El combate de Jordi Pujol por la posteridad
Jordi Pujol fue uno de los primeros objetivos de la operación Catalunya, puesta en marcha desde el ministerio del Interior de Jorge Fernández Díaz para conducir la guerra sucia contra el independentismo entonces emergente. Pujol y su familia fueron prioritarios a pesar de que el president hacía mucho tiempo que había dejado el poder, no era protagonista de lo que después se ha conocido como el Procés y no se había declarado independentista. En el afán para conseguir las cuentas de los Pujol en Andorra, la operación Catalunya incurrió supuestamente en distintos delitos y destruyó dos bancos, la Banca Privada de Andorra y su filial española, el Banco de Madrid.
En verano de 2014 el ex president confesó –desoyendo a quienes se lo desaconsejaron– que durante décadas había escondido dinero en el extranjero, cuyo origen era una donación de su padre, Florenci. Resulta irónico que Pujol haya sido investigado y encausado justamente por, digamos, un pecado de avaricia. Y lo es porque a él, personalmente –otra cosa son algunos de sus hijos–, nunca le ha interesado mucho el dinero, ni el lujo, y todavía menos la ostentación.
El estruendo fue atronador, porque Pujol no es solo el president de la Generalitat contemporánea que más años ha gobernado y que levantó las paredes maestras de la Catalunya de hoy. También por su fuerza como símbolo nacional, político y moral, una irradiación que traspasa fronteras partidistas. Esta condición simbólica explica, justamente, por qué se lo situó entre los grandes enemigos a abatir. Inmediatamente después de la confesión, el partido que había fundado, Convergència Democràtica, lo repudió. También Artur Mas, entonces president de la Generalitat. Ese escándalo fue uno de los motivos que empujaron a enterrar a CDC, una decisión que Pujol nunca ha aceptado.
Este lunes, 24 de noviembre, ha comenzado –tras trece años de investigación– el juicio contra el ex president y sus hijos (Marta Ferrusola murió en el 2024). El motivo: corrupción (cobro de comisiones por concesión de obras públicas) y haber ocultado millones fuera de España. En contra del sentido común, tras hacer comparecer a Pujol –95 años– por videoconferencia, el tribunal de la Audiencia ha decidido no excluirlo del juicio, a pesar de que dos médicos forenses habían determinado que no está en condiciones físicas ni cognitivas para defenderse. Parece que es un trofeo demasiado valioso como para renunciar a él. Por su parte, el ex president catalán ha manifestado siempre su firme voluntad de comparecer.
La caída en desgracia de Pujol de 2014 fue seguida de años de ostracismo. Luego, poco a poco, su figura fue rehabilitada y él empezó a participar en actos públicos. Muchos de estos actos fueron promovidos por amigos y admiradores. Pero también desde las instituciones. Hay que remarcar, en este sentido, el gesto valiente de Salvador Illa de encontrarse públicamente con su antecesor el día 17 de septiembre de 2024, poco después de la investidura del socialista como president de la Generalitat.
En este proceso de reaparición vale la pena recordar, por ejemplo, la presentación de la reedición del libro de Pujol Dels turons a l’altra banda del riu en febrero de 2023. Allí quedó claro que Pujol había decidido dejar de esconderse. Y también se puso de manifiesto la vieja obsesión del líder convergent por cómo su acción política pasará a la historia y, mucho más aún, por el papel que él desempeñará en la memoria colectiva de las próximas generaciones. Como es sabido, la historia la escriben los historiadores, pero la memoria colectiva la hacen las sociedades a lo largo del tiempo. En la librería Ona, Pujol confesó: "De lo que se trata es de hacer caso a lo que siempre me había dicho mi mujer: «Tú tienes que procurar que haya gente joven que se interese por lo que tú dices y por tus actitudes»". Ese acto lo presentó Montserrat Dameson, que es de la generación de los nietos de Pujol. Con la voluntad de fijar cómo quería ser recordado, Pujol había publicado, años antes de la confesión sobre la herencia de su padre, sus memorias en tres volúmenes, escritas con el añorado periodista Manuel Cuyàs.
Pujol, un democristiano con sensibilidad social, siempre ha tenido como referente político al Prat de la Riba de la Mancomunidad, mucho más que a Macià, Cambó o Companys. De Prat de la Riba admira su capacidad de transformación real del país, a pesar de las grandes dificultades y de los pocos medios disponibles. Como católico y como persona, sin embargo, Pujol es un áspero, incluso duro, juez de sí mismo. Pujol no es un entusiasta ni un fan de Pujol. Pero, más allá del gobernante y de la persona, hay otra dimensión a considerar. Es su innegable influjo ideológico. A lo largo de los años, y desde antes de su llegada a la presidencia de la Generalitat en 1980, Pujol ha sido el más relevante ideólogo del catalanismo o nacionalismo catalán –cosa que el españolismo no le perdona–, de modo que no se puede entender la Catalunya de ahora sin tener muy en cuenta su aportación en este ámbito. El conjunto del legado de Pujol, político, doctrinal, simbólico, se ha visto realzado en los últimos años, y hasta el extremo de que algunos de sus adversarios de antaño –socialistas y ERC– pretenden abonarse a ello. Más aún porque Carles Puigdemont, el líder de Junts per Catalunya, se ha mostrado reacio y ambiguo en cuanto a la figura de Pujol, que destacó también por su contribución a la gobernabilidad y la transformación de la democracia española.