Humo en Ciudad de Gaza por los bombardeos.
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Eso que les contaré hoy ocurrió hace apenas 18 años. Puesto que mi memoria es limitada, para recordar la fecha exacta he consultado mi colección de agendas. Compruebo que el jueves 27 de 2005 a las 16.30 participaba en una mesa redonda en el Colegio Mayor Rector Peset de Valencia que llevaba por título "El uso político de la historia". Al día siguiente, el viernes 28 por la noche, debía presentar Shlomo Ben Ami (nacido en Tánger en 1943) en el aula magna de la Universidad de Valencia, junto a Gustau Muñoz. El político israelí había venido a hablar de la posibilidad de resolver un viejo conflicto, y al mismo tiempo de la dificultad que esto implicaba. En 2001 había publicado un libro de conversaciones con prestigiosos filósofos franceses (Quel porvenir pour Israël?), entre los que destacaba Yves-Charles Zarka. A la hora de analizar en serio este asunto, Shlomo Ben Ami no es uno cualquiera. Aparte de ser un líder laborista muy influyente en Israel, había sido ministro de Exteriores y embajador en España. Ben Ami estaba amenazado tanto por la extrema derecha de su país como por los sectores palestinos más radicales. Ese viernes 28 de octubre también comprobó la intensidad del odio que la extrema izquierda española manifestaba hacia él.

El aula estaba llena como un huevo. Había incluso estudiantes míos venidos de Barcelona, ​​becados por Acció Cultural del País Valencià con motivo de los Premios Octubre. En las filas de enfrente, personas de la comunidad judía de Valencia. Al fondo, unas veinte personas semiuniformadas (el fascismo y el supuesto antifascismo comparten a menudo la pasión por la uniformidad en el vestir). Creo que ni siquiera pude acabar de decir "buenas tardes a todos": el griterío era bestial. Hice un segundo intento, y un tercero. Nada, imposible. Dejamos pasar un cuarto de hora de gritos y amenazas verbales. Ningún resultado. En medio del follón, un señor muy mayor, más cerca de los noventa que de los ochenta, se levantó y se dirigió hacia Ben Ami para que le firmara el libro que he citado antes. Hablaba castellano con acento francés. Le temblaban las manos y la voz. La situación hacía sufrir. Alguien llamó al rector de la Universidad de Valencia, que entonces era Pedro Ruiz Torres, para autorizar la entrada en el recinto universitario de protección policial que garantizara nuestra seguridad. Ninguna respuesta. Al cabo de aproximadamente una hora, decidimos salir del aula. Se hizo una especie de túnel humano protector. Sin embargo, los manifestantes se abalanzaron contra nosotros y nos intentaron agredir con los palos de las banderas (en mi caso, lo lograron medio). Los más atrevidos trataron de llegar a las manos, aunque esto resultaba más complicado. Era la primera vez que me agredían físicamente en un acto público. Fue una experiencia básicamente humillante. Tanto mi familia paterna como materna convivieron con la persecución. Mi abuelo paterno, que entonces conducía tranvías a Burdeos, tuvo que huir a Argelia a finales de junio de 1940, cuando los alemanes ocuparon Francia. Mi abuela materna y mi madre, que entonces era una niña de dos años, notaron en Clermont-Ferrand el aliento en la nuca de la Milice de Pétain, fervorosamente antisemita.

El viernes 28 de octubre de 2005, sobre las nueve y media de la noche, cené con Shlomo Ben Ami y otras personas. La sobremesa fue larga, entre otras cosas porque, por razones de seguridad nada imaginarias, no era recomendable salir del hotel, vigilado discretamente por la policía. No hablamos de política, sino del Tánger de la década de 1940 (él nació en 1943). La célebre película de Michael Curtiz Casablanca se refiere, en realidad, a la entonces ciudad internacional de Tánger. Michael Curtiz, por cierto, se llamaba en realidad Manón Kertész Kaminer, y era un judío húngaro que se fue a América poco antes de la ascensión del nazismo. Si vuelven a ver este clásico creo que lo entenderán mejor a partir de lo que les acabo de contar.

Puede parecer que ahora hago un giro de guión brusco y extraño, pero he escrito este artículo escandalizado por las listas negras de personas que defienden los derechos del pueblo palestino (no de Hamás, obviamente) que ahora mismo circulan por algunas universidades estadounidenses. Me limito a defender la libertad de pensamiento y de expresión venga de donde venga, pero nunca con violencia física o verbal. Ya sé que no está de moda: las redes reclaman estar radicalmente a favor o radicalmente en contra de las cosas, y siempre con vehemencia (por eso no estoy). La censura de la corrección política, a menudo institucionalizada, hace lo demás. Basta histeria, por favor.

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