Si Feijóo fuera elegido presidente en el 2027, sería de largo el que habría llegado a la Moncloa con más edad: 66 años. Y parece que es un tema que hace tiempo que lo obsesiona. Hay quien dice que su reciente cambio de imagen, con las correcciones visuales correspondientes para poder prescindir de las gafas, iba en esa dirección: rejuvenecer al personaje. El resultado no ha sido evidente: unos ojos desdibujados que configuran un rostro sin atributos precisos. Pero más allá de la estética y de la cosmética de un líder que se mueve a trompicones –tan pronto desaparece como sube los decibelios–, está la política. Y la precipitación le hace dar giros a menudo sorprendentes. La gestión del tiempo es clave en este oficio, y él parece que mire de reojo, como si buscara quién lo vigila. ¿Síndrome Fraga?
La coincidencia del congreso del PP con el comité federal del PSOE ha dinamizado la situación. La prensa conservadora (y los resentidos del viejo PSOE) han cantado victoria, intentando crear un clima que alimente la idea de que ya está todo hecho y decidido, que ya solo queda el trámite. No cabe duda de que el PP ha vivido una fiesta en torno a un candidato que, hace cuatro días, no generaba unanimidad. Con ganas de acelerar las cosas, se le ha hecho la ola sin sitio para el debate de ideas ni proyectos. Todo ello, con un acompañamiento de música de fondo: Sánchez está acabado, durará más o menos, pero no tiene opción. Efectivamente, hay razones para pensarlo, pero si se entra en los detalles, no es tan evidente. Y si el paréntesis llega al límite del 2027, podemos ver muchas cosas en una y otra dirección.
En todo caso, si en un lado Sánchez necesita tiempo –y algún golpe de efecto– para intentar resucitar, en el otro lado hay ansiedad, porque la espera se les está haciendo muy larga. El problema de Feijóo, a diferencia de Aznar en sus buenos momentos (ahora el expresidente se ha convertido en una patética caricatura de sí mismo propia de los programas de humor político), es que, por las prisas de la edad o por falta de imaginación, se ha limitado a lo más fácil: la destrucción y caricaturización del adversario, con chistes más o menos efectivos. Si gobierna, ¿qué? ¿Qué piensa hacer? ¿Hacia dónde irá? Las actuales vías de las derechas europeas son elocuentes: entre el desconcierto y la radicalización hacia la extrema derecha, con Donald Trump buscando descolocar y someter a Europa aceleradamente. ¿Y él?
Con la euforia del congreso, Feijóo se ha destapado. No para precisar el proyecto y marcar un camino, sino para hacer de saltimbanqui. Al día siguiente del congreso proclamó el reconocimiento de Vox: "Vox es la tercera fuerza política de ese país, sus votos merecen un respeto y no estoy dispuesto a arrinconarlos". Y ahora Tellado, su garrote de confianza, llamativo por excelencia, dice que "iremos a una repetición electoral antes que hacer coalición con la extrema derecha".
Todo ello son formas de tirar balones fuera en un contexto que no es fácil para nadie. Tampoco para el PP, por mucho que se sienta ganador antes de tiempo. En buena parte, por la triste estrategia de la legislatura, en la que el PP, más allá de disparar sistemáticamente contra el adversario –girando siempre en torno a la corrupción–, no ha definido un proyecto político de derecha democrática, adecuado al momento y a la coyuntura, que pueda ser atractivo para el amplio espacio electoral con las diferentes decantaciones de las derechas, incluidas las derechas catalana y vasca. Es más fácil gritar que pensar, y cuando llegue el lío, veremos qué hacemos. Lo que nunca puede hacerse en política es querer construir negando la realidad. Y la realidad es que el PP lo tiene difícil para gobernar sin Vox, por un lado, y sin las derechas periféricas, por el otro. Y Feijóo corre demasiado cuando, queriendo ganar perfil, habla incluso de una hipotética alianza con el PSOE –sin Sánchez, evidentemente–. Lanzar esa idea, ahora mismo imposible, es un regalo a la extrema derecha. La fuga de votos hacia ella difícilmente compensaría los cuatro votos socialistas que pudiera pescar.
En fin, calma e ideas. Quedan dos años, veremos si se completan o no. Los gatos, como Sánchez, tienen muchas vidas, pero no infinitas. Pero si Feijóo no se decide a hacer política más allá de la descalificación del adversario, los vientos correrán a favor de Abascal, que sí tiene proyecto. Ya basta de expresiones como "Perro Sánchez" y otras descalificaciones; puede que hagan disfrutar a los más adeptos, pero para seducir a una amplia mayoría a la derecha le falta mucho más. No basta con que el adversario esté en horas bajas: la victoria electoral no la da solo la confusión del otro, es necesario conseguir una amplia confianza de la ciudadanía. Y el PP aún no tiene la mitad del trabajo hecho.