Vulnerabilidad belga, problema europeo

Evacuació de l'aeroport de Brussel·les
Carme Colomina
22/03/2016
3 min

El tono de la televisión belga el viernes era de euforia. Euforia de las autoridades por la detención de Salah Abdeslam. Euforia en el lenguaje bélico que parece haber incorporado una parte de la prensa. La captura de uno de los autores de los atentados de París, que a última hora -por razones que desconocemos- decide no inmolarse y termina escondido en su barrio de toda la vida, protegido por los padres de su amigo de la infancia, ofrecía a los gobiernos de Francia y Bélgica el primer verdugo vivo sobre el que hacer recaer todo el peso de los ataques más mortíferos en suelo francés.

No se puede pensar que las explosiones del martes en el aeropuerto y el metro de Bruselas son una reacción en caliente a la detención de Abdeslam. Una serie de ataques de este tipo necesitan tiempo y preparación. Material, coordinación y apoyo logístico. Pero tanto el episodio policial del viernes en el barrio de Molenbeek como el golpe de este martes por la mañana contra una ciudad que se desplazaba al trabajo, empezaba vacaciones o intentaba vivir su vida con normalidad son consecuencia de un problema más grande. Un problema europeo contra el que Bélgica lucha desde hace años y, durante demasiado tiempo, en solitario, de manera descoordinada y a partir de lecturas equivocadas.

El gobierno belga fue uno de los más abiertos de la Unión Europea a la hora de compartir su preocupación por el fenómeno que crecía dentro de sus fronteras mientras otros gobiernos, obsesionados con su control de la seguridad nacional, han frenado cualquier intercambio de información hasta que se han visto víctimas de una realidad que traspasa cualquier frontera.

Las autoridades belgas fueron las primeras en alertar, ya en el año 2013, al coordinador de la lucha antiterrorista de la UE del fenómeno de los retornados de la guerra siria. Un problema que se les escapaba de las manos y para el que pedían una cooperación europea que no llegó. Bélgica es el país que proporcionalmente más jóvenes ha enviado a luchar en Siria y en Irak (el doble -por cápita- que Francia y cuatro veces más que el Reino Unido, según cálculos del Centro de Estudios de la Radicalización de Londres). Pero Bélgica también ha sido el primer país de Europa en juzgar una red de reclutamiento de combatientes, la llamada Sharia4Belgium, y su líder, Fouad Belkacem. También es uno de los países pioneros en la UE en la puesta en marcha de programas de apoyo a las familias de los jóvenes radicalizados. Y, sin embargo, las autoridades han sido incapaces de recoser un país fracturado.

Molenbeek centra las miradas

Sólo hay que ver la evolución del barrio de Molenbeek, estigmatizado desde el inicio de los atentados en suelo europeo. El 31 de enero de 2015, después de los ataques al semanario Charlie Hebdo, cientos de personas -hijos de inmigrantes magrebíes, españoles, portugueses e italianos-, que se sentían señaladas con el dedo acusador de las investigaciones sobre el yihadismo en Bélgica, salieron a la calle con una pancarta que decía "No todos somos terroristas". Molenbeek tiene una tasa de paro superior al 60% y un montón de problemas sociales fruto de la marginación del barrio. En el último año Molenbeek ha sido considerado el centro de la venta de armas de contrabando, refugio de la célula que atentó contra el estadio de Francia y la sala Bataclan de París y territorio hostil para la policía y la prensa.

Hace tiempo que el barrio quedó atrapado en la cara más oscura de una ciudad fracturada por divisiones de poder que responden más a intereses y cuotas partidistas que a la efectividad institucional y policial, en un país con una larga relación con la versión más radical del islam importada a través de lucrativos acuerdos comerciales del gobierno belga con Arabia Saudí. Unos acuerdos que, por ejemplo, permitieron al wahabismo financiar la primera gran mezquita en el centro de Bruselas, en pleno Parque del Cincuentenario, en el barrio comunitario. Jaafar Alloul, experto en migraciones y Oriente Próximo de la Universidad de Gante, denunció hace tiempo que el gobierno belga había permitido "durante décadas" que "socios comerciales como Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos tuvieran capacidad para regular el escenario religioso" en su país, y la "diplomacia cultural" del Golfo se dedicó a invertir millones en esta Europa postindustrial con bolsas de población, sobre todo joven, perdida en una sociedad en la que no se sienten representados.

Hoy el corazón de Europa se vuelve a sentir vulnerable. La primera respuesta, como ya se está viendo por las declaraciones del gobierno francés, será desatar toda una serie de medidas para reforzar la seguridad, pero el origen del problema seguirá siendo el mismo.

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