Banderas europeas ondeando en la sede de la Comisión Europea.
02/06/2025
Periodista
3 min

1. Se puede llegar a entender que, para que Catalunya no se marchara de España, el gobierno del Partido Popular hiciera de todo. Si el separatismo teórico les da urticaria, que llegaran a pensar que estábamos a punto de ser un nuevo estado de Europa les hizo poner en marcha todos los mecanismos que tenían a su alcance. Los legales, los ilegales y los alegales. Con Rajoy, el PP activó el artículo 155, propulsó los tentáculos judiciales, urdió tramas de todo tipo con los fondos reservados, espoleó los golpes de porra, tejió complicidades con los grandes grupos de comunicación españoles –que estuvieron encantados de contribuir a la causa– y sedujo a Europa con la vieja diplomacia de otros tiempos. Menos política, hicieron de todo para frenar lo que consideraban que era un golpe de estado y que, en realidad, solo fue un golpe al Estado. Supongo que el independentismo ya contaba con que la respuesta sería desmedida, por mucho que fuera con un lirio en una mano y la estelada en la otra. Lo que más cuesta entender es que, ahora, pasados siete años del 1 de octubre, el propio Partido Popular, que le está saliendo barba en la oposición, explique públicamente que ha movido tantos hilos como ha podido en Europa para que el catalán, el gallego y el euskera no sean lenguas oficiales en la UE.

2. La confesión, en voz alta, de que han llamado a los gobiernos de los otros 26 estados miembros para buscar el voto en contra de que se admitan las tres lenguas es políticamente absurda, socialmente inconcebible y lingüísticamente delictiva. En vez de enorgullecerse de que España sea un estado con tres idiomas cooficiales, que merecerían ser también lenguas oficiales de la Unión Europea con todos los derechos, le ponen tantos palos en las ruedas como pueden. Y, encima, se jactan de ello. Y lo que duele doblemente es que Santi Rodríguez, del PP de la calle Urgell, lo diga en catalán. Es su lengua, y la de Dolors Montserrat, y montan la batalla en contra del catalán y lo explican como si tal cosa. Ni un sketch surrealista de los Monty Python subrayaría lo grotesca que es esta paradoja. El autoodio lingüístico no es una estrategia política para derribar a Pedro Sánchez, es una patología de manual, una auténtica aberración científica. Y esta jugada, de tan baja calaña, no la olvidaremos. Si el PP en Catalunya tiene los peores resultados de todo el Estado, con acciones como esta aún se arrinconará más en la marginalidad.

3. Nada nuevo, sin embargo, con la catalanofobia. La recogida de firmas del PP contra "la imposición" del catalán tiene ya cerca de veinte años. Ahora, en tiempos de un gallego desorientado como Núñez Feijóo, siguen haciendo correr que el castellano está perseguido en Catalunya. Quien sostenga esto, o no ha pasado ni un día de su vida en el Principat o se lo inventa completamente, o se lo ha creído de buena fe porque mira las telas que mira, escucha las radios que escucha y lee los tuits que lee. Y mientras en Mallorca y en Valencia el PP estrangula al catalán para salvarse el cuello, aquí seguimos en el bucle de la maquinaria perversa de construcción de realidades sesgadas. O directamente falsas.

4. ¿Y el PSOE? Ni fu ni fa. José Manuel Albares, ministro de Exteriores, dice que se esfuerza por convencer a países que no quieren recibir razones ni lecciones. No lo conseguirá, pero está ganando tiempo. Es la táctica. Hacer creer que trabajan por el catalán en Europa, hacernos tragar que hay un traspaso de Cercanías en marcha, o embaucarnos con una financiación singular que ya se ve venir que tampoco llegará, por mucho que Salvador Illa lo propague a los cuatro vientos. Todo ello, una tomadura de pelo. Ni lengua, ni trenes, ni pasta, ni amnistía efectiva. Para el 1 de octubre de 2027 solo faltan dos años. Suficiente tiempo para armar un movimiento social, estimulante, bien trabado y con políticos a la altura, que haga algo más que llenar de senyeres los balcones. ¿Un nombre posible? "Bon dia, Catalunya".

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