Hace días, sobre todo a raíz de la manifestación contra los precios de los alquileres del 23 de noviembre en Barcelona, que sigo con una absoluta estupefacción algunas –muchas– reacciones que ha provocado esta movilización.
Supongo que está al caso: de debajo de las piedras han surgido decenas de opiniones que descalifican a la generación que está encabezando la protesta y hacen entradas extensas en las redes sociales explicando lo sacrificada que fue su juventud. El mensaje vendría a ser: si quieren un piso para vivir, que trabajen y se esfuercen en vez de quejarse tanto.
La cosa es tan hacha que se llega a simplificar el comportamiento de dos generaciones –los que ahora son padres y los que son hijos–, como si unos fueran responsables y trabajadores y otros victimistas y hedonistas.
Por la edad que tengo –y la que tienen mis hijos– representa que debo situarme en la generación mayor. Y sí, he trabajado desde muy jovencita; y sí, pude comprarme un piso que aún no he terminado de pagar. Pero, y por eso escribo este artículo, no me identifico en absoluto con ese discurso que parece proliferar. Por demagogo y manipulador y, sobre todo, por injusto.
“La mujer y yo estamos hartos de ver a niños cenando en los restaurantes, viajando...”; "Si yo hubiera fumado, no habría podido pagar las letras del piso"; “Creen que a nosotros todo nos cayó del cielo”; “Quieren vivir a toda costa en su barrio, son unos malcriados”.
Francamente, no doy crédito. ¿De verdad están disparando contra una reivindicación tan elemental como poder pagar un techo? ¿De verdad no han calculado que con los sueldos que cobran y el precio de los alquileres es imposible conseguirlo? ¿De verdad, por el mero hecho de ser propietarios de un piso, se ven tan amenazados que reaccionan con esta virulencia?
Nuestros hijos vivirán, esto es un hecho, peor que nosotros. Y en medio de la desolación que esto me provoca, sólo celebro que hayan sido lo suficientemente listos para adaptarse a la situación y vivan con naturalidad el hecho de viajar de forma más que precaria y de verse obligados a renunciar a vivir solos, y que acepten incluso con alegría que tendrán que compartir piso, pagando un tercio de su sueldo por una habitación lamentable.
¿Qué es un lujo querer vivir en el pueblo o en el barrio donde nacieron y donde tienen su familia? Todo el mundo debería poder aspirar, por comodidad o para evitar que los barrios y las ciudades pierdan el tejido social y la personalidad. Por otra parte, poca solución existe aunque aceptes alejarte de tu zona. El problema se ha extendido en toda el área metropolitana de Barcelona y en otras ciudades de Catalunya.
“Hace mear de que la gente salga a la calle a bajar los alquileres. que una generación que –con esfuerzo, sí, nadie lo niega– tuvo la posibilidad de comprarse un piso con una relación sois-hipoteca razonable, no pueda mostrar ninguna solidaridad con la juventud de ahora mismo ¿Y de verdad queremos que para poder acceder a la vivienda tengan que renunciar a viajar o hacer cervezas en un bar con los amigos? nada. Mi sección de hoy, en lugar de La casa y la ciudad, debe decirse Sin casa en la ciudad.