explicación había cautivado a otros tres niños de su clase, de los que nunca recuerdo el nombre, que me miraban traumatizados mientras la profesora, una chica con el suelo pélvico intacto, mutaba de Pantone bronceado playa a blanco pálido DIN-A4, intentando colocarlos de forma ordenada.

Bomba de humo

“¿Y cómo entra dentro?”, dijo uno que estaba en primera fila. Todos, sin pestañear, esperaban expectantes mi respuesta, pero yo no tenía tiempo, capacidad neuronal ni un gramo de cafeína corriendo por las venas para una charla a las nueve de la mañana sobre espermatozoides y squirts babyfriendly, así que con un seis y un cuatro saqué un as de la manga: “Mejor que le pregunten a la nueva profesora...”, y con un beso en la frente me fui lanzando una bomba de humo de las que hacen historia.

Rogamos fuerte para que este año la clase de I5 no sea la clase de los Youporn.

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