La desgracia no cae sólo del cielo

Varias personas transitan por la carretera al País Valenciano, cerrada al tráfico debido a las lluvias torrenciales de las últimas horas.
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“Nos hemos salvado milagrosamente, no sé cómo. Sobre todo, que los avisos llegaron muy tarde, se han dormido muchísimo. Estamos bien, pero la situación es muy fea y da mucha heredad y mucha lástima”. Esto me lo decía por mensaje de voz una amiga, residente en un pueblo de Valencia, al que había preguntado cómo estaban.

La construcción descontrolada, en la Comunidad Valenciana como en el conjunto del Mediterráneo, es un factor de altísimo riesgo. Núcleos de adosados, o de urbanizaciones, o de polígonos industriales, en la acera o en el interior de torrentes, rieras o barrancos. Extensas áreas de diseminados que han convertido antiguas tierras de cultivo en tierras de nadie, trituradas y sembradas de chalés y segundas residencias casi siempre ilegales, que se han quedado allí a golpe de autoridades que hacían la vista gorda. Núcleos de población metidos de cualquier manera, pasando por encima de normativas, directivas y planes reguladores, al paso de torrentadas y arroyos que se sabe que, un día u otro, llegarán.

Son formas de hacer que conocemos lo suficiente. De hecho, no son sólo formas de hacer, ni mentalidades, ni inercias. Son políticas, a partir de las cuales se toman decisiones. Políticas basadas en el cortoplacimo, el tonto el último, la especulación, la depredación y la avaricia. En el Levante de Mallorca, hace seis años, todo esto costó trece muertos. En la Comunidad Valenciana, en el momento de escribir esto, hay setenta y se teme que pueda haber más.

La avaricia puede tener consecuencias mortales. Los malos gobiernos, incompetentes y sectarios, también. Por supuesto, en este tipo de tragedias lo peor son los muertos y sus familiares y amigos. Pero el mal va más allá: es un modelo económico y político que se sostiene sobre la falsa y tramposa asociación de ideas entre prosperidad y dinero fácil.

Por otra parte, las condiciones climáticas cambian, han cambiado. Los aguaceros en esta época del año son habituales en el Mediterráneo, pero es evidente que de unos años hacia aquí han aumentado de frecuencia y virulencia. Los expertos avisan de que el Mediterráneo es una de las áreas más afectadas por el cambio climático, y la simple observación cotidiana nos muestra que no estamos preparados para lo que nos viene literalmente encima. Aparece nítida otra obviedad que olvidamos: no vivimos al margen de la naturaleza, sino en su interior. Y su poder sigue siendo infinitamente mayor que el de nuestras ciudades y nuestra tecnología.

Poner a gobernar a personas negacionistas de la ciencia, y amigas de recortar servicios públicos para (según ellos) favorecer la economía, es otra insensatez. Hace un año todavía no, el PP valenciano presumía de haberse cargado la Unidad Valenciana de Emergencias, porque, según ellos, era de Ximo Puig. Desde primera hora de la mañana, al presidente Carlos Mazón, el vendedor de entradas para los conciertos de Taburete, se le notaba demasiado la ansiedad del cálculo del coste político.

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