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El presidente español, Pedro Sánchez, en la Moncloa

La carta de Pedro Sánchez está muy mal escrita, vaya por delante. Abre como “Carta a la ciudadanía” y, a continuación, salta a segunda persona del singular. Grave y basto se repiten. No hace falta, lo hemos entendido. Derecha aparece ocho veces, con o sin prefijo. No es necesario, que el lector no es tonto. Los numerales de una sola palabra se expresan con letras, no con cifras. Afirma ser consciente de que los ataques recibidos no están en su persona, sino en la opción política a la que representa, pero, a continuación, nos comunica que, al estar enamorado de su mujer, se pregunta si vale la pena. ¿No dice que a quien se ataca es a su ideología?

Hay muchas más. Sobre todo, fallos en los signos de puntuación. Pero todo esto es anecdótico. La carta es tan infantil como ridícula. “Amor mío, el lunes te diré si me separo o no de ti”. “Hijos míos, el martes les diré si finalmente decido irnos a México a vivir o si nos quedamos en Tortosa”. ¿Quién actúa así?

Las personas cuando nos enfrentamos a decisiones difíciles y trascendentales, tenemos la misión de hacerlo sin causar inquietud o preocupación en los afectados por nuestras resoluciones. Pensar, reflexionar y tomar unos días para meditar está muy bien. Pero no se avisa y, si seguirá trabajando, tampoco se cancela la agenda. No ocurre nada. El absentismo se está disparando en España y su ola expansiva ha llegado incluso a la presidencia del país.

La carta, por un chaval de instituto: “Estoy enfadado, se está pasando conmigo y con mi novia, así que seguiré viniendo a clase, pero durante unos días no jugaré a pelota con vosotros. Y el lunes les diré si finalmente me cambio de colegio”.

Los amigos habrían reído duro.

¡De verdad, qué vergüenza! ¡Qué escándalo!

Cuando lo he considerado, he aplaudido a Sánchez. Hoy la abucheo. Como articulista de opinión, trato de dejar a un lado mi ideología, pero lo que no puedo es dejar de reivindicar los buenos modales, las buenas formas y el buen comportamiento.

En una carta a millones de personas no se lanzan avisos de decisiones políticas ni se pone a las instituciones en vilo ni se nos habla como criaturas. Y si todo es una treta para ganar popularidad, entonces hablamos ya de algo mucho más serio: jugar con la ciudadanía y utilizar el cargo para ganar poder, que es de lo que están, precisamente, acusándolo.

Ésta no es la (di)misión de un gobernante.

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