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La fila cero del encuentro del Círculo de Economía  de este año, lunes.

1. Señales. La prensa ha glosado en cantidad suficiente la obscena secuencia del presidente de Iberdrola, Sánchez Galán, en Sagunto, riendo en gran excitación mientras trataba de “tontos” diez millones de clientes de la tarifa regulada de las eléctricas. Pero en la reunión del Cercle d'Economia de Barcelona hubo también alguna pasada de frenada que obliga a preguntarse sobre el estado de espíritu de algunos sectores empresariales. Así, se vio la enésima exhibición del resentimiento de clase ante la alcaldesa Colau, a menudo con gotas de machismo mal contenido, como cuando Javier Faus le dice que la presentación de su intervención será corta porque no se lo ha preparado como la del presidente Aragonès o como cuando el presidente de Fomento, Josep Sánchez Llibre, truena diciendo que los ciudadanos tienen que poder circular en coche por Barcelona “cuando les dé la gana”. Una posición, por otra parte, claramente contraria a la orientación de las grandes ciudades en países democráticos. 

Pero más allá de los exabruptos, y de hacer del Cercle la casa del rey en Catalunya, lo que se está confirmando estos días son tendencias inquietantes en el posicionamiento de una parte del sector empresarial, en la línea de un distanciamiento creciente de los problemas de una sociedad que ha encadenado tres batacazos: la crisis del 2008, la pandemia y la guerra de Ucrania y sus consecuencias, además del conflicto soberanista. Un mundo nuevo que tratan con mirada vieja. Hacer del crecimiento horizonte absoluto, despreciar la agenda ecológica o presentar la supresión de los impuestos de patrimonio y de sucesiones como prioridad es optar por la huida hacia adelante, por no ver o no querer ver la gran amenaza del momento, el autoritarismo posdemocrático, que es lo que se acaba imponiendo cuando se rompen los equilibrios sociales mínimos. Y todo ello adornado con un cosmopolitismo provincià –que da por buena cualquier iniciativa siempre que venga de fuera–, rompiendo así con la gran tradición del maragallismo, que situó siempre en su horizonte la voluntad de hacer de Barcelona referente y no copia: el modelo Barcelona. 

En la escalada del proceso independentista, los sectores empresariales bajaron el tono y salvaron los muebles siguiendo las exigencias que venían de Madrid. En este tiempo se rompieron vínculos y alianzas. El cambio de escenario respecto a los años del pujolisme fue total. La dialéctica entre el nacionalismo pujolista y la urbanidad maragalliana saltó por los aires. Artur Mas fue visto como la gran esperanza blanca por buena parte del mundo económico, que lo consideraba uno de los suyos, hasta que su caída y el embate del 2017 dieron paso a la perplejidad. Y ahora, en la fase de confusión en que el independentismo no encuentra el lugar ni la armonía y, atrapado en sus contradicciones, tiene dificultades para priorizar debidamente la agenda y atender las inquietudes de la ciudadanía, un sector del mundo empresarial, dado el grado de irrelevancia de Ciutadans y el PP, ha encontrado la sintonía con el PSC –con Collboni como apuesta municipal y con Illa como puente con el gobierno de Madrid– a la espera de lo que pase con Feijóo, la nueva esperanza blanca. E incluso alimentando la fantasía de la gran coalición. 

2. Mayoría plural. “Estamos aquí para ayudar”, dice, en contrapunto, Junqueras a El País. “Nuestra voluntad es poder votar aquello que estamos convencidos de que es útil para la ciudadanía”. El Catalangate ha dado una oportunidad al independentismo de hacerse respetar. El presidente Sánchez, después de unos primeros momentos de confusión, parece haber entendido el riesgo que corría. De momento, ya ha dado una primera cabeza: la destitución de Paz Esteban, directora del CNI, rechazando así las consignas de cerrar filas con la derecha en defensa del deep state que predominaban en el espacio de comunicación madrileño. Parece que de este modo Sánchez reconoce la necesidad de conservar la mayoría plural que sostiene el actual gobierno español. Y parece que Esquerra tiene claro que no hay ninguna otra salida y que, por mucho que le pese el aliento de Junts que lo persigue, ha entendido que ahora mismo perder la capacidad de incidencia en Madrid y abrir paso al tándem PP-Vox sería un disparate. Esta es la situación. Y en este escenario es bueno que todo el mundo se vaya retratando. 

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