¿Quién determina nuestro futuro?

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“Recuerdo que cuando tenía 18 años y acabé el instituto un día fui a buscar las notas y no eran muy buenas. Eran terribles. Estaba con mis amigos sentado fuera, todos sentados al sol, y recuerdo que les miré y pensé «¡Somos todos tan inútiles! ¡Si fuéramos a parar a una isla desierta no sabríamos ni cómo comernos los unos a los otros!» No teníamos ningún tipo de habilidad para nada, ninguno de nosotros. Y creo que cuando pasa esto, cuando la gente vive con gente que no tiene ninguna habilidad, se crea una relación muy diferente que cuando la gente vive con alguien que conoce a alguien que siente que puede hacer cualquier cosa. Continúan siendo dos personas que se conocen, pero hay una calidad en la relación muy diferente. O sea que si dos comunidades o dos economías interactúan y son las dos completamente dependientes de comprarlo todo de todo el mundo y ya no producen absolutamente nada, la calidad de su interacción es muy diferente de la de los lugares donde son más resilientes”. La historia la explica Rob Hoskins, educador de permacultura cuando hace entender a los directores del documental que martes emitió el Sense ficció cómo comunicar la importancia de transformar la sociedad para conseguir un sistema más sostenible. Y los directores ponen en práctica sus consejos en Demà. Se trata de un viaje en busca de soluciones para salvar el planeta. Cyril Dion y Mélanie Laurent emprenden un viaje con sus amigos en todo el mundo no con la voluntad de explicar la tragedia que se nos acerca sino con el deseo de enseñar ejemplos que demuestran que la situación se puede cambiar. La responsable del Sense ficció, Montserrat Armengou, definía al inicio el documental como una “historia amable y radical”, y no podía ser más precisa. La producción destila el optimismo, la armonía y el buen ritmo propio de un viaje con amigos. Pero a la vez, los planteamientos son radicales, porque implican un cambio de mentalidad que exige un cierto sacrificio. Profundizan en ámbitos como la agricultura, la energía, la economía, la educación y la democracia conociendo nuevos métodos de trabajar, de producir, de cultivar, de comercializar y de transformar el mundo. Es justo decir, sin embargo, que para conectar con la historia se requiere espectadores ávidos y predispuestos a este cambio.

Televisivamente es muy reveladora la forma como informan de la Cumbre del Clima de Glasgow las televisiones públicas y las privadas. Mientras que las primeras intentan dar relevancia al acontecimiento y concienciar a la audiencia, las privadas se ocupan de ello con la misma inercia y fugacidad periodística que gastan con cualquier otro aspecto de la actualidad. La diferencia es bastante sintomática: desde la necesidad de una transformación global priorizando la perspectiva humana y social, o como un negocio. A la hora de elegir, se trata de escoger qué queremos que determine nuestro futuro. La televisión también tiene un papel en todo ello: puede servir para espolear o para anestesiar.

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