Los agentes sociales que velan por el dinamismo económico de Catalunya celebran el acuerdo para la ampliación del aeropuerto. Un cambio que, por ejemplo, puede permitirse venir desde Japón sin escala. O tener más vuelos directos a Estados Unidos. Pero las preguntas que todavía no tienen respuesta son: ¿quiénes serán los pasajeros y qué nos aportarán?
El deseo es que lleguen perfiles profesionales desde el otro lado del mundo: para atender conferencias y ferias, o para emprender o invertir en empresas de alto valor añadido y, a ser posible, que favorezcan la creación de puestos de trabajo. Personas para las que hacer escala supone una pérdida de tiempo, una incomodidad. Personas que gasten mucho –idealmente por encima de la media actual de 211 euros por turista y día– y que ensucien poco. Y la pesadilla es que esta ampliación incremente, más aún, el número de turistas en una ciudad saturada y con una vecindad harta, en pleno deterioro acelerado de la reputación de esta actividad económica, en un momento de récords históricos de visitantes (casi 20 millones en el 2024). El deseo es que la ampliación del aeropuerto favorezca a la industria catalana, un sector que se ha mostrado más resiliente ante las crisis, y reduzca, al menos de forma proporcional, el peso que tiene la actividad turística en el país. Porque el valor añadido de una hora trabajada en la hostelería es ínfimo en comparación con la hora trabajada en una empresa biotecnológica. Pero conviene recordar que sólo algunas partes de Cataluña tienen empresas industriales o tecnológicas.
Hay que aceptar que vivimos en un país tradicionalmente turístico y con pocas perspectivas de que el fenómeno vaya a la baja. Y, si ocurriera, pronto veríamos titulares del fuerte impacto económico (negativo) que esto representa. Por tanto, hay que valorar lo que el turismo nos aporta y, al mismo tiempo, repensarlo y rediseñarlo con planes estratégicos y políticas públicas decididas, tanto para dirigir el malestar social como para ordenar a los visitantes. Un nuevo turismo adaptado a los actuales condicionantes: sociales, económicos y medioambientales.
Para empezar, aunque Cataluña es un país pequeño y, por tanto, teóricamente fácil de comunicar, la realidad es que está mal conectado, con aeropuertos infrautilizados que podrían ayudar a descongestionar la capital Salvando todas las distancias, Londres tiene cuatro aeropuertos a menos de 100 kilómetros: Heathrow, Gatwick, Stansted y Luton. el aeropuerto de Reus y el de Girona, también a una distancia similar de Barcelona, están rodeados de zonas turísticas diversas que quedan desperdiciadas más de la mitad del año.
Ante la falta de control de quiénes serán los pasajeros, lo mejor es hacer todo lo posible para incentivar los perfiles profesionales y al mismo tiempo prepararse por si acaban eligiendo más turistas. Es cierto que productividad y turismo no van de la mano, pero entre tener unos ingresos de veinte mil millones de euros y casi medio millón de personas ocupadas y no tenerlo, no hay discusión. Al menos, hasta que no encontramos una forma alternativa de generarlo.