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Era de noche, ya, y yo estaba sola, sentada, leyendo una novela que ya había leído. Qué bien exista el verbo releer. Me detuve un momento y cogí el ordenador, para ver cuál era la portada del ARA. Entonces lo vi. Xavier Cervantes escribía que había muerto Marianne Faithfull.
La lectura del obituario, que era similar a una prosa poética (tres minutos, me anunciaban que tardaría en leerlo entero), me conmovió, porque comprendí cómo la comprendía el autor. Cómo la situaba, cómo la admiraba. Iba haciendo un repaso de la vida y de la música de la forma que sólo puede hacerlo un crítico o divulgador si lo que explica le ha conmovido. Vida y arte siempre van juntos ya veces, pero no siempre, una de las dos vertientes es bonita y la otra fea.
Adoro la voz de Marianne Faithfull, su manera de poseer las canciones de los demás, su aparente dejadez física a la vez tan vibrante. Era un gato que duerme y un gato que ataca. Xavier Cervantes hablaba de La balada de Lucy Jordan, sí, qué belleza. Y añadiría otra balada, también, La balada de la mujer del soldado, de Kurt Weill.
Me gustan los críticos que no están enojados. Me gustan los críticos que comprenden, no pueden evitar emocionarse, no dejan de buscar y encontrar, se cabrean y se rinden. Los críticos de vino, música, libros, ropa, comida que son felices haciendo el trabajo. Me gustan los críticos que escriben bien, desde el alma. Sola me puse La balada de la mujer del soldado y fui escuchando las ciudades por las que pasa el protagonista y qué le envía, a esta mujer, hasta llegar a Rusia.