El martes por la noche, cuando ya se contaban siete personas desaparecidas por culpa de las inundaciones y destrozos provocados por la DANA, la televisión mantenía, ajena al desastre, sus rutinas. A pesar de las imágenes que se habían visto en Telediario de La 1, David Broncano empezaba La revuelta tocando el timbal y con un espectador con un pollo en la cabeza sentado en una taza de inodoro. En La noche en 24 horas, Xabier Fortes abría con la imputación de Begoña Gómez. Conectaba en directo con la Comunidad Valenciana como segunda noticia, pero después seguía con el resto de informaciones de la jornada. En TV3, cuando Toni Cruanyes hizo el avance informativo en elEstá pasando hizo hincapié en las personas desaparecidas en la Comunidad Valenciana. Queco Novell puso cara de sorprendido: “Ostras, no sabía nada de eso de Valencia. ¿Y subirá hacia aquí esto?” Y después hacía que Cruanyes interactuara con el personaje cómico del programa para cambiar de tema.
Es como si la afición de las televisiones públicas para competir con las privadas y con las plataformas en estríming hubiera desactivado el instinto periodístico.
La prueba más flagrante de la insensibilidad máxima es un recurso televisivo cada vez más habitual: la pantalla partida. Mientras en un lado de la televisión se mantiene el relato informativo, en la otra mitad se van pasando, arbitrariamente, imágenes en bucle que ilustran ese contexto. Es una estrategia iniciada hace años por los magacines de las cadenas privadas para potenciar el espectáculo y captar rápidamente la atención del espectador. El miércoles por la mañana, en Mañaneros de La 1, ponían, en medio de la gran cantidad de grabaciones de los mismos afectados, la imagen de una mujer ahogándose mientras se la llevaba una riada. Lo había grabado un vecino de Paiporta desde el balcón. La mujer aparecía y desaparecía varias veces del agua, afanando por sobrevivir, arrastrada por la corriente. La cadena decidió dibujar un círculo sobre la víctima para que pudiéramos identificarla en medio del caos. Pero esa imagen tan terrible era sólo el adorno extra. En la otra mitad de la pantalla un periodista ajeno al que mostraba la pantalla entrevistaba a otra mujer que explicaba cómo había sufrido las inclemencias de la inundación.
Es muy preocupante hasta qué punto nos hemos inmunizado emocionalmente ante la desgracia. Está la imagen de una mujer ahogándose en medio de un torrente de agua y la televisión la convierte en un vídeo aleatorio, en medio de otras imágenes de coches desguazados. También utilizaban la grabación de una mujer que se pasó horas cogida a un arbusto, en medio de un mar de agua marrón, pidiendo ayuda. Más tarde, los presentadores se fijaban en aquellas escenas y, entonces sí, las comentaban como un programa de imágenes impactantes: “Nada pueden hacer los vecinos, que intentan darle instrucciones desde los balcones”. Después, hablaban de la mujer del arbusto: “Se llama Maite, y afortunadamente todo ha quedado en un susto”. La sobresaturación de imágenes terribles ha terminado no sólo anestesiando a la audiencia sino también al periodismo.