Barcelona: hay que limpiar más, pero también ensuciar menos

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Deixalles junto a unos contenedores en la calle Josep Torres de Barcelona

Las cifras del barómetro municipal desde 2004 –las únicas accesibles en la web– son claras. Los ciudadanos de Barcelona nunca hasta ahora habían tenido la percepción de que la limpieza era uno de los principales problemas de la ciudad. El pasado mes de diciembre el índice subió hasta el 11,8%, una cifra astronómica si se tiene en cuenta que nos tenemos que remitir al 9% de 2004 –aquella época en la que el alcalde Joan Clos avisaba que se tenía que "salir meado de casa"– para encontrar un porcentaje que se acerque. De hecho, esta cifra del barómetro de diciembre de 2021 prácticamente dobla la de junio del mismo año, que, aun así, ya era la más alta de la década. La suciedad de Barcelona ha sido tema de conversación entre vecinos y, si esta percepción está tan alta en las encuestas, no es solo por el efecto llamada –como se habla mucho, la gente lo tiene más presente–, sino que hay elementos objetivos que hacen que la gente vea la suciedad y, por lo tanto, hable y se queje. Tanto es así que el gobierno municipal tuvo que hacer un plan de choque de 70 millones que se avanzó a la nueva contrata de la limpieza, que se puso en marcha el 7 de marzo en cinco distritos y se extenderá a partir de septiembre en cinco más.

El cambio es importante y tendría que ser visible porque se ha aumentado el presupuesto de limpieza un 14% y hay 400 trabajadores más. De hecho, no se puede decir que Barcelona no se gaste dinero en la limpieza. Es el contrato de más envergadura del consistorio: 2.300 millones en ocho años de los cuales un 64% se dedican a la limpieza y un 36% a la recogida de basura. Sin embargo, de momento, por lo que ha podido recoger este diario en la calle y en la encuesta en la web, no hay un cambio en la percepción de los ciudadanos, que consideran que la suciedad está como antes.

Habrá que ver si en diciembre de 2022 esta percepción habrá variado, cuando se haya podido desplegar todo el plan –que incluye también el cambio de contenedores– y las medidas de limpieza estén del todo implementadas. En plena campaña electoral, es bastante probable que este sea uno de los grandes temas de la campaña y es de suponer el esfuerzo del gobierno municipal para que se noten las mejoras. Sin embargo, el problema es que con este incremento de la limpieza casi seguro que no habrá suficiente y habrá que ver si es sostenible seguir aumentando de manera ilimitada el servicio de limpieza con el coste que esto supone. En los lugares en los que ahora ya se ha implementado, como por ejemplo el Raval, a pesar de regar y limpiar más, la percepción se mantiene porque hay un incivismo crónico que hace que la pulcritud no aguante mucho. Barcelona está sucia en buena parte por estos incívicos, entre los que hay vecinos y también visitantes –el regreso del turismo se ha hecho notar también, especialmente el de borrachera– que no quieren a la ciudad y no encuentran, parece, ningún impedimento para seguir dejando la basura en cualquier lugar menos en los contenedores ni ninguna vigilancia sobre la porquería que echan en la calle o sobre las pintadas y grafitis que ensucian calles y puertas, y allí se quedan durante meses. Hará falta, pues, poner también el foco en las campañas de concienciación de los vecinos y los visitantes, y, posiblemente, ver si las sanciones que se aplican ahora son suficientes o se tienen que aumentar. Nos merecemos una ciudad limpia y, ya que estamos, menos ruidosa, pero, para eso, no solo hay que limpiar más, sino también ensuciar menos. 

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