No sé si deben de ser los efluvios de ridículo que desprende aquel cartelito de Gobierno Alternativo de Catalunya; o bien que la obligación de defender siempre y en cualquier circunstancia aquello que hace o dice, aquello que deja de hacer o calla, el gobierno de España –es decir, la carencia absoluta de autonomía política y discursiva del Partido de los Socialistas–, lo que ha bloqueado la natural inteligencia de quien fue alcalde de la Roca del Vallès y ministro de Sanidad. Pero el pasado jueves el señor Salvador Illa no tuvo un buen día.
Entrevistado largamente en El matí de Catalunya Ràdio, Illa criticó que ERC no hubiera votado a favor del decreto de crisis motivado por la guerra en Ucrania, y consideró “un error gravísimo” que, en protesta por el Catalangate y por la actitud desganada del gobierno Sánchez ante el escándalo, Pere Aragonès “haya congelado la mesa de diálogo” entre los ejecutivos de Madrid y Barcelona.
A ver: a la gran mayoría de los ciudadanos de Catalunya, sean o no votantes suyos, ¿el “presidente del Gobierno Alternativo” nos toma por imbéciles? ¿Le parece decoroso imputar a Aragonès la congelación de la mesa de diálogo cuando, después de una reunión más bien protocolaria a mediados de septiembre de 2021, la dicha mesa lleva nueve meses sin ser convocada por quien tiene la potestad y la responsabilidad de hacerlo, es decir, Pedro Sánchez?
El inquilino de la Moncloa se ha pasado doscientos cuarenta días dando largas, diciendo que había otras prioridades (la pandemia, la guerra...) y, últimamente, ignorando por completo la mesa en cuestión. ¿Y ahora la culpa de la parálisis del diálogo es del president Aragonès porque este –cuyas comunicaciones han sido espiadas como si se tratara de un peligroso terrorista– dijo durante las jornadas del Cercle d'Economia que en las presentes condiciones, con el CNI escuchando bajo la mesa, no puede haber ni mesa ni diálogo? Bueno, de hecho él lo dijo de manera más delicada... Se puede entender que, convertido en un dispensador de vaselina, el PSC –vaya, su cúpula rectora– piense que todo el mundo tiene que hacer igual. Pero en los despachos del Casal Joan Reventós tendrían que aceptar que haya otros actores políticos para los cuales dialogar políticamente con un gobierno y, al mismo tiempo, ser espiados por los aparatos estatales que aquel mismo gobierno (dice que) controla, constituye un revuelto incomible.
Pero el “presidente alternativo” Illa no tuvo bastante con esto. En el curso de la misma entrevista, y ante la insistencia de las preguntas sobre la gravedad de un espionaje tan amplio, indiscriminado y –por el que vamos sabiendo– en la mayoría de los casos sin ninguna cobertura judicial, el primer secretario socialista respondió: “Que te espíen, desgraciadamente, son cosas que pasan”. Como los accidentes de carretera o la caída de rayos, cuando hay tormenta...
Por segunda vez en la misma mañana, el líder de la oposición insultaba la inteligencia de sus conciudadanos. A ver, señor Illa, “cosas que pasan”... ¿dónde? En la Turquía de Erdogan, en el Marruecos de Mohamed VI, en el Egipto de El-Sisi, en la Rusia de Putin, en la Bielorrusia de Lukashenko, en la China de Xi Jinping, en el Azerbaiyán de Ilham Aliyev..., sin duda. ¿Estos son los países, los regímenes en los que usted se emmiralla y que considera modelos de gobernanza para España y Catalunya? Espero sinceramente que no. De acuerdo que, en el próximo ciclo electoral, usted quiera disputarse con Vox las escurriduras de Ciutadans. Pero, ¿a cualquier precio?
A base de repetirlos durante tantos años, los gestos de sumisión y de acatamiento a las órdenes y a los intereses tácticos de Ferraz y –cuando está en manos socialistas– de la Moncloa se han convertido, para los dirigentes del PSC, en una segunda naturaleza. Y así se da la paradoja que, ante una crisis tan seria como la del espionaje, el socio de coalición de Pedro Sánchez, Unidas Podemos, tiene plena libertad para discrepar del PSOE, para exigir responsabilidades, para pedir la dimisión de la ministra Margarita Robles, etcétera; y no pasa nada: el interés mutuo mantiene ligada la coalición de gobierno. En cambio, el PSC, partido teóricamente soberano federado al PSOE y que, por lo tanto, tendría que disfrutar de márgenes mucho más anchos de confianza y de maniobra, aparece amordazado o lobotomizado: incapaz de emitir ni una sola nota crítica o disonante frente a los desplantes de la señora Robles; sin voluntad ni ganas de desmarcarse del discurso de "todo por la patria" de la triple derecha azul-verde-naranja; cautivo de una pretensa lealtad al partido español que, desde la unificación socialista de 1978, no ha sido nunca recíproca.
Y así, el mismo jueves 5 este diario informaba que el PSC votaría en contra de la propuesta de ERC, Junts, la CUP y En Comú Podem de crear en el Parlament una comisión de investigación del Catalangate. “No es la vía más adecuada”, había asegurado la vigilia la portavoz del partido. ¿Más adecuada para quién, señora Lluïsa Moret? ¿Para las maniobras de diversión de Sánchez, para la preservación del deep state, para el blindaje de la ministra Robles... o para la dignidad del PSC?