La manifestación en defensa del catalán en la escuela ha reunido a 35.000 personas en Barcelona, según la Guardia Urbana. La cifra está lejos de las protestas más multitudinarias del Procés, pero es importante, porque se ha hecho en un contexto de desmovilización y de repunte pandémico. Y sobre todo es un aviso. Las movilizaciones masivas en las Baleares contra el decreto de trilingüismo de José Ramón Bauzá son un referente reciente. Indican qué puede pasar en Catalunya si el debate se continúa envenenando con provocaciones políticas e injerencias judiciales.
La lengua no solo es crucial porque es clave en la identidad catalana, también lo es porque ha sido una herramienta básica de cohesión. En un país de acogida como el nuestro, con un importante flujo de migración, el catalán nos iguala, vehicula el sentimiento de pertenencia y brinda oportunidades de ascenso social. Y es este papel cohesionador que hace especialmente peligroso que se instrumentalice el catalán para hacer partidismo, tal como está haciendo el líder popular, Pablo Casado (pero no solo él).
La realidad, más allá del partidismo maniqueo, es que el catalán pierde terreno en la calle, en el patio e incluso en el aula. La inmersión lingüística ha funcionado –ha sido un éxito– y tiene que continuar funcionando. Pero se tiene que actualizar. De entrada tenemos que saber hasta qué punto es real, en qué idioma se hacen las clases de verdad, no sobre el papel, y cómo hablan profesores y alumnos. No puede ser que en pleno siglo XXI no conozcamos suficientemente la realidad de las aulas. Pero también hay que trabajar para que el catalán recupere el terreno perdido –y esto no puede depender solo de las escuelas– y continuar garantizando un buen nivel de castellano entre los alumnos y, sobre todo, un conocimiento digno de otros idiomas como (pero no solo) el inglés.
Las lenguas abren puertas sociales, económicas y culturales. Si nosotros queremos abrirlas a los ciudadanos que acogemos cada día, ofreciéndoles la nuestra, también tenemos que querer abrirlas a nuestros jóvenes, dándoles la oportunidad de aprender mejor otros idiomas. Para hacerlo sin poner el catalán en peligro y ayudándolo a recuperar terreno hay que escuchar a los expertos, como los que hemos consultado para el dossier que os ofrecemos para contribuir a la reflexión.
En medio de la tormenta de oportunismo político que cae sobre la lengua los partidos tienen que ser capaces de recuperar el consenso que permitió la inmersión, esta vez para actualizarla. Esto incluye el PSC –ayer quizás dio un paso en este sentido cuando el ministro de Cultura, Miquel Iceta, admitió que el catalán tenía que ser "el centro de gravedad" de la escuela en Catalunya–, que tiene que ser capaz de trabajar con las formaciones independentistas, y al revés.